
En estos días inicia el periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en su edición número 79. Este gran concierto de países es uno de los ejemplos más acabados del multilateralismo, la gran reunión de países en donde, desde la riqueza de lo individual, se abre un espacio plural para acercarse a los grandes retos mundiales.
A pesar de las críticas hacia la organización, hay que reconocer un par de cosas, la primera, que es una organización longeva, que, a pesar de todo, ha encontrado la manera de permanecer en el plano y, la segunda, más importante aún, el gran poder de convocatoria: 193 países son parte y asisten a la Asamblea General de un total de 211 o 215 países en el mundo (según la fuente que se consulte). Nadie quiere perderse la oportunidad de expresar sus ideales y principales preocupaciones acerca del mundo moderno en este gran escenario.
Naciones Unidas enfrenta el gran reto de modernizarse, sobre todo, en el tema de toma de decisiones de paz y seguridad, el gran señalamiento ha sido ese durante los últimos años. Una organización como la ONU no puede seguir operando y decidiendo con las reglas de la post Segunda Guerra Mundial, la reforma del Consejo de Seguridad es el tema principal que debe ponerse sobre la mesa.
Estados Unidos, como país fundador y aún líder en este gran concierto, está muy consciente de ello. Linda Thomas-Greenfield, la representante permanente de ese país ante la ONU, se ha referido en días anteriores al tema, mencionando que se planea presionar por dos asientos permanentes en el Consejo de Seguridad para las naciones africanas y uno más rotativo para una nación insular en desarrollo.
Hay que mencionar que si bien la iniciativa no es innovadora, dado que es algo que se ha escuchado e impulsado en los últimos años, si puede tomar mucha fuerza al ser propuesto por Estados Unidos, además de que el rumor ha sido recibido con entusiasmo por sus socios y todos aquellos que han empujado el tema tiempo atrás. Sin embargo, no hay que dejar de ver la reacción de países potencias emergentes de Asia y América Latina que han luchado por años por un asiento en el Consejo, ellos, junto con quienes miran siempre con sospecha las propuestas estadounidenses son aquellos que podrían impedir esta reforma.
Se trata, sobre todo, de un equilibrio de poder. Y es que uno de los grandes retos del multilateralismo es el consenso frente a una membresía tan vasta y frente a una realidad de poder e influencia multipolar como la que vivimos. ¿Cómo poner de acuerdo a 100 países de diferentes regiones y cosmovisiones sobre 1 sólo tema? ¿Cómo lograr representar no sólo a las regiones sino a los bloques de influencia política y económica en la toma de decisiones relevantes?
No podemos dejar de ver que países como Alemania, India o Japón, han levantado la mano para formar parte más activa de las decisiones del Consejo y que esto estaría respaldado por su influencia regional, tampoco la necesidad de contar con un representante latino y africano. La realidad mundial no está representada en el Consejo de Seguridad y esto incomoda tanto a la misma ONU como a toda su membresía.
No sólo son cada vez más los cuestionamientos sino que, año con año, la acumulación de estas interrogantes hacia en Consejo hacen que pierda credibilidad y poder ante la asamblea mundial. Sin dejar de lado la gran labor de la Organización en otros temas como la defensa y promoción de Derechos Humanos, el monstruoso trabajo para tener una estadística mundial muy acertada que nos ayuda a saber dónde estamos parados y ser el foro donde nacen nuevas iniciativas mundiales, alianzas y consensos, la realidad es que, en el tema particular del Consejo de Seguridad, la Organización de Naciones Unidas necesita un cambio ya.
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