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Volvamos a jugar, por Azul Etcheverry Aranda

  • Foto del escritor: La Noticia al Punto
    La Noticia al Punto
  • 3 may
  • 2 Min. de lectura

¿Quién no quisiera volver a ser niño? Esa etapa en que las preocupaciones y el estrés se reducían a que no queríamos ser encontrados mientras jugábamos a las escondidas, esa etapa en la que las decisiones más complicadas tenían que ver con elegir nuestro juguete favorito al salir de casa porque mamá permitió llevar solo uno.

 

El miércoles pasado celebramos el “Día del Niño” y aunque se trata solo de 24 horas dirigidas a un grupo en particular, vale la pena que todos hagamos la reflexión del valor que tienen los más pequeños, qué podemos aprender de ellos y de cuanto vale la pena conservar, cuidar y no perder nuestra alma de niño.

 

En México, los niños representan cerca de un tercio de la población. La población de 0 a 17 años, según el INEGI, se dedica a estudiar en su gran mayoría y, aunque eso no está en la estadística, gran parte de su tiempo es invertido en reinventar su mundo y el de nosotros los adultos.

 

¿Cómo?

 

Los pequeños poseen dones que, si me preguntan, son esenciales para el disfrute de la vida. La despreocupación, la capacidad de asombro y la pausa no solo son sus brújulas en su día a día, sino que son elementos que hoy nos hacen mucha falta a todos.

 

Hoy parece que nos cuesta ser felices porque todo el tiempo estamos preocupados por el futuro, por la siguiente semana, el siguiente pago mensual o el siguiente paso en nuestra carrera profesional mientras los más pequeños están solo disfrutando del momento presente, no sólo no se preocupan por lo que vendrá después , ni siquiera piensan en ello.

 

Ellos están metidos en un mundo de aventuras, en donde nosotros vemos un trayecto aburrido de la casa al banco, ellos ven un camino que los sorprende a cada paso. Y es que, por la prisa y la inmediatez que demanda el mundo, perdemos la capacidad de asombrarnos por los pequeños detalles, no apreciamos nada a detalle mientras ellos quieren detenerse a observar con detenimiento una flor o saludar a un perrito en la calle.

 

La niñez no solo es una etapa fundamental del desarrollo humano, sino también un espejo en el que los adultos podemos redescubrir lo esencial. Observar a los niños, su manera de vivir el presente, su capacidad de asombro ante lo cotidiano y su alegría espontánea, nos invita a detenernos, a desacelerar y a reconectar con lo que realmente importa. En un mundo que constantemente nos empuja hacia la prisa y la productividad, aprender de los niños nos recuerda que la belleza y la plenitud están en los pequeños momentos. Recuperar esa mirada infantil no es un retroceso, sino un acto profundamente humano y necesario para encontrar equilibrio, sentido y esperanza en nuestras vidas.


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