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LA LEYENDA

49

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La Leyenda 49

Cuando la verdad deja de pedir permiso


El temblor de lo que aún respira

Hay domingos en los que no se escribe: se resiste. Cada palabra nace del filo entre la fe y el desencanto, del pulso que aún late cuando el país parece haberse quedado sin respiración. No se trata de gritar más fuerte, sino de atreverse a no callar cuando el eco se quiebra. En este territorio de tinta, la voz no mendiga espacio: lo conquista con la herida abierta y la mirada limpia. 

Escribir es aprender a vivir sin blindajes, a caminar con la verdad en carne viva, sin miedo a la cicatriz.


El país de los insomnios

Aquí no hay descanso. México duerme con un ojo abierto y el alma en guardia, porque cada promesa incumplida se volvió ladrido en la madrugada. Hay noches que no terminan, porque el dolor se empeña en amanecer. Entre tanto silencio impuesto, La Leyenda levanta la palabra como quien levanta una bandera hecha con retazos de dignidad. 

No se trata de salvarlo todo, sino de no perder la capacidad de conmovernos.


El espejo que devuelve fuego

Esta columna no es un altar, es una hoguera. Cada línea encarna la rabia que aprendió a tener ternura, la ternura que aprendió a decir basta. Nombrar lo que duele es impedir que el miedo se vuelva costumbre. No escribo para los conformes, sino para los que aún tiemblan cuando ven una injusticia y sienten que no pueden seguir igual. 

Porque la palabra —cuando se atreve— no acaricia: despierta.


La dignidad no se archiva

No hay olvido que entierre del todo a la esperanza. La memoria no es pasado: es el derecho de seguir respirando con decencia. Por eso esta columna insiste en existir, aunque duela, aunque incomode, aunque incomprenda. 

 

Soy Wintilo Vega Murillo, y escribo La Leyenda no para hacer ruido, sino para hacer memoria. Porque aún creo que una voz —cuando arde con verdad— puede alumbrar a todo un pueblo sin pedirle permiso al poder ni perdón al miedo.

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Índice de Contenido

-Bienvenida.

 

/… Bienvenida a La Leyenda 49

Cuando la palabra se levanta desde las ruinas

(By Notas de Libertad).

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-Pláticas con el Licenciado 1

/… Raúl Padilla López: el hombre que convirtió a Guadalajara en una capital de libros, ideas y futuro

Un hijo de Jalisco que reformó su Universidad, inventó una feria que cambió la lengua y dejó a su ciudad un mapa de cultura que seguirá encendido cuando se apaguen las luces.

(By operación W).

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-Agenda del Poder:

 

/… El cambio no está en los recursos, sino en cómo se entregan

La apuesta de “Tocando Corazones” por un nuevo pacto entre Estado y sociedad civil

/… Balones y millones: el otro gol del gobierno de Sinhue

Del estadio al descrédito: cuando el poder se gasta en publicidad y la historia lo cobra en desprestigio

/… Parque Metropolitano en sombras: despidos, denuncias y el poder que se protege

Entre arbustos y oficinas se tejió una batalla silenciosa: cuando quienes cuidan la ciudad son los primeros en ser callados.

/… Noroña, el costo político de la incongruencia

Austeridad en el micrófono, lujo en la pista: el vuelo que contradijo el discurso de la 4T

/… Salvatierra bajo fuego: el miedo que no distingue entre pueblo y poder

Un ciudadano asesinado en plena transmisión. Un alcalde amenazado que admite tener miedo, pero no huye. En Salvatierra, la violencia ya no separa al pueblo del gobierno: los alcanza por igual.

/… Educación en disputa: el ITESA como espejo del poder

Cuando el mérito académico se sustituye por la obediencia política, lo que se degrada no es un nombramiento: es el futuro de una generación.

 

/… Paquete Económico 2026: el disfraz del crecimiento

Un presupuesto que promete desarrollo mientras sostiene las mismas cargas que lo frenan

(By Operación W).

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-Alimento para el alma.  

 

El brindis del bohemio

 

De: Guillermo Aguirre y Fierro

Sobre el poema:

 

Cuando el amor levanta la copa del tiempo

Análisis poético de “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro

Sobre el autor:

El hombre que convirtió el vino en palabra

Reseña biográfica de Guillermo Aguirre y Fierro, autor de “El brindis del bohemio”

 

*Si quieres escucharlo en la voz de: Paco Stanley

(By Notas de Libertad).

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 -“ Rincones y Sabores: La guía completa para el alma, el paladar y la vida ”

 

/… Siete mesas de la capital

La Gira del Tragón en busca del alma culinaria de la Ciudad de México

(By Notas de Libertad).

 

/… La Cantina Cuchilleros: el filo del sabor mexicano

Entre el eco del tequila y la memoria del guiso, un templo capitalino donde el alma se sirve al centro de la mesa.

(By La Gira del Tragón).

 

/… Los Tres Reyes

Los sábados y domingos donde la barbacoa se vuelve ceremonia

(By La Gira del Tragón).

 

/… La Pancita de la Roma

El refugio del caldo que cura el alma en Puebla 394-A

(By La Gira del Tragón).

 

/… Restaurante Humbertos (El Yucawach)

El fuego del sureste que conquistó a la Del Valle

(By La Gira del Tragón).

 

/… La Barraca Valenciana

Una carta corta que conquista a largo plazo

(By La Gira del Tragón).

 

/… Tacos Don Juan

El mediodía donde la ciudad se quita el cansancio

(By La Gira del Tragón).

 

/… El Pozole de Moctezuma

Donde el maíz aún tiene memoria

(By La Gira del Tragón).

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-Del Cielo a la Historia, Los Ecos del Calendario.

 

Cuando la Tierra Habla con Voz de Calendario

Los días que nos recuerdan que seguimos siendo humanos

 

La raíz que se levanta

Cada jornada conmemorativa nace de una herida y florece en una esperanza. No son fechas al azar: son semillas que la humanidad planta en el suelo de su memoria para que no se olvide lo que costó aprender.

Cada día marcado en el calendario es un árbol de conciencia que nos da sombra contra el olvido.

 

Domingo 12 de octubre   al sábado 18 de octubre.

 

Santoral

Efemérides Nacionales e Internacionales.

Conmemoración de Días Nacionales e Internacionales.

 

(By Notas de Libertad).

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-Al Ritmo del Corazón: Música para recordar el ayer.

 

/… El poeta que aprendió a cantar con la piel: José María Napoleón

El trovador que convirtió la poesía en canción y la canción en conciencia latinoamericana

 

*Con un click escucha: José Maria Napoleón Grandes Éxitos, sus Mejores Canciones (PlayList).

 

(By Notas de Libertad).

 

/… El silencio que canta: la vida íntima de Damien Rice

El hombre que convirtió la vulnerabilidad en un instrumento

*Con un click escucha: Top Tracks Of Damien Rice.

(By Notas de Libertad).

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- ¿Qué leer esta semana?

 

Resumen:  

 

El saqueo detrás de la esperanza

Segalmex: la herida que desnudó a la Cuarta Transformación

 

Sobre los autores:

 

Zedryk Raziel: la obsesión del dato exacto

Del rumor de la ciudad al pulso del archivo

 

Georgina Zerega: la mirada que une dos continentes

La periodista que convirtió la distancia en perspectiva y el dato en conciencia

(By Notas de Libertad).

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-Pláticas con el Licenciado 2.

/… El fuego que no se apaga: María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025

La historia de una mujer que convirtió la persecución en esperanza y la resistencia en símbolo universal de dignidad.
(By operación W).

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Bienvenida a La Leyenda 49

Cuando la palabra se levanta desde las ruinas

El pulso que no se rinde

Este domingo no se escribe: se levanta. Entre los escombros del hartazgo, la palabra vuelve a ponerse de pie con las rodillas sucias y la frente limpia. No hay tinta: hay sangre que aprendió a escribir. Todo lo que arde deja forma, y lo que se nombra deja huella. Aquí no se predica: se resiste. Porque hay verdades que solo florecen cuando el silencio se quiebra, y heridas que solo sanan cuando se atreven a decir su nombre. Cada línea es una respiración que se niega a morir entre las ruinas del país que calla.

 


El país que aprende a mirarse

Ya no se trata de gritar: se trata de escuchar el temblor que habita en nosotros. Entre la rabia y la ternura hay una frontera: ahí vive La Leyenda. Escribir desde la ceniza es recordar que no todo lo perdido fue en vano. México no ha muerto: solo está cubierto de polvo. Y mientras haya alguien dispuesto a soplarlo con palabras, volverá a verse el rostro de la esperanza. Aquí se escribe con las manos llenas de tierra, pero con los ojos llenos de luz.

 


El fuego que recuerda su nombre

Ningún poder puede borrar lo que el dolor aprendió a decir con belleza. Cada párrafo es un incendio que camina, una verdad que aprendió a pronunciarse sin permiso. No hay censura capaz de apagar lo que ya arde en la conciencia. Esta columna no busca sobrevivir: busca encender. Que la palabra sea el fósforo, y el lector, la chispa. Porque de cada silencio impuesto nace un grito que sabe a dignidad.

 


La esperanza sin maquillaje

La Leyenda 49 no llega con consuelo, llega con latido. Creer en la palabra es el acto más revolucionario que nos queda. Por eso esta bienvenida no es promesa: es advertencia. Aquí se respira con heridas, se escribe con rabia limpia y se lee con los ojos del alma abierta.

Soy Wintilo Vega Murillo, y escribo La Leyenda para quienes aún caminan entre los restos del miedo buscando un país posible. Mientras exista una voz que arda sin rendirse, habrá esperanza. Aunque sea en las ruinas. Aunque duela. Aunque tiemble.

 

(By Notas de Libertad).

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Raúl Padilla López: el hombre que convirtió a Guadalajara en una capital de libros, ideas y futuro

Un hijo de Jalisco que reformó su Universidad, inventó una feria que cambió la lengua y dejó a su ciudad un mapa de cultura que seguirá encendido cuando se apaguen las luces.

 

 

Niñez con biblioteca

El origen de una vocación y la herida que transformó el destino

 

 

El niño que crecía entre voces

En una casa de Guadalajara, a mediados de los años cincuenta, el aire olía a papel y a conversación. Era el hogar de Raúl Padilla Gutiérrez y Abigail López, dos adultos que creían en el poder de la palabra. Él, abogado y político en ascenso; ella, maestra y lectora incansable. Entre sus paredes, la voz de la radio discutía leyes y cultura, y los libros se apilaban como testigos silenciosos de un tiempo en que la educación todavía era promesa de movilidad. Aquel ambiente formó el carácter del niño que habría de marcar para siempre la vida intelectual de Jalisco. Raúl Padilla López nació el 3 de mayo de 1954, cuando Guadalajara era todavía una ciudad de provincia que aspiraba a convertirse en metrópoli. Desde sus primeros años, observó cómo su padre conciliaba la política con el derecho, y cómo su madre convertía la enseñanza en acto de ternura.

Hay hogares donde los juguetes son libros y la infancia se alimenta de conversación.

El pequeño Raúl no fue un niño solitario, pero sí reflexivo. Prefería las caminatas por el barrio de Santa Teresita a las canicas, y le fascinaba oír a su madre leer en voz alta los clásicos que llevaba al aula. Aprendió pronto que el saber no era adorno, sino refugio. Su infancia transcurrió entre la luz dorada de Guadalajara y los ecos de un país que se modernizaba, con el PRI consolidando su hegemonía y la educación pública como estandarte del progreso.

Entre pupitres y patios, comprendió que el aula podía ser también un país.

 

Escuela y curiosidad

A los seis años ingresó al Colegio Cervantes Colonias, donde cursó la primaria. Era un alumno disciplinado, de letra impecable y gusto por la historia. Sus profesores recordaban su atención constante y la forma en que subrayaba los nombres de los próceres como si quisiera conversar con ellos. En la secundaria, en el Colegio Cervantes Costa Rica, se volvió más reservado. Tenía un sentido del humor seco, casi imperceptible, pero una enorme curiosidad por todo lo que sucedía más allá de las aulas. Las biografías de los líderes y los ensayos de filosofía política lo acompañaban en las tardes que pasaba en la biblioteca familiar.

Antes de entender el poder, quiso entender su origen.

La vocación de Raúl por las letras se mezcló desde temprano con una conciencia social que lo distinguiría toda su vida. No se conformaba con repetir lecciones: preguntaba por qué las leyes cambiaban y quién decidía lo justo. Esa inquietud sería la semilla de su carrera universitaria y su liderazgo futuro.

El inconforme de la clase es, a menudo, el reformador del mañana.

 

El peso del apellido

Ser hijo de un político en Jalisco implicaba una mezcla de prestigio y exigencia. El padre, Raúl Padilla Gutiérrez, había sido diputado federal y figura relevante dentro del PRI local. Lo admiraban por su verbo y su inteligencia, pero también lo temían por su carácter fuerte. Raúl hijo creció observando las reuniones en casa: secretarios, líderes vecinales, abogados. En esas sobremesas escuchó por primera vez la palabra “lealtad” no como valor moral, sino como moneda política. Aquella lección no se borraría jamás.

El niño que escucha adultos discutir poder aprende a desconfiar del silencio.

A diferencia de muchos hijos de políticos, no quiso heredar el cargo, sino la misión. Lo suyo no sería la tribuna, sino el aula; no el aplauso, sino la estructura. Sin embargo, el vínculo con su padre lo marcó de manera indeleble: detrás del rigor estaba el afecto, y detrás de la disciplina, una ternura que solo se entiende con los años.

El amor más exigente también educa en resistencia.

 

La tragedia del 72

El 28 de diciembre de 1972, cuando apenas tenía 18 años, el mundo de Raúl se quebró. Su padre, acorralado por la depresión y el aislamiento político, se quitó la vida con un disparo en su oficina. Fue su hijo quien lo encontró. Ese episodio selló para siempre su carácter. La ciudad se estremeció con la noticia. Los periódicos hablaron de un hombre honorable abatido por la soledad. En casa, la madre contuvo el llanto como pudo, y el joven Raúl, que había heredado de su padre la mirada intensa, prometió seguir adelante.

Algunos dolores no se lloran: se transforman en propósito.

La muerte paterna lo obligó a madurar de golpe. Se convirtió en sostén moral de la familia, acompañó a su madre con temple y decidió continuar los estudios sin interrupciones. El vacío que dejó su padre se llenó con una idea fija: nunca permitir que la desesperanza venciera al trabajo.

El duelo se vuelve brújula cuando uno decide no perderse en él.

De la pérdida al propósito

El golpe de aquella tragedia lo acercó más que nunca a la Universidad de Guadalajara. Buscó refugio entre los libros, en la historia de los pueblos que habían resistido el dolor colectivo. Ingresó a la carrera de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, y allí encontró su verdadera casa. Estudiar significaba ordenar el caos: entender cómo el tiempo y las decisiones moldean a las personas y las instituciones. Se volvió metódico, lector voraz, trabajador incansable. Las madrugadas lo sorprendían tomando notas con lápiz en una libreta pequeña donde escribía ideas sobre el futuro de la universidad.

La mente concentrada es la mejor forma de duelo.

Sus compañeros lo recuerdan como un joven que hablaba poco pero observaba todo. Si le preguntaban por qué estudiaba historia, respondía: “Para que el futuro no nos sorprenda tanto.” Ese pensamiento se convertiría años después en su lema rectoral.

El que estudia el pasado prepara las victorias del porvenir.

 

Una vocación encendida

En los años setenta, México vivía un despertar estudiantil: los ecos del 68 aún vibraban, y en Guadalajara la juventud universitaria empezaba a exigir espacios. Raúl no se quedó al margen. Pronto organizó un Cine-Club de Arte en la UdeG y se convirtió en uno de los promotores más entusiastas del pensamiento crítico. El joven historiador comprendió que la cultura podía ser una forma de política más limpia, más humana. Allí comenzó el germen de lo que después sería su obsesión: crear instituciones donde la inteligencia tuviera lugar para respirar.

El liderazgo auténtico nace de una causa que no se apaga.

A los 23 años, con su título de licenciado recién obtenido, ya tenía claro su destino: quería reformar la Universidad, dignificar al estudiante, y hacer de la cultura un lenguaje común. La vida había sido dura, pero la herencia emocional de su familia —la palabra, el deber, la lectura— se había convertido en su fortaleza más luminosa.

No hay infancia perdida cuando deja detrás una vocación encendida.

 Juventud que organiza

Del liderazgo estudiantil a la visión de proyecto

 

 

Primeros encargos: del pasillo al tablero

En los años setenta, Raúl Padilla López comenzó a destacarse dentro del movimiento estudiantil de la Universidad de Guadalajara. Era un joven con temple, de palabra clara y mirada estratégica. Desde los pasillos del campus comprendió que el liderazgo no consistía solo en protestar, sino en construir. En 1973 asumió la dirección del Cine-Club de Arte de la UdeG, espacio donde descubrió el poder de la cultura como herramienta de cohesión social. Al mismo tiempo, fue secretario de prensa y difusión de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras, su primer contacto real con la gestión universitaria.

El carisma convoca; la organización sostiene.

Su presencia se volvió constante en reuniones, asambleas y actividades culturales. Padilla no buscaba protagonismo: prefería escuchar, anotar, proponer soluciones. Su capacidad para mediar conflictos le ganó respeto y abrió paso a nuevas responsabilidades. En 1974, fue electo presidente de la Sociedad de Alumnos, y aquel pequeño triunfo lo obligó a pensar en grande. La organización estudiantil era su laboratorio político: allí aprendió el arte de negociar sin rendirse y de avanzar sin pisar a nadie.

El liderazgo comienza cuando la palabra deja de ser consigna y se vuelve plan.

 

Entre el aula y la calle

El joven Padilla vivía una doble jornada: por las mañanas cursaba historia; por las tardes, organizaba foros, ciclos de cine y debates. Veía en la Universidad algo más que un lugar de estudios: era una comunidad con identidad y destino. Su talento para vincular las artes con el pensamiento político comenzó a notarse, y muchos lo seguían por convicción. No le interesaban las luchas violentas ni el radicalismo, sino la construcción de espacios estables donde las ideas pudieran florecer.

Las revoluciones duraderas se tejen con paciencia, no con estruendo.

En 1975 participó en la campaña de Félix Flores Gómez para la presidencia de la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG). Su trabajo como coordinador de prensa fue impecable y, una vez concluida la elección, fue invitado a integrar la nueva dirigencia. Así comenzó su paso por la estructura más influyente del estudiantado jalisciense. A partir de 1977, con apenas 23 años, encabezó la FEG, convirtiéndose en uno de los líderes universitarios más jóvenes de México.

La juventud que no se organiza, se desperdicia en rumores.

 

De estudiante a dirigente

Su estilo contrastaba con el de otros líderes. Padilla prefería el trabajo técnico, la planeación meticulosa y la gestión institucional. Creía que los cambios verdaderos se obtenían con estructura, no con improvisación. Por eso fortaleció la prensa universitaria, promovió revistas culturales y fundó espacios de debate académico. También impulsó la proyección internacional de los jóvenes mexicanos al asistir a foros en Cuba y Europa, convencido de que el diálogo global era parte esencial de la educación moderna.

La visión internacional nace en quien no teme comparar su ciudad con el mundo.

Entre 1978 y 1980, presidió la Confederación de Jóvenes Mexicanos, una plataforma nacional que lo acercó a figuras políticas de renombre. Allí entendió que el compromiso social debía sostenerse con resultados concretos. Fue, además, subdirector de la Galería Municipal ‘Jaime Torres Bodet’, donde aprendió la importancia de la gestión cultural como motor educativo.

La cultura no adorna: estructura la identidad.

 

El académico que planifica

Tras su paso por la dirigencia estudiantil, se tituló en Historia en 1977 y decidió permanecer en la Universidad, pero ahora como docente. Impartió clases de Sociología, Política Mundial e Historia de las Ideas Políticas. Era un profesor exigente, de exposiciones claras y tono firme, que pedía a sus alumnos pensar, no repetir. Su aula se convirtió en semillero de líderes sociales. Paralelamente, asumió cargos administrativos que lo acercaron a la toma de decisiones universitarias.

El aula enseña, pero la oficina transforma.

 

Primeras pruebas de gestión

Entre 1979 y 1987, dirigió departamentos clave de la UdeG: Intercambio Académico e Investigación Científica. Diseñó programas de movilidad, becas, y capacitación docente. A los 32 años ya era reconocido por su capacidad de ejecución. Su visión era clara: profesionalizar la universidad y conectar sus aulas con el mundo. Esa experiencia sería decisiva cuando, años después, asumiera la Rectoría General.

La gestión académica es el ensayo general del liderazgo institucional.

 

La idea que fundó una era

En 1987, su talento y su red de contactos confluyeron en un proyecto ambicioso: crear una feria del libro que pusiera a Guadalajara en el mapa cultural del planeta. Así nació la Feria Internacional del Libro (FIL), con el apoyo de la UdeG y del gobierno estatal. Raúl Padilla López fue su artífice silencioso: organizó, persuadió, convocó. Lo que comenzó como una reunión de editores regionales pronto se convertiría en un fenómeno internacional. Con esa hazaña, el joven dirigente se transformó en un gestor cultural de talla mundial.

Las grandes obras nacen cuando alguien decide que su ciudad merece el mundo.

Rectorado y reforma (1989–1995)

El arquitecto de una nueva Universidad de Guadalajara

 

La toma de posesión: un nuevo ciclo universitario

El 1º de abril de 1989, Raúl Padilla López asumió la Rectoría General de la Universidad de Guadalajara. Tenía 34 años y una convicción inquebrantable: que la educación debía ser el motor que transformara a Jalisco. Ese día, el Paraninfo Universitario se llenó de rostros expectantes. La comunidad universitaria intuía que algo estaba por cambiar. Padilla no leyó un discurso protocolario: trazó una ruta. Habló de descentralización, de calidad académica, de abrir las puertas de la universidad al mundo. La ovación que siguió fue el preludio de una etapa sin precedentes.

Reformar no era modernizar edificios, sino mentalidades.

Desde el primer día impuso su estilo: trabajo constante, planeación rigurosa y metas medibles. No buscaba aplausos, sino resultados. A su alrededor reunió a un equipo joven, brillante y comprometido con una visión compartida. La UdeG dejaba atrás la improvisación para convertirse en una institución con rumbo.

 

La reforma universitaria

Padilla entendía que los problemas estructurales exigían soluciones profundas. Promovió un Plan de Desarrollo Institucional que no solo reorganizó los programas de estudio, sino que redefinió la misión de la universidad. Con determinación política y capacidad técnica, impulsó la reforma a la Ley Orgánica, vigente desde 1952, y dio origen a una universidad más democrática, plural y eficiente. Bajo su gestión, la UdeG consolidó la autonomía y la planeación estratégica como pilares del quehacer académico y administrativo.

Autonomía no era aislamiento, sino libertad con responsabilidad.

Esa reforma fue más que un documento jurídico: significó el nacimiento de una nueva cultura institucional. Las decisiones dejaron de depender de intereses externos y se basaron en criterios académicos. Se instalaron consejos universitarios regionales y se profesionalizó la gestión educativa. La universidad se transformaba desde dentro.

La descentralización: una universidad para todo Jalisco

Su visión más audaz fue convertir a la Universidad en una red estatal. Hasta entonces, la UdeG se concentraba en la capital. Padilla rompió esa lógica. Creó la Red Universitaria de Jalisco: una estructura que llevó la educación superior a todas las regiones del estado. Se fundaron centros universitarios en la Costa, Los Altos, el Sur y Los Valles, cada uno con vocación propia y carreras adaptadas a su entorno económico y social. Aquello no era un proyecto de expansión, sino de justicia educativa.

Llevar una universidad a un pueblo es sembrar futuro en tierra fértil.

La descentralización cambió la vida de miles de jóvenes. Por primera vez, muchos pudieron estudiar sin abandonar su tierra. Padilla entendió que la movilidad social dependía del acceso, y que una universidad dispersa era una universidad viva.

 

Calidad académica y ciencia aplicada

La modernización no se limitó a la estructura. Padilla apostó por elevar el nivel académico: fortaleció los programas de posgrado, incentivó la investigación científica y promovió la capacitación constante de los profesores. La evaluación de desempeño se volvió una práctica común, y la UdeG comenzó a destacar en el Sistema Nacional de Investigadores. También se fomentó la vinculación con el sector productivo, impulsando proyectos tecnológicos que beneficiaran directamente a la sociedad.

El conocimiento que no se aplica se vuelve museo; el que se comparte, futuro.

Durante su rectorado, se firmaron convenios internacionales y se abrieron puertas para que los estudiantes realizaran intercambios en América Latina y Europa. La Universidad de Guadalajara adquirió proyección global sin perder su arraigo local.

 

La dimensión cultural del rectorado

Padilla veía la educación como un sistema integral donde la cultura era el eje invisible. Por eso, mientras transformaba los planes de estudio, fortalecía también los proyectos culturales: museos, publicaciones, festivales y exposiciones. Su administración concibió a la universidad como un agente cultural del Estado. Aquella política cultural universitaria se expandió hasta volverse modelo para otras instituciones de México.

Una universidad sin arte forma técnicos; con arte, forma ciudadanos.

El rector se convirtió en promotor cultural sin dejar de ser académico. En su mandato se sembraron las semillas de instituciones como el Centro Cultural Universitario y la profesionalización de la FIL. La educación y la cultura, bajo su mano, dejaron de ser esferas separadas.

 

El cierre de gestión y el inicio del mito

En marzo de 1995 concluyó su periodo rectoral. Lo hizo sin discursos triunfalistas, pero con resultados visibles: más cobertura, mayor calidad, reconocimiento nacional e internacional. Su último informe resumió seis años de transformación. Al entregar el cargo, Padilla dejaba una universidad moderna, articulada y orgullosa de su identidad. Lo aplaudieron de pie los mismos que, años atrás, dudaban de su juventud y su método.

Los cargos terminan; las visiones perduran.

Su rectorado marcó una época. No solo reorganizó una institución: creó un modelo. La Universidad de Guadalajara del siglo XXI empezó a gestarse en esos años. Raúl Padilla López cerró su gestión con la serenidad de quien sabe que ya pertenece a la historia, y con la mirada puesta en el horizonte donde seguiría trabajando, desde otros frentes, por la educación y la cultura de su tierra.

 

 

 Una ciudad encendida

La transformación cultural de Guadalajara bajo la visión de Raúl Padilla López

 

 

La ciudad como escenario cultural

Tras dejar la rectoría, Raúl Padilla López comprendió que su siguiente tarea no estaba en los escritorios, sino en las calles, plazas y auditorios de Guadalajara. Quería convertir la ciudad en una capital cultural del mundo hispano. Desde la Universidad de Guadalajara, que ya había modernizado, concibió un plan integral para conectar el conocimiento con el arte, la literatura y el cine. No bastaba con educar: había que inspirar. La cultura, decía, debía salir de los salones y mezclarse con la vida cotidiana.

La cultura no es adorno del saber, es su respiración más profunda.

Guadalajara tenía historia y talento, pero le faltaba una plataforma permanente. Padilla decidió construirla. Su primera gran obra sería la Feria Internacional del Libro, que había nacido en 1987, pero que en los años noventa tomó fuerza institucional. El proyecto creció con la misma pasión con que él organizaba todo: precisión, convocatoria, y una clara conciencia de legado.

 

La FIL: del sueño local al fenómeno mundial

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara se convirtió bajo su dirección en el evento literario más importante de América Latina y el de mayor prestigio en lengua española. Año tras año, autores, editores y lectores acudían a la cita que transformó la relación de México con el libro. Padilla no solo organizaba ferias: construía puentes entre culturas. Cada país invitado de honor representaba una nueva conversación global. Detrás del brillo mediático, había logística impecable y una filosofía: democratizar la lectura, acercar el libro al ciudadano.

Un pueblo lector es un pueblo más libre y menos manipulable.

Padilla recorría los pasillos de la FIL saludando a todos con discreción. Sabía los nombres de los libreros y recordaba a los autores debutantes. No necesitaba protagonismo: el éxito de la Feria era su mejor presentación. La FIL se convirtió en un símbolo de Guadalajara, un orgullo nacional y un escaparate para el pensamiento crítico.

 

El Festival Internacional de Cine de Guadalajara

Si la FIL representaba la palabra, el cine era la imagen de su proyecto cultural. Padilla impulsó con igual determinación el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG). Bajo su liderazgo, el festival se profesionalizó, consolidó vínculos con la industria cinematográfica y se transformó en plataforma de lanzamiento para cineastas latinoamericanos. Cada edición reunía a productores, directores y estudiantes en torno a un mismo lenguaje: el de la creatividad.

El cine enseña lo que la historia calla y lo que la política olvida.

Gracias a su impulso, Guadalajara comenzó a ser llamada la capital del cine en México. El FICG dio voz a nuevas generaciones de realizadores, mientras consolidaba la presencia de México en los circuitos internacionales.

 

El Centro Cultural Universitario

Padilla soñaba con un espacio que concentrara toda la oferta artística y académica de la UdeG. Así nació el proyecto del Centro Cultural Universitario, un complejo monumental que albergaría teatros, auditorios, museos y bibliotecas. El recinto se pensó como una ciudad dentro de la ciudad: abierta, moderna y viva. Con él, Guadalajara dejó de ser solo una metrópoli industrial para convertirse en un polo cultural de América Latina.

Las ciudades se transforman cuando la cultura deja de ser evento y se vuelve infraestructura.

El Auditorio Telmex, el Conjunto Santander de Artes Escénicas y la Biblioteca Pública del Estado ‘Juan José Arreola’ fueron piezas clave del proyecto. Cada edificio simbolizaba una apuesta por el futuro: el del conocimiento compartido.

 

Gestor y diplomático de la cultura

La influencia de Padilla trascendió Jalisco. Fue reconocido con la Creu de Sant Jordi en 2007 y la Legión de Honor de Francia en 2012. Su diplomacia cultural abrió puertas para México en el mundo. No actuaba como político, sino como puente. Tenía la habilidad de unir instituciones, gobiernos y editoriales en torno a causas comunes. En cada negociación internacional, colocaba a Guadalajara como ejemplo de gestión cultural exitosa.

El gestor cultural no busca aplausos, busca continuidad.

Su trato amable y su visión práctica le ganaron respeto en todos los ámbitos. Quienes trabajaron con él decían que sabía escuchar, pero decidía rápido. Su oficina era un taller permanente de ideas que cruzaban fronteras.

 

Una capital encendida

A finales de los 2000, los proyectos culturales que impulsó Padilla habían transformado la identidad de Jalisco. La FIL, el FICG y el Centro Cultural Universitario generaban miles de empleos, turismo intelectual y orgullo cívico. Guadalajara era ya una ciudad de luces propias, donde la cultura se convirtió en patrimonio común. Raúl Padilla López había logrado lo impensable: cambiar la imagen de su tierra a través del arte y el conocimiento.

Las obras más duraderas no se levantan con cemento, sino con visión.

Quienes lo conocieron de cerca aseguran que, más allá de las cifras, su mayor logro fue encender un sentido de pertenencia. Guadalajara se reconoció en sus teatros, en sus ferias y en sus festivales. La cultura se volvió punto de encuentro entre generaciones. Padilla había cumplido su sueño: construir una ciudad donde el talento tuviera casa, y la palabra, escenario.

Transformar una ciudad es fácil de decir; hacerlo realidad, es obra de un siglo.

 

 

Influencia y disputa

El poder, las alianzas y los desafíos políticos de Raúl Padilla López

 

 

Del rectorado al liderazgo estratégico

Al concluir su rectorado en 1995, Raúl Padilla López no se retiró del escenario. Cambió el escritorio de rector por una red de influencias que le permitiría seguir impulsando proyectos universitarios y culturales. Su fuerza ya no dependía de un cargo: provenía de una comunidad que lo reconocía como líder natural. La Universidad de Guadalajara, bajo su huella, entraba en una nueva etapa: la del poder compartido, aunque la brújula seguía siendo la suya.

Dejó el cargo, pero no la causa.

Padilla no necesitaba títulos para seguir mandando. Su capacidad de gestión, su carisma y su red de lealtades le permitieron mantener una influencia constante en la vida universitaria. Supo articular equipos técnicos y políticos que garantizaban continuidad en los proyectos culturales y educativos que había iniciado. La UdeG se convirtió en su plataforma para dialogar con el país.

 

El surgimiento del Grupo Universidad

Durante la segunda mitad de los noventa, se consolidó lo que la prensa llamó el 'Grupo Universidad': un bloque de académicos, estudiantes, políticos y gestores culturales vinculados a la UdeG que trabajaban bajo una misma visión. Padilla fue su arquitecto. Su liderazgo no era carismático al estilo tradicional, sino organizativo: sabía quién debía estar en cada sitio y cómo coordinar intereses diversos para mantener la estabilidad institucional.

El poder no se grita: se organiza.

Este grupo trascendió los límites universitarios y se convirtió en actor político relevante en Jalisco. Desde su trinchera educativa, Padilla logró colocar a cuadros formados en la UdeG en espacios estratégicos del Congreso estatal, alcaldías y dependencias públicas. No era un partido, sino un sistema de confianza y coordinación. Algunos lo acusaban de hegemonía; otros lo consideraban un dique contra el oportunismo político.

 

Los años de la madurez política

Durante los años 2000, Padilla mantuvo una posición ambigua frente a los partidos tradicionales. Aunque provenía del PRI, sus alianzas iban más allá de las siglas. Participó en debates nacionales sobre educación y cultura, siempre defendiendo la autonomía universitaria. En 2001, su hermano José Trinidad Padilla asumió la rectoría general, lo que consolidó el predominio del Grupo Universidad. Desde entonces, Raúl fue visto como el estratega detrás del escenario.

El liderazgo silencioso es el que más perdura.

Nunca buscó cargos públicos y cuando le llegaron aceptó el desafio, muchos de los que lo rodeaban llegaron a ellos gracias a su respaldo. Sabía escuchar y esperar. Su influencia se extendía a la gestión cultural, la política local y el ámbito legislativo. Era el intermediario entre la universidad, el gobierno estatal y la federación.

 

Las críticas y la etiqueta de 'cacique'

Con el poder llegaron también las críticas. Sus detractores lo acusaron de concentrar demasiado control sobre la vida universitaria. El término 'cacique' empezó a aparecer en titulares nacionales. Padilla respondía con hechos: más becas, más cultura, más cobertura educativa. No negaba su influencia; la justificaba como resultado del trabajo bien hecho. Su fortaleza era su eficiencia. En un país acostumbrado a la improvisación, él representaba la constancia.

El precio del liderazgo es soportar las etiquetas.

Mientras algunos lo criticaban, miles de jóvenes se beneficiaban de sus políticas educativas. Los proyectos culturales seguían creciendo, y la UdeG mantenía su prestigio nacional. Padilla entendía que el poder siempre genera incomodidad, pero asumía que sin dirección, las instituciones se dispersan.

 

El conflicto con el poder estatal

A partir de 2018, la relación entre la Universidad y el gobierno de Jalisco se volvió tensa. El gobernador Enrique Alfaro acusó a la UdeG de actuar como oposición política. Padilla defendió la autonomía universitaria y denunció recortes presupuestales injustificados. Las diferencias se trasladaron a las calles: marchas multitudinarias de estudiantes y académicos exigían respeto al presupuesto educativo.

Defender la universidad era, para él, defender la dignidad de Jalisco.

El enfrentamiento con Alfaro fue más que un pleito político: simbolizó la pugna entre el poder académico y el poder ejecutivo. Padilla, con su serenidad habitual, evitó el insulto y apeló a la razón pública. Cada manifestación universitaria era también una lección cívica sobre la autonomía institucional.

 

Hagamos: la política como extensión del aula

En 2020, el Grupo Universidad impulsó la creación del partido político local 'Hagamos'. Su objetivo declarado era llevar a la arena pública los valores de participación, diálogo y autonomía que distinguían a la UdeG. Aunque Padilla no figuró en la dirigencia, su mano era visible en la estructura y en el discurso. Para unos, fue la culminación de su influencia; para otros, la muestra de que su liderazgo seguía evolucionando.

Quien entiende la política como servicio convierte la disputa en proyecto.

El nuevo partido se convirtió en símbolo de independencia frente al gobierno estatal y de resistencia intelectual ante el autoritarismo. Padilla seguía construyendo espacios de libertad, convencido de que las ideas debían tener representación. Hasta el final, su lucha fue la misma: garantizar que la Universidad de Guadalajara siguiera siendo un faro de pensamiento crítico en medio de los vaivenes del poder.

 

Los últimos inviernos

La enfermedad, la carta y el adiós de un hombre que lo dio todo por su Universidad

 

Reconocimientos y madurez

En la última década de su vida, Raúl Padilla López era una figura consolidada. Había alcanzado un prestigio internacional que pocos gestores culturales mexicanos lograron en vida. Recibió la Creu de Sant Jordi, la Legión de Honor de Francia y distinciones de universidades de América y Europa. Cada galardón era una confirmación de que su obra había trascendido fronteras. Sin embargo, él solía restarle importancia a los reconocimientos: decía que el verdadero premio era ver a los jóvenes estudiar y a los libros circular por el mundo.

La madurez no se mide por los años, sino por la serenidad con que se mira lo construido.

A pesar de su influencia, su vida seguía siendo austera. Prefería los cafés sencillos a las cenas oficiales, los ensayos a los discursos. Nunca abandonó su hábito de leer hasta altas horas, ni su gusto por revisar personalmente los detalles de cada evento cultural.

 

El cuerpo que empezó a cansarse

A mediados de la década de 2010 comenzaron los problemas de salud. Primero fueron dolencias menores, luego un diagnóstico que le cambió el horizonte: cáncer en el aparato digestivo. En un principio lo enfrentó con la misma disciplina que todo en su vida. Cumplía tratamientos, asistía a reuniones, viajaba cuando su cuerpo se lo permitía. Pero el mal avanzó lentamente, robándole energía y entusiasmo. Aun así, seguía presente en cada edición de la FIL y del Festival de Cine, saludando con discreción.

El cuerpo se rinde antes que la voluntad.

Sus colaboradores notaban su cansancio, aunque él lo disimulaba con una sonrisa. Decía que trabajar lo mantenía vivo. Durante los últimos años, delegó más funciones, pero nunca dejó de supervisar los detalles que consideraba esenciales.

 

El viaje a España

En febrero de 2023 viajó a España para recibir el Premio 'Escribidores' a la Gestión Cultural, otorgado por la Cátedra Mario Vargas Llosa. Fue su último viaje internacional. En la ceremonia, su semblante reflejaba orgullo y agotamiento. Agradeció con voz baja, sin extenderse. Quienes lo acompañaron recuerdan que habló de la necesidad de formar nuevas generaciones que siguieran impulsando los proyectos culturales de Guadalajara. Pocos sospecharon que aquella sería su despedida pública.

El que ha cumplido su misión no teme al silencio que sigue al aplauso.

Durante ese viaje, su salud se deterioró. De regreso a México, sus amigos lo notaron más introspectivo. Pasaba más tiempo en casa, rodeado de libros, recibiendo pocas visitas. La enfermedad había hecho metástasis y los tratamientos ya no surtían efecto.

 

Las últimas semanas

En marzo de 2023, su entorno más cercano comprendió que el final estaba cerca. Pese a las recomendaciones médicas, Raúl insistía en seguir trabajando. Revisaba informes, pedía avances sobre el Centro Cultural Universitario, preguntaba por los preparativos de la próxima FIL. Era su manera de negar la derrota. Pero la debilidad física lo confinó finalmente a su hogar en la colonia Vallarta Poniente.

El hombre que nunca dejó proyectos inconclusos sabía que el suyo más grande debía seguir sin él.

Quienes lo visitaron en esos días lo describen tranquilo, incluso humorístico. Dijo a un colaborador: 'Yo ya cumplí, ahora les toca a ustedes'. Era su manera de despedirse sin pronunciar la palabra adiós.

 

El 2 de abril de 2023

Aquel domingo amaneció sereno. Raúl Padilla López se quitó la vida en su casa. Tenía 68 años. Dejó cartas dirigidas a su familia, a su hermano José Trinidad y al rector Ricardo Villanueva. En una de ellas escribió: 'Ya no les sirvo así, les ayudo más yéndome'. Fueron palabras que estremecieron a todo Jalisco. No fue un acto de desesperación, sino de despedida consciente. La enfermedad lo había reducido a un cuerpo que no reconocía, y eligió marcharse en sus propios términos.

El control, incluso del final, fue su última lección de voluntad.

Su partida causó una conmoción nacional. Las redes sociales se llenaron de mensajes, y la prensa mexicana e internacional reconoció su legado. En la Universidad de Guadalajara, miles de estudiantes guardaron un minuto de silencio que se sintió eterno.

 

El homenaje y el eco

El 4 de abril, el Paraninfo Enrique Díaz de León se vistió de duelo y gratitud. Su féretro fue recibido entre aplausos y lágrimas. El rector Villanueva pronunció un discurso que conmovió a todos: 'La mayor fortaleza de lo que creó Raúl Padilla está en la mente de mujeres y hombres brillantes que él formó'. El homenaje fue más que una ceremonia: fue una promesa de continuidad.

La muerte no apaga las obras encendidas por la inteligencia.

El eco de su partida aún resuena en Guadalajara. Su ausencia se siente en cada edición de la FIL, en cada función del FICG, en cada aula de la UdeG. Pero también se percibe su presencia: en los jóvenes que estudian, en los lectores que llenan los pasillos de la Feria, en la cultura viva que él ayudó a construir. Raúl Padilla López no desapareció: se volvió raíz.

Al final, la vida le dio razón: su legado no necesita epitafio, porque sigue respirando en su Universidad.

 

Lo que queda

El legado, la memoria y la herencia institucional de Raúl Padilla López

 

 

Una herencia viva

Después de su partida, la pregunta no fue qué dejó, sino cuánto sigue vivo gracias a él. Raúl Padilla López no construyó obras efímeras ni buscó aplausos momentáneos. Su legado palpita en las instituciones que fundó y en los miles de jóvenes que se formaron bajo la estructura educativa que él imaginó. Cada aula encendida, cada biblioteca llena, cada feria abierta al mundo es un testimonio de su trabajo silencioso y constante.

El verdadero poder no termina con un nombre: continúa con las obras que siguen respirando.

La Universidad de Guadalajara, su gran proyecto, continúa creciendo con nuevos campus, más programas y una influencia cultural que trasciende generaciones. Los logros que impulsó se convirtieron en políticas permanentes, y su nombre, aunque presente, ya no necesita pronunciarse para sentirse.

 

La Red Universitaria y su eco social

La Red Universitaria de Jalisco sigue siendo la columna vertebral del sistema educativo estatal. Los centros regionales, que antes eran sueños en el papel, hoy son motores de desarrollo local. Gracias a esa red, miles de jóvenes accedieron por primera vez a la educación superior sin abandonar su tierra. Las economías locales se reactivaron, las comunidades encontraron nuevas vocaciones y Jalisco se transformó en un estado con presencia académica en cada región.

Cuando la educación llega, los pueblos cambian su destino.

Esa estructura descentralizada es el corazón de la reforma universitaria padillista. Su impacto no se mide en cifras, sino en vidas. Cada egresado que lleva un título de la UdeG a su hogar repite, sin saberlo, un acto de continuidad con su fundador.

 

La FIL como embajada cultural

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara ha seguido creciendo. A dos años de su ausencia, la FIL mantiene su carácter cosmopolita y su esencia plural. Los países invitados continúan llegando con delegaciones numerosas, y los escritores siguen considerando la cita tapatía como una coronación literaria. El modelo de gestión que él creó se mantiene: austero, eficiente y orientado a la excelencia.

La FIL ya no le pertenece a una universidad, sino al idioma entero.

Padilla convirtió la lectura en acontecimiento social, en un puente entre intelectuales y ciudadanos. Por eso, cada edición de la Feria es también un homenaje a su capacidad de imaginar un país donde la cultura fuera el centro de la conversación.

 

El cine, la música y las artes escénicas

El Festival Internacional de Cine de Guadalajara, la Feria de la Música y el Conjunto Santander de Artes Escénicas continúan operando con fuerza. Estos proyectos generaron empleo, talento y orgullo local. Cada proyección, cada concierto y cada obra teatral en esos espacios repite el eco de su visión: la cultura como herramienta de cohesión social.

Una ciudad que produce arte produce también esperanza.

El Centro Cultural Universitario se consolidó como un espacio de encuentro ciudadano. Allí convergen estudiantes, artistas y familias. En su arquitectura moderna y sus plazas abiertas late la idea de que la cultura puede ser tan cotidiana como respirar.

 

El ejemplo personal

Más allá de sus instituciones, Raúl Padilla dejó una ética de trabajo y una forma de entender el liderazgo. Fue un hombre disciplinado, reservado, con enorme capacidad de ejecución. Su modelo combinó visión política y sensibilidad artística. Entendió que dirigir no era mandar, sino organizar talentos. Quienes trabajaron con él lo recuerdan exigente pero justo, y sobre todo, generoso con quienes mostraban pasión por su labor.

El ejemplo que inspira es el que no se impone, sino que contagia.

Su estilo sigue siendo materia de estudio en la gestión cultural. Muchos gestores jóvenes toman sus proyectos como referencia para entender cómo se sostiene la grandeza sin perder el sentido humano.

 

La permanencia del mito

Con el paso del tiempo, su figura se ha transformado en símbolo. Para unos, representa la inteligencia administrativa que modernizó a Jalisco; para otros, el espíritu universitario que resiste al poder político. Su nombre se pronuncia en tono de respeto, incluso entre sus antiguos adversarios. Es la confirmación de que el tiempo, más que borrar, depura.

Hay hombres que mueren y desaparecen; otros mueren y se multiplican.

Raúl Padilla López pertenece a esta última categoría. Sus obras siguen creciendo, sus ideas siguen guiando y su recuerdo sigue inspirando. En la memoria colectiva de Guadalajara y del país, su legado ya no necesita defensa: se sostiene solo, porque está hecho de futuro.

Lo que queda no es ausencia, sino una luz encendida que enseña a seguir construyendo.

 

 

(By operación W).

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/… El cambio no está en los recursos, sino en cómo se entregan

La apuesta de “Tocando Corazones” por un nuevo pacto entre Estado y sociedad civil

 

 

La herida de la discrecionalidad

Durante décadas, los apoyos estatales para las organizaciones sociales fueron un premio otorgado a quienes supieron acercarse, negociar o acompañar favores, no necesariamente a quienes más lo necesitaban. Ese modelo concentrador generó inequidad, desencanto y redes clientelares. Hoy no basta con dar el recurso: hay que asegurarse de que llegue con justicia, con trazabilidad, con rendición de cuentas.

Un fondo público que se abra a todas las organizaciones no es sólo un trámite: es un acto simbólico de reparación institucional.

En ese sentido, la segunda convocatoria del programa Tocando Corazones en Guanajuato busca operar como una bisagra: sustituir al viejo fideicomiso (Fidesseg) —con múltiples reproches— por un mecanismo transparente, democrático y revisable.

Pero no basta con las buenas intenciones. El verdadero cambio se medirá en la práctica: cómo se distribuye, quién queda fuera, qué voces se silenciaron antes de competir.

 

Transparencia con reglas claras: un modelo diseñado

Para evitar lo que siempre fallaba —opacidad y favoritismos—, el diseño de esta convocatoria incorpora varios candados técnicos y participativos. Se ha establecido un proceso digital desde la inscripción hasta la evaluación, con etapas de preevaluación, subcomités temáticos y un comité final que integra sociedad civil, expertos y gobierno.

El programa delimita montos, plazos, criterios de elegibilidad y coinversión mínima (5 % exigido como aportación local).

Además, se prohíbe explícitamente el uso de recursos para autobeneficio directo: no pueden recibir apoyos integrantes de la asociación, familiares en cuarto grado, ni servidores públicos en los casos determinados.

Se distribuye el apoyo por regiones y por temáticas sociales, lo que obliga a que el recurso salga del centro y llegue a las zonas más rezagadas.

El fondo no sustituye al ejercicio ciudadano: exige vigilancia constante y participación estructurada.

Resultados a primera vista: aciertos y desafíos

La primera edición del programa ya dejó números contundentes: se aprobaron 212 proyectos por un monto de 779.5 millones de pesos en beneficio de diversas comunidades y causas sociales.

Ese promedio de casi 3.7 millones por proyecto indica que el programa no sólo está para cosméticos locales, sino para generar transformaciones sustantivas.

Un aspecto relevante: varias organizaciones que tradicionalmente acaparaban fondos recibieron apoyos elevados, pero también nuevas agrupaciones lograron insertarse en el padrón.

Ahora bien, los retos son visibles: muchas OSC pequeñas aún carecen de estructura administrativa para competir. La vigilancia sobre la ejecución es la prueba de fuego: un buen diseño no garantiza buen impacto.

 

Más que recursos económicos: legitimidad social

Lo que hace valioso a Tocando Corazones no es sólo el dinero asignado, sino la posibilidad de reconstruir confianza entre ciudadanía y gobierno. Cuando una organización sabe que puede competir en igualdad de condiciones, cuando un proyecto es elegido por su mérito y no por cercanía política, el sentido de pertenencia social se fortalece.

Un buen fondo social no es clientelismo maquillado: es tejido colectivo que reclama corresponsabilidad.

Este programa no es caridad institucional: pretende ser punta de lanza para una nueva lógica de gobernar. Una que reconozca que las OSC no son meramente receptoras, sino socias estratégicas del desarrollo territorial.

 

El término medio es el peligro: cómo evitar retrocesos

La tensión entre representatividad técnica y subjetividad política es constante. Si los criterios son demasiado rígidos, muchas agrupaciones perderán participación; si son demasiado flexibles, reaparecerá la discrecionalidad. El equilibrio es frágil.

La vigilancia ciudadana no puede ser episódica sino permanente.

Los medios, las comunidades y los beneficiarios deben escrutar cada paso —la firma de convenios, los avances, las observaciones, los informes de auditoría— como si fueran actores de control social.

Guanajuato tiene la oportunidad de marcar un antes y un después: si el segundo Tocando Corazones cumple no sólo en diseño sino en aplicación, puede ser modelo nacional de cómo un fondo social puede convertirse en corazón cívico estatal.

Porque al final, no es solo el qué (el dinero), sino el cómo (el método) y el quién (la ciudadanía) lo que transforma los corazones y las realidades.

 

Sin justicia, no hay credibilidad

El verdadero cambio no se mide solo en reglas de operación o plataformas digitales. También se mide en la voluntad de mirar atrás, reconocer lo que se hizo mal y exigir responsabilidades. Ningún programa puede consolidar confianza si los errores del pasado permanecen impunes.

Quienes convirtieron los fondos públicos en botín no solo desviaron recursos: desviaron esperanza.

Durante años, el Fidesseg operó como un territorio donde el poder político repartía favores bajo el disfraz de apoyo social. Esa distorsión no fue casual: fue una práctica sistemática que dañó la legitimidad del Estado frente a las propias organizaciones civiles. Por eso, antes de celebrar los nuevos aciertos, debe recordarse que el saneamiento ético es parte del nuevo modelo.

La transparencia no solo consiste en abrir expedientes: consiste en cerrar ciclos de impunidad.

Si el gobierno de Guanajuato quiere que Tocando Corazones sea una política duradera, debe acompañar su democratización con justicia. Investigar, sancionar y recuperar lo perdido no son actos de venganza, sino de responsabilidad.

Porque un fondo limpio no se construye con dinero nuevo, sino con memoria y decencia recuperada.

El futuro de los programas sociales no depende solo de cuánto se invierta, sino de cómo se rinde cuentas. Sin justicia, la transparencia se vuelve simulacro; con justicia, se vuelve ejemplo.

 

(By operación W).

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El brindis del bohemio

De: Guillermo Aguirre y Fierro

En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.
Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.   El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al resolverse en nada,
la vida de los sueños.   Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.   Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.   A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos
del grupo, y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.   Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del “feliz año nuevo”…   Una voz varonil dijo de pronto:
-las doce, compañeros;
digamos el “requiescat” por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos…   – Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.   Brindo porque ya hubiere a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: Mi esperanza.   ¡Bravo!, dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y substancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
y brinde por… Europa,
ya que su extranjerismo es delicioso… Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía…   Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.   -Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.   Brindo porque mis versos cual saetas
lleguen hasta las grietas
formadas de metal y de granito,
del corazón de la mujer ingrata
que a desdenes me mata…
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!   Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague…
¡vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos. Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones, y reír, y todo.   Se brindó por la patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.   Solo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro,
de noble corazón y gran cabeza;
aquel que sin ambages declaraba
que solo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.   Por todos lados estrechado, alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento
los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:   -Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados. Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos;
por la mujer que me arrulló en la cuna.   Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos
uno por uno, el corazón entero.   ¡Por mi madre!.. bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.   Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía;
y lloró de alegría
sintiendo mi cabeza en su corpiño.   Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina. Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi madre, bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella…   El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

*Si quieres escucharlo en la voz de: Paco Stanley

Cuando el amor levanta la copa del tiempo

Análisis poético de “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro

 

La taberna donde la palabra se vuelve alma

En un rincón iluminado por el humo y la nostalgia, un grupo de bohemios levanta sus copas entre risas y canciones. Pero uno de ellos, distinto, calla. Guillermo Aguirre y Fierro convierte esa escena cotidiana en un retrato de lo eterno: el instante en que la alegría deja de ser ruido y se vuelve revelación.

El bohemio que calla es el que lleva la verdad en el pecho.

No hay pompa ni vanidad en ese lugar. Solo hombres cansados, buscadores de consuelo en la memoria y en el vino. El poeta transforma la tertulia en una misa, el brindis en sacramento. Detrás del gesto, la humanidad late: la necesidad de recordar que aún hay cosas por las cuales brindar con lágrimas.

El vino es apenas un pretexto para decir lo que el alma no olvida.

El poema no habla de exceso, sino de pureza: la pureza de un corazón que, incluso roto, conserva ternura.

En el fondo de la copa, no hay licor: hay infancia.

 

El silencio que pesa más que las palabras

El bohemio aguarda su turno. Deja pasar los brindis ligeros, las frases repetidas, las carcajadas sin eco. Cuando todo termina, se levanta. Su silencio tiene el peso del amor que no se dice, la espera de una emoción que solo puede pronunciarse una vez.

Hay silencios que valen más que todos los brindis del mundo.

Aguirre y Fierro retrata en él la dignidad de quien sabe cuándo hablar. El bohemio no compite con las voces, las honra. Y en esa pausa, la taberna se vuelve templo. El poeta enseña que la emoción necesita reposo, como el vino antes de servirlo.

El silencio es el borde donde empieza lo sagrado.

Cuando su voz rompe el aire, no lo hace para ser escuchado, sino para entregar su corazón entero.

Quien habla desde el alma no busca aplausos: busca redención.

 

El brindis que se convierte en plegaria

Entonces lo dice: su brindis no es por fortuna, ni por gloria, ni por amores. Es por su madre. La noche se detiene. La risa muere. La emoción se alza. En ese instante, el poema deja de ser bohemio y se vuelve oración.

Brindar por la madre es volver al origen del amor.

La figura materna aparece como un faro que ilumina al hijo arrepentido. Su voz temblorosa rescata la memoria de una ternura que nunca lo abandonó. El bohemio no habla de su madre como recuerdo, sino como presencia. Ella sigue ahí, aunque el tiempo la haya llevado lejos.

El amor de una madre no se apaga: se transforma en eternidad.

Y cada palabra que pronuncia es una lágrima que purifica, un gesto que limpia los excesos del alma errante.

La gratitud también puede ser una forma de fe.

 

La memoria que perdona

A través de su brindis, el bohemio se reconcilia con su pasado. La culpa se disuelve en ternura. La distancia se vuelve abrazo. El recuerdo deja de doler y empieza a sanar. Aguirre y Fierro convierte la memoria en redención.

El pasado no hiere cuando se lo mira con amor.

El poema se convierte en espejo de todos los hombres que han sentido nostalgia por lo que ya no pueden tocar. Recordar, aquí, no es padecer: es agradecer el milagro de haber amado.

Recordar no es llorar: es mantener vivo lo que dio sentido.

Cada verso acaricia lo perdido y lo devuelve al presente con la delicadeza de quien sabe que el amor no muere.

Hay recuerdos que bendicen en lugar de doler.

 

El arrepentimiento como redención

El bohemio se sabe imperfecto. La vida lo ha llevado por caminos turbios, por noches largas y desvelos. Pero su brindis lo rescata. La palabra, pronunciada desde el corazón, limpia su culpa. Ya no es el hombre errante: es el hijo que ha regresado al amor que lo formó.

Arrepentirse es volver al lugar donde empezó la inocencia.

Aguirre y Fierro nos enseña que la poesía puede ser confesión, perdón y consuelo. En la voz del bohemio vibra la fe de quien, al recordar a su madre, se perdona a sí mismo.

El amor es la única redención posible.

El vino que bebe ya no embriaga: ilumina. Cada lágrima se convierte en palabra y cada palabra en oración.

No hay pecado donde hay gratitud.

 

El eco que permanece

Cuando el bohemio termina, la taberna calla. No hay aplausos: hay silencio, respeto, comunión. Todos los presentes sienten que ese brindis también les pertenece. El poema deja de ser suyo: se vuelve universal.

El brindis del bohemio es la voz de todos los hijos agradecidos.

Guillermo Aguirre y Fierro logra con este texto una alquimia rara: transformar la nostalgia en belleza. Cada verso enseña que el amor, cuando se pronuncia con humildad, nunca se extingue.

Brindar es recordar sin tristeza.

Y así, el poema perdura. En cada lectura, alguien vuelve a levantar su copa, no al pasado, sino al amor que lo sigue sosteniendo.

La gratitud es el vino que nunca se acaba.

 

Al final

“El brindis del bohemio” no es un poema: es un espejo.

Nos recuerda que lo verdaderamente eterno no está en la gloria ni en el aplauso, sino en el amor que no pide nada.

Porque cuando el corazón levanta su copa, Dios escucha, aunque nadie aplauda.

 

 

 

Sobre el autor:

El hombre que convirtió el vino en palabra

Reseña biográfica de Guillermo Aguirre y Fierro, autor de “El brindis del bohemio”

 

 

El origen de un alma sensible

Guillermo Aguirre y Fierro nació en la Ciudad de México a inicios del siglo XX, en una época en la que el país todavía respiraba los ecos de la Revolución. Desde niño mostró un talento singular para la palabra y una inclinación natural por la reflexión y la emoción.

Su vocación literaria nació mucho antes de su fama.

Su infancia transcurrió entre libros, canciones y conversaciones que marcarían su oído poético. Era un observador silencioso, un testigo de la vida que aprendió a escuchar el alma del pueblo. Muy pronto comprendió que el lenguaje no solo servía para explicar el mundo, sino para sentirlo.

El niño curioso se convirtió en el hombre que escribiría lo eterno.

No buscaba el aplauso: buscaba comprender el misterio de la existencia, y en esa búsqueda fue naciendo el poeta.

El alma de Aguirre y Fierro nació de la emoción, no de la ambición.

 

El estudiante que amó las letras

Lejos de ser un improvisado, Aguirre y Fierro tuvo formación sólida. Cursó estudios en la Escuela Nacional Preparatoria y más tarde en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde obtuvo el título de abogado. Sin embargo, más que en los códigos, encontraba belleza en las palabras. Su inteligencia racional convivía con una profunda sensibilidad artística.

Fue abogado por deber, pero poeta por destino.

El rigor de la ley le enseñó estructura, pero la poesía le enseñó alma. En su vida, ambas disciplinas coexistieron con armonía. Durante sus años de estudio fue conocido por su elocuencia: tenía la rara capacidad de transformar cualquier argumento en emoción.

En sus discursos se mezclaban la lógica y la ternura.

Ese equilibrio entre la razón y el sentimiento marcaría toda su obra y su visión del mundo.

El derecho lo formó; la poesía lo reveló.

 

El maestro que enseñaba con el corazón

Tras obtener su título, Aguirre y Fierro trabajó en el servicio público, pero pronto descubrió su verdadera vocación: la enseñanza. Se convirtió en profesor de literatura y oratoria, labor que desempeñó con pasión y entrega. Quienes lo escucharon afirman que sus clases no eran lecciones, sino ceremonias.

Su voz enseñaba más que los libros.

En el aula encontraba un eco íntimo: la posibilidad de formar almas, no solo mentes. Cada lección suya era un acto de ternura intelectual, un intento por reconciliar al pensamiento con la emoción.

Enseñar fue su manera de brindar por el futuro.

A través de la docencia, Aguirre y Fierro sembró una semilla que aún florece en quienes comprenden que la palabra puede ser una forma de bondad.

Su cátedra fue un espejo del alma.

 

El poeta entre el deber y la bohemia

Su vida transcurrió entre el mundo formal del Derecho y el universo libre de la poesía. Frecuentaba cafés, tertulias y reuniones literarias donde la conversación era arte y el silencio, respeto. Pero su bohemia no era desbordada: era melancólica, reflexiva, casi sagrada.

Su bohemia no era fuga: era refugio.

Ahí, entre humo y vino, escuchaba historias que lo inspiraban. Leía a Nervo, a Díaz Mirón, a los románticos franceses. Su espíritu encontró en la noche el tiempo para escribir lo que el día le exigía callar.

El poeta nacía cuando el abogado dormía.

Escribió poemas de tono moral, patriótico y sentimental; algunos se publicaron en revistas literarias y antologías, otros se perdieron en periódicos de época. Pero uno, solo uno, bastó para hacerlo inmortal.

“El brindis del bohemio” fue el relámpago que iluminó toda su vida.

 

El nacimiento de la obra inmortal

Una noche, entre amigos, Guillermo Aguirre y Fierro levantó su copa y pronunció lo que no había podido escribir. En esa improvisación nació el poema que luego redactaría bajo el título “El brindis del bohemio”. No era un texto planeado: era una confesión.

Lo que dijo con vino, lo escribió con lágrimas.

El poema se difundió rápidamente; pasó de voz en voz, de taberna en taberna, hasta llegar a las escuelas y los teatros. La emoción pura de su mensaje —el amor a la madre, la gratitud, el arrepentimiento— lo convirtió en un clásico del alma mexicana.

En una sola noche, el poeta se hizo eterno.

El brindis del bohemio se transformó en rito: fue recitado en actos escolares, en velorios, en tertulias, en radios. Nadie supo cuándo dejó de pertenecerle.

Dejó de ser poema y se volvió plegaria popular.

 

El hombre que trascendió en silencio

Aguirre y Fierro murió joven, hacia mediados del siglo XX. Nunca gozó de riquezas ni de grandes homenajes, pero su nombre quedó grabado en el corazón del pueblo. Fue un hombre de vida discreta, fiel a su vocación de maestro y de poeta.

Murió sin aplausos, pero con eternidad.

Su herencia es la de un artista que supo unir la sencillez con la profundidad. Su obra no se mide por cantidad, sino por hondura. A través de un solo poema, resumió todo lo que el ser humano puede sentir: amor, arrepentimiento, gratitud y fe.

El silencio de su muerte fue el eco de su grandeza.

Hoy su figura pertenece más al alma que a la historia. Guillermo Aguirre y Fierro vive en cada voz que, con emoción, repite su brindis.

Su nombre no se estudia: se recuerda.

 

Finalmente

Fue abogado, maestro, poeta y hombre de bien.

Vivió con sencillez, escribió con ternura y murió con humildad.

Pero su palabra quedó. Y cada vez que alguien levanta una copa por amor, Guillermo Aguirre y Fierro vuelve a nacer.

​(ByNotas de Libertad).

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/… Siete mesas de la capital

La Gira del Tragón en busca del alma culinaria de la Ciudad de México

 

 

La ciudad que se sirve en platos

Esta vez, la Gira del Tragón hizo escala en la Ciudad de México. Y no fue por azar. Quise que mis lectores de Guanajuato conocieran esos siete lugares que, cuando viajo a la capital, se vuelven parada obligada de mi memoria y mi apetito.

Elegí estos sitios porque, más allá de su comida, son fragmentos de historia: lugares donde la nostalgia se disfraza de sazón y la vida recobra su ritmo con el primer bocado.

Ninguno pretende ser el mejor restaurante del país, pero todos comparten algo más profundo: el poder de recordarnos quiénes somos cuando comemos.

Porque hay comidas que no solo alimentan: nos devuelven la voz.

 

Donde el alma se quita el sombrero

Cuando uno entra a La Cantina Cuchilleros siente que el tiempo se vuelve de madera. Es un espacio donde la conversación tiene brillo y la historia huele a mezcal. Desde su oreja de elefante que ocupa el plato entero hasta sus frijoles charros que curan la nostalgia, el sitio es una liturgia de lo cotidiano.

Cuchilleros es una metáfora de la Ciudad: bulliciosa, elegante, caótica y precisa al mismo tiempo.

A unos pasos del Monumento a la Revolución, la vida se detiene entre risas, música y sobremesa. Allí entendí que la comida también puede ser un refugio.

No es solo una cantina, es una catedral del apetito nacional.

Los siete altares del apetito

Cada uno de los siete sitios elegidos cuenta su propia parábola: Los Tres Reyes con su barbacoa que parece rito; La Pancita de la Roma, donde un caldo basta para reconciliarse con la vida; Restaurante Humbertos (El Yucawach), que enciende la Del Valle con fuego del sureste; La Barraca Valenciana, con su fidelidad al arroz y al tiempo; Tacos Don Juan, donde el mediodía se quita el cansancio; y El Pozole de Moctezuma, que guarda en su maíz la genealogía del país.

Siete mesas, siete formas de entender la gratitud.

Cada una pertenece a un mapa distinto: el del sabor, el del recuerdo, el de la infancia, el del oficio, el de la conversación. Pero todas coinciden en un mismo territorio: el del alma.

Aquí la cocina no se improvisa: se hereda.

 

El sabor como espejo del alma

Estos lugares no son solo espacios gastronómicos, sino espejos de una cultura que se resiste a perder su humanidad. En sus fogones, la ciudad se escucha a sí misma. Cada plato es una confesión, cada salsa una memoria.

Comer en ellos es reconciliarse con lo que somos y con lo que aún soñamos ser.

La guía que propongo no pretende dictar gustos, sino invitar a la pausa. Es una ruta del alma más que del estómago. Lo que uno degusta en estos sitios no es solo comida: es pertenencia, historia y afecto.

Siete mesas, un solo país latiendo bajo la servilleta.

 

 

(By Notas de Libertad).

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Cuando la Tierra Habla con Voz de Calendario

Los días que nos recuerdan que seguimos siendo humanos

 

 

La raíz que se levanta

Cada jornada conmemorativa nace de una herida y florece en una esperanza. No son fechas al azar: son semillas que la humanidad planta en el suelo de su memoria para que no se olvide lo que costó aprender.

Cada día marcado en el calendario es un árbol de conciencia que nos da sombra contra el olvido.

Son días que no se celebran, se honran. Desde quienes luchan por la justicia hasta quienes custodian la vida del planeta, en ellos late la historia viva de todos los que aún creen.

Recordar no es mirar atrás: es extender la mano hacia adelante con la certeza de que el tiempo tiene corazón.

Y en esa mano que recuerda hay también un pulso de tierra, un latido que une el presente con lo que soñamos ser.

Cada fecha es una raíz que busca su cielo, un eco de humanidad que no se apaga.

 

Las voces que no se rinden

Hay días en los que el mundo se detiene a escuchar a quienes nunca tuvieron micrófono. Son las voces del campo, las del hambre vencida, las de los pueblos que se niegan a desaparecer.

En cada conmemoración habita la voz de alguien que habló por todos.

La mujer rural que alimenta al mundo, el niño que encuentra palabras pese al silencio del lenguaje, el voluntario que dona un órgano y regala un milagro: todos son notas de una misma melodía.

El calendario no sólo ordena el tiempo: ordena la conciencia colectiva.

En su tejido se mezclan luchas, lágrimas, victorias y gestos que no buscan aplausos, sino permanencia.

Recordar es un acto de resistencia, una forma de no morir del todo.

 

El pan, la palabra y la justicia

Cuando el mundo habla de alimentación, de pobreza o de igualdad, no sólo nombra problemas: pronuncia esperanzas.

Cada día internacional es un espejo donde la humanidad se mide y se corrige.

No hay fecha inútil cuando despierta una idea justa. El Día de la Alimentación no sólo defiende el derecho a comer, sino el derecho a vivir con dignidad. El Día de la Pobreza no sólo denuncia carencias, sino invita a mirar a los otros con ojos de prójimo.

Los días conmemorativos son el pan del alma: nos alimentan de memoria, de ternura y de propósito.

Porque mientras existan causas por las que recordar, el tiempo seguirá siendo humano, imperfecto y bello.

El calendario no es una agenda: es un altar donde la conciencia ofrece su pan de justicia.

 

El eco que nos une

En cada jornada que el mundo recuerda hay un puente invisible entre personas que nunca se conocerán, pero comparten un mismo deseo de bien.

Las fechas conmemorativas no nos separan, nos hermanan.

Mientras alguien en México celebra la donación de órganos, otro en India siembra la tierra, y alguien más en Europa levanta su voz contra el silencio ambiental. Todos, sin saberlo, se tocan a través de la esperanza.

El tiempo se convierte entonces en un lenguaje compartido: una oración sin fronteras.

Porque conmemorar no es mirar un número en el calendario, sino descubrir que en cada día vive un motivo para ser mejores.

Cada fecha es un puente entre almas que aún creen que el mundo puede sanar.

Domingo 12 de octubre   al sábado 18 de octubre.

 

Santoral.

 

Domingo 12 de octubre

 

Nuestra Señora del Pilar: Advocación mariana venerada en Zaragoza. Se dice que la Virgen se apareció al apóstol Santiago sobre un pilar, como signo de fe y esperanza para los pueblos hispánicos.

San Félix IV, Papa: Pontífice del siglo VI que transformó templos paganos en santuarios cristianos y defendió la unidad de la Iglesia en tiempos de controversia.

San Hedisto de Roma: Mártir sepultado en la Vía Laurentina, recordado por su conversión y firmeza en la fe durante las persecuciones romanas.

San Maximiliano de Lorch: Obispo evangelizador de la región del Danubio, cuya vida fue testimonio de entrega y valentía en la expansión del cristianismo.

San Opilio de Piacenza: Diácono del siglo V que dedicó su vida al servicio pastoral y la ayuda a los más pobres.

Lunes 13 de octubre

San Eduardo III, Rey y Confesor: Monarca inglés célebre por su bondad y justicia. Gobernó con piedad y se preocupó especialmente por los necesitados.

San Fausto de Córdoba: Mártir hispano que prefirió morir antes que renunciar a su fe cristiana. Su ejemplo es símbolo de firmeza y valor.

San Rómulo de Génova: Evangelizador de Liguria y pastor ejemplar que llevó la paz y el consuelo a su pueblo.

San Simberto de Augsburgo: Obispo prudente que trabajó por la unidad eclesial y la formación del clero.

San Teófilo de Antioquía: Escritor y obispo del siglo II que defendió la fe cristiana con profundidad teológica y amor por la verdad.

 

Martes 14 de octubre

San Calixto I, Papa y Mártir: Promotor del perdón y la reconciliación en la Iglesia. Murió defendiendo la misericordia divina frente a las posturas más rígidas.

San Juan Ogilvie: Sacerdote escocés que dio su vida por su fe durante las persecuciones religiosas del siglo XVII.

San Fortunato de Todi: Obispo italiano conocido por su entrega al servicio y su amor por los más necesitados.

San Donaciano de Reims: Obispo francés que defendió la justicia y la caridad en tiempos de tensión política.

San Jacobo Laigneau de Langellerie: Religioso francés que dedicó su vida a la enseñanza y la oración.

 

Miércoles 15 de octubre

Santa Teresa de Ávila: Doctora de la Iglesia y reformadora del Carmelo. Su vida fue un viaje interior hacia Dios y un ejemplo de fortaleza espiritual.

San Barses de Edesa: Obispo que mantuvo la fe de su pueblo durante las persecuciones y el exilio.

San Severo de Tréveris: Obispo alemán reconocido por su defensa de la fe frente a las herejías.

Santa Tecla de Kitzingen: Religiosa alemana que fundó monasterios y vivió en oración constante.

Santa Magdalena de Nagasaki: Mártir japonesa que entregó su vida por amor a Cristo, ejemplo de fidelidad en la adversidad.

 

Jueves 16 de octubre

Santa Margarita María de Alacoque: Religiosa francesa que recibió las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús y difundió su devoción en todo el mundo.

Santa Eduvigis: Duquesa polaca que renunció a los lujos para servir a los enfermos y huérfanos.

San Gerardo Majella: Religioso italiano lleno de humildad y prodigios, conocido como protector de las madres y los niños.

San Rodolfo de Gubbio: Obispo italiano recordado por su espíritu de servicio y su entrega a los más pobres.

San Vidal de Retz: Sacerdote francés que vivió en austeridad y dedicó su vida a la oración.

 

Viernes 17 de octubre

San Ignacio de Antioquía: Obispo y mártir de los primeros siglos. Sus cartas inspiraron a generaciones por su amor a Cristo y a la Iglesia.

San Juan eremita de Licópolis: Anacoreta egipcio que vivió retirado en oración y penitencia, ejemplo de contemplación y silencio.

San Florencio de Orange: Obispo francés que fortaleció la fe en tiempos difíciles, promoviendo la unidad entre los creyentes.

San Gilberto de Toulouse: Pastor dedicado a la enseñanza del Evangelio en una época de conflictos eclesiales.

San Isidoro Gagelin: Misionero que entregó su vida en tierras lejanas, testimonio de coraje y fidelidad.

 

Sábado 18 de octubre

San Lucas Evangelista: Autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Médico y artista del alma, narró con ternura el rostro humano de Cristo.

Beato Fidel Fuidio Rodríguez: Educador y religioso que consagró su vida a la enseñanza y a la formación espiritual de los jóvenes.

San Amable de Riom: Sacerdote francés venerado por su humildad y su poder de reconciliación entre enemigos.

San Asclepíades de Antioquía: Mártir que defendió su fe con serenidad frente a la persecución romana.

San Monón de Nassogne: Ermitaño belga recordado por su vida austera y su ejemplo de paz interior.

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Música para recordar el ayer

El poeta que aprendió a cantar con la piel: José María Napoleón

El hombre que convirtió el amor, la derrota y la esperanza en una misma canción

 

Entre Aguascalientes y los sueños

José María Napoleón nació en Aguascalientes el 18 de agosto de 1948. Su infancia transcurrió entre el bullicio de una familia modesta y el rumor de una ciudad que apenas despertaba a la modernidad. Desde niño sintió que la palabra tenía música propia y que cada sentimiento podía volverse melodía.

Antes de cantar, Napoleón soñó con escribir.
Sus primeros versos nacieron en libretas escolares, sin imaginar que algún día llenarían estadios.
De joven trabajó en oficios diversos, pero siempre con un pie puesto en la música: guitarra al hombro, canciones en la bolsa, fe en el corazón.

A diferencia de muchos, Napoleón no buscaba la fama: buscaba decir algo que durara más que el aplauso.
En los años setenta viajó a la Ciudad de México decidido a convertir sus versos en canción. Allí comenzó la verdadera historia del “poeta de la canción”.

Su llegada al Distrito Federal fue el punto de partida de una vida entre el arte y la perseverancia.

 

La voz que encontró su causa

Los primeros años no fueron fáciles. En concursos de canto fue eliminado más de una vez. Se burlaban de su acento, de su sencillez, de su timidez. Pero su mirada tenía esa obstinación que no se aprende: la del hombre que cree en lo que canta.

José María Napoleón supo que el talento sin paciencia se disuelve como el humo.
En 1970, su tema “El grillo” comenzó a sonar tímidamente en la radio, y poco a poco su nombre empezó a ganar respeto.
Luego llegó el festival OTI de la canción, el gran escenario que lo consagró. Aunque en 1976 fue descalificado injustamente, el público lo adoptó para siempre.

Su derrota se volvió triunfo porque fue auténtico incluso al perder.
De ahí nació su leyenda: la del hombre que no necesita ganar para ser eterno.

Napoleón descubrió que la sinceridad, cuando se canta con el alma, nunca fracasa.

 

El triunfo de las heridas

Su consagración definitiva llegó con canciones que parecían escritas desde el fondo del alma mexicana: “Vive”, “Pajarillo”, “Eres”, “Leña verde”, “Hombre”. Cada una de ellas narraba una forma distinta de resistir la vida.
No era un compositor de moda, sino un cronista sentimental.

Cada canción de Napoleón es una confesión disfrazada de melodía.
Su voz, rasposa y cálida, no buscaba la perfección técnica: buscaba verdad.
El público lo entendió enseguida: sus temas hablaban de la cotidianidad, del amor que duele, del perdón que tarda, de la dignidad en medio del fracaso.

Sus letras fueron el refugio de quienes amaban sin certezas.
Detrás de cada verso había un hombre que conocía la pobreza, la esperanza y el miedo, pero que seguía creyendo en la belleza.

Napoleón no cantaba para gustar: cantaba para sobrevivir.

Entre la fama y el retiro

A finales de los ochenta, cuando su carrera estaba en la cima, José María Napoleón decidió retirarse. Dijo que quería dedicar tiempo a su familia, a sí mismo, a su fe. La industria no entendió ese gesto: ¿cómo abandonar el éxito cuando por fin lo había conquistado?

Napoleón se retiró no por cansancio, sino por gratitud.
Pasaron años de silencio. Mientras otros buscaban mantenerse en escena, él cultivaba sus raíces, criando caballos y componiendo en soledad.
Su retiro se convirtió en un acto poético: una manera de recordar que el arte no es un oficio de permanencia, sino de verdad.

Su ausencia fue su mejor lección: no todo artista necesita estar presente para seguir diciendo algo.

Cuando volvió a los escenarios, el público lo recibió de pie, como si nunca se hubiera ido.
El tiempo, lejos de borrarlo, lo volvió más profundo.

 

El regreso del trovador maduro

En su regreso, José María Napoleón no buscó reinventarse: fue el mismo, pero con la serenidad de quien ya no compite. Llenó auditorios, grabó nuevos discos y compartió escenario con artistas que crecieron escuchándolo.
Sus canciones recuperaron vigencia porque el corazón humano sigue siendo el mismo.

En un mundo de ruido, su voz volvió a recordarnos la importancia de la emoción.
Temas como “Vive” adquirieron nuevos significados: no como consejo, sino como testamento.

En entrevistas confesó que su fe y su familia fueron su ancla. Que aprendió que la humildad es el único escenario que nunca se vacía.
Napoleón no regresó para repetir su pasado, sino para darle un sentido más humano.

Cada concierto se convirtió en una especie de misa laica, donde la gente encontraba consuelo en su manera de decir: “vive intensamente, porque la vida no se repite”.

El trovador regresó, no para ser famoso, sino para dar gracias.

 

Herencia y permanencia de un poeta

José María Napoleón pertenece a una estirpe rara: la de los artistas que no pasan de moda porque no cantan al tiempo, sino a la vida.
Su hijo, José María Napoleón Jr., ha continuado el camino musical, mostrando que la herencia más grande no es el apellido, sino la sensibilidad.

Su legado no está en los premios, sino en las lágrimas que provoca.
Hoy, sus canciones siguen acompañando bodas, despedidas, silencios y amaneceres.
Su voz, más que sonido, es memoria; y su figura, más que fama, es consuelo.

Napoleón es el poeta que demostró que la ternura también puede ser heroica.
Su nombre no necesita adornos: basta una guitarra y una palabra suya para que el alma vuelva a tener fe.

Porque mientras alguien cante “Vive”, José María Napoleón seguirá viviendo.

(By Notas de Libertad).

Vive.

Hombre.

Lo que no Fue no Será.

El silencio que canta: la vida íntima de Damien Rice

El hombre que convirtió la vulnerabilidad en un instrumento

 

La raíz de un músico que huyó del ruido

Nacido en Dublín en 1973, Damien Rice no creció entre los reflectores sino entre silencios que aprendieron a transformarse en melodía. Su infancia transcurrió en Celbridge, un pequeño pueblo irlandés donde las tardes parecían hechas para escuchar el viento y descubrir que el alma también tiene acordes. Desde niño sintió la necesidad de traducir lo invisible: tocaba el clarinete, la guitarra, el piano… todo lo que le permitiera decir lo que las palabras no alcanzaban.

Desde sus primeros años, Rice comprendió que la música no era un oficio sino una forma de respiración.
Ese impulso lo llevó a formar parte del grupo Juniper, con amigos del colegio, y juntos probaron el sabor de las discográficas, los contratos, las luces. Pero lo que para otros era un sueño, para él pronto se volvió una jaula.

El joven irlandés descubrió que la fama temprana podía ser un disfraz del silencio interior.
Cansado de que le dijeran cómo debía sonar su verdad, dejó la banda en el punto más alto y emprendió un viaje hacia ninguna parte, decidido a reencontrarse con su esencia.

No huyó del éxito: huyó del ruido.

 

Toscana, tierra de retiro y revelación

A finales de los noventa, Damien Rice se refugió en la campiña italiana, donde cambió los escenarios por los olivares. Vivía con lo justo, tocaba en las calles, escribía en servilletas y dormía bajo la intuición de que el arte necesita despojo. Esa época lo marcó para siempre: descubrió que la sencillez también puede ser una forma de grandeza.

Fue en el silencio de la Toscana donde Rice encontró su voz más verdadera.
Sin público, sin productores, sin presión, entendió que la música nace de la honestidad, no del aplauso.

Allí empezó a gestarse el espíritu de su primer disco, una colección de heridas convertidas en canciones. Cada melodía llevaba el perfume del campo y la nostalgia de quien vuelve a casa después de perderlo todo.

Esa temporada de soledad no fue una pausa: fue el principio de un lenguaje emocional que lo haría eterno.

 

El nacimiento de O: cuando la herida se volvió himno

En 2002 lanzó O, su primer álbum como solista. Nadie lo esperaba, pero todos lo sintieron como si ya lo hubieran escuchado alguna vez. The Blower’s Daughter, Cannonball, Delicate: piezas que parecían susurradas por alguien que conoce la fragilidad y la canta sin vergüenza.

Damien Rice no buscó conmover: simplemente se atrevió a sentir frente al micrófono.
El disco se convirtió en un fenómeno inesperado. Sin publicidad masiva, sin grandes giras, su voz quebrada viajó de boca en boca, de oído en oído, hasta alcanzar al público que necesitaba consuelo.

Con O, Rice demostró que el alma humana todavía tiene lugar en la industria musical.
No era un cantante de radio, era un poeta accidental que usaba acordes para confesar lo que dolía.

En cada canción, el silencio se convirtió en una forma de ternura.

 

El eco de un corazón cansado

Cuatro años después, Damien Rice regresó con 9, un disco más oscuro, más introspectivo. El amor ya no era refugio, sino campo de batalla. La melancolía se convirtió en brújula, y el desencanto en verdad. Lisa Hannigan, su inseparable compañera de escenario, aún lo acompañaba en las grabaciones, pero el desgaste emocional entre ambos marcó el tono del álbum.

Rice escribió como quien sangra sobre el papel y luego canta para no morir de tristeza.
El disco fue un retrato de un artista en conflicto consigo mismo, y esa crudeza lo volvió aún más humano.

Cuando Hannigan se alejó, no solo perdió una voz sino una parte de su equilibrio. La fama, que antes evitaba, volvió a acosarlo. Damien eligió el silencio.

Callar se volvió su modo de seguir hablando.

 

El regreso del náufrago: My Favourite Faded Fantasy

Pasaron ocho años antes de que Rice regresara a los estudios. El mundo había cambiado, y él también. En 2014 presentó My Favourite Faded Fantasy, un disco más maduro, más orquestal, donde la melancolía convivía con la calma. Su voz seguía siendo un temblor, pero esta vez ya no provenía del dolor sino de la serenidad.

El tiempo lo había convertido en un alquimista del sentimiento: transformaba la tristeza en belleza pura.
Las canciones, amplias y etéreas, mostraban a un hombre reconciliado con sus heridas. No necesitaba gritar; bastaba un susurro para llenar el espacio.

En entrevistas, Rice confesó que aprendió a vivir con menos culpa y más gratitud. Que su soledad ya no era castigo, sino casa.

Regresó no para recuperar el pasado, sino para cantarle al silencio que lo salvó.

 

El legado de un hombre que prefiere la sinceridad al aplauso

Hoy, Damien Rice sigue siendo un referente del folk íntimo, del minimalismo emocional. Sus conciertos, lejos de ser espectáculos multitudinarios, son ceremonias donde cada nota pesa como una confesión. No compite con nadie, porque entendió que la música no es una carrera, sino un espejo.

Su obra enseña que la vulnerabilidad puede ser una forma de valentía.
Más que un músico, es un testigo del alma humana, un hombre que nos recuerda que el arte verdadero no se grita: se murmura.

Su historia no está hecha de premios, sino de honestidad; no de portadas, sino de pausas.
Damien Rice eligió ser pequeño para seguir siendo real, y en esa decisión encontró su grandeza.

Al final, su mayor canción es él mismo: un silencio que aprendió a cantar.

(By Notas de Libertad).

The Blower’s Daughter

Cold Water.

9 Crimes.

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“Licencia para robar. Segalmex: el hoyo negro que devoró a la 4T”

De: Zedryk Raziel y Georgina Zerega

Resumen:  

El saqueo detrás de la esperanza

Segalmex: la herida que desnudó a la Cuarta Transformación

 

 

El sueño de alimentar al pueblo

Segalmex nació con un propósito luminoso: garantizar que el campo mexicano recuperara dignidad y que el maíz volviera a ser símbolo de justicia social. El nuevo gobierno quiso reunir bajo un mismo techo a Diconsa y Liconsa para crear un sistema capaz de llevar leche, granos y semillas a las comunidades más olvidadas.

Era la utopía del abasto justo, la promesa de que la alimentación sería derecho, no privilegio.

Durante los primeros meses, el discurso fue de esperanza. Se habló de soberanía alimentaria, de justicia rural, de la necesidad de rescatar a los campesinos del abandono neoliberal.

Pero el sueño empezó a resquebrajarse. Las cifras no cuadraban, los programas no aterrizaban, las bodegas se llenaban de papeles en vez de granos.

El organismo que debía nutrir al país comenzó a devorarse a sí mismo.

Detrás de los informes llenos de optimismo, se escondía un sistema de compras mal diseñado, con controles difusos y decisiones concentradas en pocas manos. Segalmex nació como promesa; muy pronto se volvió advertencia.

 

Ignacio Ovalle y el círculo del poder

El nombre de Ignacio Ovalle Fernández se volvió sinónimo de contradicción: un hombre con pasado en la izquierda, amigo del presidente, y responsable de la operación de un organismo que acabaría convertido en símbolo de corrupción.

En la política mexicana, la lealtad a veces pesa más que la capacidad.

Ovalle, con décadas de trayectoria y una relación de confianza con el presidente, fue puesto al frente como garante moral. Pero sus decisiones —o su falta de control— permitieron que una red de funcionarios intermedios desviara recursos millonarios.

Los contratos se firmaban con empresas sin historial, los proveedores cambiaban de razón social cada semestre y el dinero fluía con ligereza alarmante.

El exceso de confianza se transformó en el caldo de cultivo de la impunidad.

Alrededor de Ovalle surgieron nombres recurrentes: exfuncionarios que antes trabajaron en Liconsa o Diconsa y ahora ocupaban cargos clave. Todo parecía un tablero diseñado para operar sin freno ni vigilancia real. El director se convirtió, sin proponérselo, en el rostro más visible de la caída moral de un proyecto.

 

Las grietas del sistema

El libro “Licencia para robar” disecciona los mecanismos con los que se vació el erario bajo el disfraz de programas sociales. No se trató de un fraude aislado, sino de un modelo que aprovechó la estructura misma de Segalmex: su amplitud, su dispersión, su desorden.

El dinero se escurrió por las rendijas de un sistema que nunca fue vigilado.

Las auditorías internas encontraron operaciones imposibles de comprobar: facturas infladas, contratos duplicados, bodegas vacías con inventarios ficticios.

En los registros aparecían millones destinados a comprar alimentos que nunca llegaron a los destinos rurales. Mientras tanto, en los pueblos, la leche se agotaba y los precios del maíz subían.

El organismo que debía aliviar el hambre terminó alimentando la corrupción.

Los autores describen con precisión el modo en que los controles contables fueron relajados deliberadamente. Era un andamiaje burocrático donde todos firmaban y nadie respondía. De esa mezcla surgió el fraude más grande del sexenio.

 

El agujero negro de los recursos

La cifra oficial del desfalco —más de quince mil millones de pesos— no es solo una estadística: representa escuelas que no se construyeron, caminos rurales sin pavimento y familias que siguieron comiendo una vez al día.

Cada peso robado fue una comida menos en la mesa de los pobres.

Las auditorías fueron contundentes: Segalmex se convirtió en un hoyo negro que absorbía todo control. Los mecanismos de compra estaban diseñados para simular competencia, pero los ganadores eran siempre los mismos.

Las bodegas del país se llenaron de producto caduco, y los camiones contratados para repartirlo nunca llegaron a su destino.

Era el retrato del fracaso administrativo vestido de política social.

En los despachos del gobierno, el tema se volvió tabú. Algunos intentaron minimizarlo, otros lo usaron como arma política. Pero la magnitud del daño hizo imposible ocultarlo. El fraude ya tenía nombre, rostro y vergüenza.

 

El silencio como estrategia

Cuando el escándalo estalló, la respuesta oficial fue el mutismo. No hubo disculpas públicas ni renuncias inmediatas. Solo un intento de deslindar responsabilidades sin afectar la imagen presidencial.

En el México político, callar es una forma de gobernar.

Los responsables directos fueron removidos discretamente, reubicados en otros cargos o desaparecidos del radar público. Nadie de alto nivel fue encarcelado; las investigaciones se diluyeron entre tecnicismos judiciales.

El discurso de “cero corrupción” se fracturó. Y aunque el presidente reconoció que Segalmex era “la mancha” de su administración, el sistema prefirió el olvido antes que la rendición de cuentas.

El caso se convirtió en un espejo: en él se reflejaban las viejas prácticas del poder que la 4T juró enterrar.

Los ciudadanos, una vez más, quedaron en la orilla de la verdad, viendo cómo las promesas se disolvían en la niebla del burocratismo y la complicidad.

 

La herencia que dejó el escándalo

“Licencia para robar” no cierra con un epílogo de justicia, sino con una advertencia. Las investigaciones siguen abiertas, los nombres clave permanecen impunes y los programas de abasto continúan operando sin reforma estructural.

Un país que no aprende de su corrupción está condenado a repetirla.

El libro no solo exhibe cifras, sino que desnuda una moral colectiva: la costumbre de mirar hacia otro lado cuando el saqueo viene acompañado de discursos bondadosos.

Segalmex no es un episodio aislado; es un síntoma. Es la prueba de que la corrupción no depende de ideologías, sino de estructuras mal diseñadas y del poder sin vigilancia.

La Cuarta Transformación, que prometió regenerar la vida pública, terminó tropezando con su propia sombra.

Al final, el lector entiende que el verdadero hoyo negro no está solo en los archivos contables, sino en la pérdida de confianza ciudadana. Y esa es una deuda que ningún presupuesto podrá pagar.

 

Sobre los autores:

 

Zedryk Raziel: la obsesión del dato exacto

Del rumor de la ciudad al pulso del archivo

 

Los orígenes de una voz crítica

Nació en Ciudad de México, cuando la capital era un estruendo de voces y sobrevivencias.
Creció entre el bullicio de los noticieros y la música de los mercados, donde las historias se contaban a gritos y la verdad se escondía entre líneas.
Desde niño comprendió que el silencio también habla y que lo importante rara vez se anuncia.
Mientras otros niños soñaban con estadios o escenarios, él jugaba a descubrir qué se escondía detrás de los titulares.
Aprendió que la duda no es desconfianza: es respeto por la verdad.
De sus primeras lecturas de periódico nació la vocación por buscar, no por creer.
El dato se convirtió en brújula, y la curiosidad en destino.
Esa infancia, tejida de ruido y observación, sería la semilla de un periodista obstinado.
Creció con la certeza de que entender el poder era la única forma de no temerle.

 

Vocación entre papeles y sospechas

Estudió Ciencias Políticas en la UNAM para entender, no para mandar.
El campus fue su primer archivo: descubrió que las decisiones dejan huellas en los papeles antes que en los discursos.
Aprendió que el poder se rastrea, no se explica.
Pasaba horas leyendo decretos, informes y oficios antiguos, convencido de que la historia del país está escrita en los márgenes.
Descubrió que las instituciones también mienten, pero sus mentiras dejan rastro.
De esa constatación nació su método: comprobar antes de escribir.
La política lo desilusionó, el periodismo lo rescató.
Decidió cambiar la tribuna por la libreta y el mitin por la búsqueda de documentos.
Comprendió que informar es dar contexto, no consigna.
Desde entonces su fe está puesta en la evidencia, no en la retórica.

 

Los primeros pasos del oficio

Ingresó al periodismo por la puerta más humilde: la del reportero de base.
Aprendió que la redacción no perdona los errores y que el cierre llega cuando la historia está completa, no cuando suena el reloj.
Descubrió que la prisa es el enemigo natural de la verdad.
Reescribió decenas de notas hasta aprender que una palabra mal usada puede cambiar el sentido de un hecho.
Durmió más de una vez entre papeles, con el cansancio de quien busca exactitud.
Cada noche de guardia fue una lección de rigor.
Entendió que un reportaje no vale por la primicia, sino por la permanencia.
Ese principio lo acompañaría siempre: preferir la precisión al aplauso.
La paciencia se volvió su mayor herramienta.
En un oficio de ruido, eligió el silencio del archivo como su lugar de trabajo.

 

El periodismo como autopsia del poder

Cuando comenzó a publicar investigaciones, su estilo se distinguió por la serenidad.
No usaba exclamaciones, sino fechas; no adjetivos, sino cifras.
Convirtió los expedientes en protagonistas y las auditorías en trama.
Sus textos no buscaban moralizar: buscaban mostrar el sistema que permite el abuso.
Su primera gran obra, “El caso Viuda Negra”, combinó narrativa y documentación con exactitud quirúrgica.
Fue la antesala de Licencia para robar, escrita con Georgina Zerega, donde diseccionó el caso Segalmex sin alzar la voz.
Para él, el dato comprobado es más subversivo que el discurso airado.
Cada capítulo de ese libro es un registro de cómo la corrupción se volvió hábito.
Su periodismo no pretende indignar, sino probar.
Por eso incomoda: porque convierte la sospecha en evidencia.

 

Ética y método

Publica solo lo que puede sostener ante la duda.
Si falta un documento, espera; si sobra una palabra, la quita.
Prefiere callar a especular.
Esa ética no es consigna moral sino práctica diaria: la precisión como respeto al lector.
Desconfía del adjetivo grandilocuente y del periodista que opina más de lo que comprueba.
Cree que el silencio también es una forma de rigor.
Cada historia es un mapa donde la verdad se construye paso a paso.
En tiempos de estridencia, su sobriedad es un acto de resistencia.
No busca premios: busca coherencia.
Y en esa constancia está su credibilidad.

 

La madurez del silencio

Pertenece a la generación que cambió el grito por el dato.
Su estilo sobrio es una forma de valentía frente al ruido mediático.
Ve el periodismo como memoria colectiva escrita con pruebas.
Sabe que una sociedad se reconstruye con hechos, no con eslóganes.
Ha hecho de la precisión una forma de decencia.
No hay gesto heroico en su trabajo: hay disciplina y método.
Su legado no será una frase célebre, sino una constelación de verdades comprobadas.
En un país donde los archivos asustan al poder, insiste en abrirlos.
Zedryk Raziel no escribe para convencer, sino para dejar constancia.
Y en tiempos de ruido, eso equivale a un acto de fe.

 

Georgina Zerega: la mirada que une dos continentes

La periodista que convirtió la distancia en perspectiva y el dato en conciencia

 

Las raíces del asombro

Nació en Córdoba, Argentina, en un hogar donde la conversación era una forma de aprendizaje.
Las sobremesas familiares eran foros improvisados donde política y cultura se mezclaban con afecto y discrepancia.
Desde niña entendió que las palabras podían construir o destruir realidades.
La radio fue su primera escuela de periodismo: la voz humana le enseñó el poder de la cadencia y la pausa.
Su infancia estuvo marcada por la curiosidad y la observación, más que por el protagonismo.
Prefería escuchar; sabía que quien escucha comprende.
Descubrió que la información no es poder si no se comparte con claridad.
Esa certeza la acompañaría siempre.
Aprendió que la verdad no se grita: se argumenta.

 

El salto al mundo

Una beca la llevó a España, donde descubrió que la objetividad no es un dogma, sino una práctica cotidiana.
Madrid la formó entre el rigor de la vieja escuela europea y la nostalgia por la voz latina.
El rigor europeo le dio estructura a la pasión latinoamericana que ya la definía.
Entre aulas y redacciones, aprendió a mirar los hechos con distancia y precisión, sin perder el pulso humano.
La distancia geográfica se convirtió en perspectiva moral.
Comprendió que el periodismo necesita distancia para ver mejor, pero nunca para alejarse de las personas.
Con ese equilibrio entre razón y emoción empezó a tender un puente entre Europa y América.
Su mirada, enriquecida por ambas orillas, se volvió su identidad profesional.
El océano no la separó: la completó.

 

México: el punto de encuentro

Llegó a México movida por la intuición de que el país era un relato inconcluso que necesitaba testigos.
Aquí se encontró con una realidad tan diversa como su propio recorrido: latinoamericana y universal al mismo tiempo.
Su mirada extranjera se volvió ventaja: veía lo que la costumbre local dejaba de ver.
Descubrió que México es un espejo de todo el continente: desigualdad, belleza, violencia y esperanza.
Encontró en esta tierra el tercer vértice de su triángulo vital: Argentina, España y México.
De ese cruce nació su verdadera voz.
Cada ciudad mexicana que recorrió la acercó a sus raíces y la alejó del lugar común del extranjero.
Su periodismo empezó a hablar con acento propio y corazón plural.
Comprendió que su vida era un puente: unir experiencias para traducirlas en claridad.

 

El encuentro con Zedryk Raziel

Coincidieron en una cobertura y descubrieron que compartían la misma obsesión por el dato.
De esa coincidencia nació una sociedad profesional basada en la confianza y el rigor.
Creyeron que el periodismo debía probar, no solo afirmar.
Su diálogo constante dio forma al proyecto Licencia para robar.
Zedryk aportó la disección del expediente; Georgina, la respiración narrativa.
Juntos convirtieron la investigación en literatura de la transparencia.
Aprendieron que dos miradas distintas pueden coincidir en una sola ética.
El libro los consagró como cronistas de la corrupción estructural.
No buscaron escándalo, sino comprensión.
Esa fue su forma de denuncia.

 

La ética como acento

En un oficio de voces altisonantes, eligió la sobriedad.
Para ella, el rigor también es una forma de ternura hacia quien lee.
Cree que el periodista debe ser testigo, no juez.
Esa distancia le permite empatía sin complacencia.
Rechaza la prisa informativa que trivializa lo importante.
Prefiere publicar menos, pero con precisión.
Sabe que la credibilidad se gana a diario y se pierde una sola vez.
Por eso revisa cada línea como quien pule un diamante.
La ética no es un tema de discurso: es de procedimiento.
Su acento argentino es apenas un matiz; su lenguaje es la honestidad.

 

La huella del oficio

Su escritura une la disciplina europea con la sensibilidad latinoamericana.
Cada reportaje suyo es un ejercicio de claridad.
No necesita gritar para hacerse escuchar.
Su tono sereno tiene la fuerza de lo comprobado.
Prefiere la certeza humilde a la grandilocuencia vacía.
Su trabajo en medios internacionales ha sido ejemplo de independencia.
Ha demostrado que la verdad no tiene pasaporte ni ideología.
En cada texto se reconoce la autora que respeta la inteligencia del lector.
Escribe para que la memoria no se pierda entre titulares efímeros.
En tiempos de ruido, Georgina Zerega representa la permanencia del rigor.

(By Notas de Libertad).

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El fuego que no se apaga: María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025

La historia de una mujer que convirtió la persecución en esperanza y la resistencia en símbolo universal de dignidad.

 

 

La semilla de la libertad

De la niña que soñaba entre montañas caraqueñas a la joven que comprendió que la justicia no se hereda: se conquista.

 

 

Infancia entre luces y grietas

María Corina Machado nació el 7 de octubre de 1967 en Caracas, en una Venezuela que confiaba en el petróleo como ascensor social y en la escuela como promesa de movilidad.

Desde temprano asumió que el privilegio obliga, no dispensa.

Hija del empresario siderúrgico Henrique Machado Zuloaga y de la psicóloga Corina Parisca Gil, su hogar fue cruce de fábrica y consulta: carácter y escucha, temple y ternura.

Aprendió que la riqueza sin responsabilidad empobrece al alma.

Creció viendo la ciudad expandirse hacia el este mientras los cerros se apiñaban al oeste, y entendió pronto que el país era una balanza mal calibrada.

Vio que el mapa social era una promesa rota que pedía reparación.

Estudió su primaria en el Colegio Merici, donde la disciplina se aprendía de pie y la empatía se ejercía de rodillas ante el que sufría.

La escuela fue rigor, pero también refugio de los vulnerables.

Al cerrar los ojos por las noches, Caracas le sonaba a sirena lejana y a susurro de abuela contando historias de una patria grande.

Entendió que una nación se mide por cómo trata a sus niños.

 

Las lecciones del acero y la ternura

En los años setenta, el auge petrolero infló presupuestos y vanidades, mientras la periferia acumulaba deudas silenciosas.

El fuego la vacunó contra el miedo a la presión.

Su padre la llevaba a la planta: el rojo vivo del acero le enseñó que lo que se forja a fuego resiste vendavales.

La escucha la entrenó para oír incluso lo que no se dice.

Su madre la llevaba a visitas pastorales: el susurro del dolor le enseñó que lo que se nombra puede empezar a sanar.

Firmeza sin ternura es dureza; ternura sin firmeza, rendición.

En casa, el deber no era una consigna: era una práctica cotidiana, desde tender la cama hasta respetar la palabra dada.

El deber se volvió hábito, y el hábito, convicción.

Así se trenzaron dos hilos en su carácter: firmeza para decir no; compasión para decir aquí estoy.

Creyó en una fuerza que jamás humilla: la decencia.

 

El despertar de la conciencia social

En 1984 ingresó a Ingeniería Industrial en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB): cálculo en el aula, conciencia en los pasillos.

La universidad fue el ensayo general de su vida pública.

Participó en iniciativas estudiantiles y programas de servicio; no quería títulos vacíos, quería herramientas útiles.

Entendió que el método importa: también en la política.

A mitad de los ochenta ya asomaban grietas: inflación, clientelismo, desencanto. La democracia necesitaba mantenimiento urgente.

Cada fórmula podía convertirse en solución concreta.

La UCAB fue su primera plaza pública: aprendió a disentir sin gritar y a convencer sin humillar.

El liderazgo no es un cargo: es una conducta.

Su vocación técnica se casó con una ética civil: números al servicio de personas, no al revés.

El mérito es compromiso, no adorno en el currículum.

 

El Caracazo y la herida del país

El 27 de febrero de 1989, con 21 años, presenció el Caracazo: la ciudad ardió y la confianza se partió como vidrio.

La violencia nunca es respuesta: la justicia sí.

Desde su parroquia universitaria coordinó acopios de medicinas y alimentos; descubrió que organizar también es una forma de compasión.

El dolor colectivo se volvió deber personal.

Las morgues y hospitales se llenaron de nombres que nunca debieron ser cifras: entendió que la injusticia mata, no solo hiere.

Aprendió a convertir el miedo en servicio.

La sirena de aquel febrero quedó tatuada en su memoria como un llamado permanente.

Prometió no volver a mirar hacia otro lado.

Esa herida generacional fue su punto de no retorno.

Comprendió que la paz auténtica exige verdad.

 

Vocación y propósito

Se graduó en 1989. Trabajó un tiempo en el sector privado y, en 1992, cofundó con su madre la Fundación Atenea para niños huérfanos y en abandono.

El servicio social fue su primera política pública real.

Ese mismo año contrajo matrimonio con Ricardo Sosa Branger; más adelante llegarían sus tres hijos: Ana Corina, Ricardo y Henrique.

Cada niño atendido le confirmó el sentido del deber.

Alternó maternidad y gestión social: la agenda llevaba intercalados biberones y reuniones, cuentos nocturnos y presupuestos.

La maternidad afinó su brújula moral.

Mientras el país sufría intentos de golpe en 1992, reafirmó su fe en la vía democrática y en la educación como cimiento.

Educar es prevenir la violencia con dignidad.

Aquella década fue su taller de humanidad y gerencia: aprender a cuidar sin improvisar y a dirigir sin endurecerse.

Comprendió que organizar la esperanza es trabajo diario.

 

De la inocencia a la convicción

La niña que olía a café caraqueño y a chispas de acero ya sabía lo esencial: el país no se hereda, se construye. Con una fecha de nacimiento precisa y una brújula ética forjada en casa y en la universidad, empezaba a tomar forma la mujer que, años después, convertiría la adversidad en servicio y la convicción en camino.

Todo estaba listo para el siguiente paso: transformar la compasión en organización, la indignación en método y la esperanza en movimiento. El tiempo la empujaba hacia 2002, cuando la palabra ciudadanía se escribiría con tinta indeleble: Súmate.

 

 

La mujer que se enfrentó al poder

La fundación de Súmate y el nacimiento de una ciudadanía que entendió que participar también es resistir.

 

 

Una idea nacida del desvelo (2002)

En 2002, cuando el país parecía una marea de consignas y empujones, María Corina Machado decidió que la democracia debía defenderse con reglas y ciudadanos, no con gritos. Junto al ingeniero Alejandro Plaz cofundo Súmate, una organización civil sin banderas partidistas que nació en un apartamento con computadores prestados, hojas de cálculo y una certeza: el voto debía volver a ser confiable. Con serenidad técnica, redactaron manuales para testigos, protocolos de auditoría y guías sencillas para que cualquiera comprendiera sus derechos políticos.

Súmate nació para demostrar que la participación no es ingenuidad, sino resistencia pacífica.

La pequeña oficina se convirtió en taller de esperanza. Cada nuevo voluntario traía un mapa de su parroquia, teléfonos de vecinos, una mesa que prestar, una idea para cubrir otra calle. La ingeniería cívica sustituyó la furia partidista: cronogramas, listados, entrenamientos, cadenas de custodia. De ese orden nació una mística que cambió el ánimo de miles.

Convertir el desvelo en método fue su primer acto político.

Mientras otros discutían en televisión, ellos llenaban planillas, probaban simulacros y afinaban rutas de traslado de actas. La propuesta no era gritar más alto, sino contar mejor, acompañar al elector y cuidar su voluntad desde que llega a la mesa hasta que se imprime el acta final.

2002 fue el año en que el liderazgo ciudadano adquirió rostro femenino.

Entre vecinos, parroquias y universidades, se tejió una red nacional de observación que no ofrecía milagros ni atajos, solo trabajo meticuloso. Aquella red, silenciosa y obstinada, encendió la primera luz al final del túnel.

El método —orden, evidencia, convicción— se convirtió en su forma de hacer política.

 

Las firmas del pueblo (2003–2004)

Entre noviembre de 2003 y enero de 2004 el país presenció una escena inédita: colas larguísimas de ciudadanos firmando, en paz, para activar el referéndum revocatorio. Súmate coordinó la logística civil de esa gesta: mesas, planillas, resguardo de actas, rutas para evitar pérdidas, teléfonos de emergencia. No hubo recursos del Estado ni propaganda oficial; hubo fe en que la vía constitucional seguiría abierta si las reglas se cumplían.

Firmar fue el acto de fe más multitudinario de la era democrática.

María Corina y su equipo verificaban datos hasta la madrugada, atendían dudas, devolvían orden a la ansiedad. La ciudadanía entendió que su firma era una pieza de un mecanismo mayor donde cada detalle contaba: la fecha bien escrita, el número correcto, la cédula legible. La precisión dejó de ser frialdad para convertirse en solidaridad.

El civismo se impuso a la desesperanza: el país redescubrió su fuerza al organizarse sin gritar.

Cuando el Consejo Nacional Electoral reconoció buena parte de las firmas y anunció verificaciones, la gente respiró. Todavía faltaban pruebas, pero la ruta legal seguía viva. El aprendizaje fue inmediato: la organización sostenida vence al cansancio.

Súmate demostró que la ciudadanía podía ser más fuerte que cualquier consigna.

Aquel diciembre dejó un eco que no se apagó: la convicción de que, si el voto era un puente, la sociedad podía cruzarlo unida sin empujar a nadie fuera del camino.

La confianza se construye con participación, no con atajos.

 

Reparos, presión y listas (mayo–junio de 2004)

En mayo de 2004 llegó la fase de reparos: días para ratificar las firmas observadas por el CNE. Miles volvieron a presentarse con el mismo temple con que habían firmado. Súmate desplegó testigos, manuales y teléfonos de guardia, cuidando que cada gesto administrativo no se convirtiera en pretexto para anular la voluntad ciudadana. La calma organizada fue la mejor defensa ante la incertidumbre.

Cada firma ratificada fue una victoria de la conciencia sobre el miedo.

Al mismo tiempo, surgió la ‘Lista Tascón’, un registro público de firmantes que derivó en discriminación: despidos, trámites negados, vetos silenciosos. La delación, vieja sombra de otras épocas, se coló de nuevo por la puerta de los hogares. Ante ello, María Corina respondió documentando, denunciando y acompañando a las víctimas sin ceder al grito ni a la revancha.

El miedo quiso administrar la vida de la gente; la documentación devolvió dignidad al ciudadano.

La ratificación se impuso y el camino al referéndum quedó trazado. El costo emocional fue alto, pero la lección cívica fue más alta todavía: perseverar funciona.

Defender el voto se convirtió en defender la dignidad cotidiana.

El movimiento no se quebró; se ordenó mejor. Las parroquias aprendieron a llevar sus propios archivos, a registrar incidencias y a compartir buenas prácticas como si se tratara de un gran taller nacional.

La disciplina civil fue el antídoto frente a la intimidación.

 

15 de agosto de 2004: la noche que partió a Venezuela

El referéndum se celebró el 15 de agosto de 2004 con observación de la OEA y el Centro Carter. La participación superó cualquier pronóstico y las colas, bajo sol o lluvia, fueron el retrato luminoso de un país que todavía creía en sí mismo. Al cierre de la jornada, el CNE anunció la victoria del ‘No’ con alrededor del 59 por ciento a favor de que el presidente continuara.

El resultado dividió la confianza nacional en dos relatos que aún hoy se miran con recelo.

Súmate señaló inconsistencias y pidió auditorías adicionales. Hubo quien celebró, hubo quien lloró; pero nadie pudo negar la estatura cívica de millones que votaron en calma. María Corina compareció con serenidad: agradeció a los voluntarios, sostuvo la necesidad de verificar y, sobre todo, llamó a preservar la paz.

Perder en números no fue perder en valores: la cultura ciudadana había subido un peldaño.

La discusión se mudó del conteo al terreno más sutil de la confianza institucional. A partir de entonces, cada elección estaría acompañada de una pregunta mayor: ¿confío en el árbitro? La sociedad civil ya sabía que su tarea no terminaba con el cierre de mesa.

El 15 de agosto el país entendió que la voluntad organizada puede desafiar al Estado.

Quedó claro que la transparencia debía ser obsesión compartida. Aquel día no clausuró un ciclo: lo inauguró.

El civismo sobrevivió al resultado y se convirtió en hábito.

 

Juicios, amenazas y dignidad (2004–2006)

Meses después, la Fiscalía acusó a directivos de Súmate por ‘conspiración’ a partir de un modesto financiamiento internacional para programas de educación electoral. La estrategia buscaba criminalizar la pedagogía cívica. María Corina acudió a cada citación con carpetas y serenidad: explicó el destino de cada centavo, el contenido de cada taller, la lista de cada facilitador.

La persecución fue el nuevo escenario donde la ciudadanía volvió a aprender.

Durante casi dos años soportó difamación, vigilancia y amenazas. No se exilió ni negoció su voz. El caso se difería una y otra vez hasta que en 2006 quedó suspendido sin condena. La lección quedó escrita: el poder puede intimidar, pero la verdad sostenida en documentos y presencia también desgasta al poder.

La dignidad —constante, sobria, verificable— fue su estrategia de defensa.

El intento de castigo multiplicó la causa: nuevas universidades pidieron los manuales, más parroquias organizaron veedurías, más jóvenes quisieron aprender a ser testigos. El ejemplo, no el eslogan, era lo que corría de boca en boca.

Judicializar la veeduría fue un error político: nació un símbolo cívico.

Al salir del último tribunal, no hubo victoria ruidosa ni derrota amarga: hubo continuidad. Súmate seguía de pie, y con ella, la certeza de que la democracia requiere guardianes.

Cada audiencia dejó una página más en el manual de la ciudadanía.

 

Una llama encendida en la oscuridad

Cuando el expediente se archivó, la organización continuó formando testigos y afinando protocolos. La mística sobrevivió a la intimidación. María Corina comprendió que el voto era una semilla que se cuida mucho antes y mucho después de depositarla en la urna. Esa convicción abrió la puerta a su siguiente etapa: llevar al Parlamento la experiencia de haber contado, documentado y defendido la voluntad popular.

Del miedo salió un método; del método, una cultura que todavía respira en el país.

A esas alturas, Súmate ya no era solo una ONG: era una escuela de ciudadanía dispersa por los barrios del país. La gente aprendió a hablar de actas, auditorías y custodias con la naturalidad con que habla de mercado y transporte. El lenguaje democrático se hizo cotidiano.

El civismo dejó de ser una consigna y se volvió un oficio compartido.

Desde esa experiencia práctica, María Corina entendió que su voz podía servir mejor desde un curul: no para gritar más fuerte, sino para elevar el estándar de exigencia al poder. Lo que venía sería otra historia, con otro escenario y el mismo temple.

La llama que encendió en 2002 no se apagó: iluminó el camino hacia el Parlamento.

El país, entre desencantos y esperanzas, ya sabía algo nuevo sobre sí mismo: organizado y en paz, podía mirarse al espejo sin miedo.

La paciencia estratégica se convirtió en su mejor forma de valentía.

 

 

La diputada que no bajó la mirada

Del entusiasmo electoral al enfrentamiento con el poder absoluto: la voz que se negó a callar.

 

Una candidatura sin partido (2010)

En 2010, cuando la confianza política parecía una ruina más, María Corina Machado decidió dar el salto que muchos consideraban imposible: competir por un escaño parlamentario sin padrinos, sin estructura y con un discurso de independencia ciudadana. Su campaña no prometía milagros, ofrecía decencia. Caminó barrios, mercados y universidades con una libreta de apuntes donde anotaba quejas y sueños de la gente.

La autenticidad se convirtió en su mejor estrategia.

El 26 de septiembre obtuvo la votación más alta de todo el país: más de 230 mil ciudadanos la eligieron diputada. No hubo caravanas ni festejos fastuosos; hubo silencio agradecido. En aquella victoria se respiraba el deseo de un liderazgo que no naciera de la propaganda, sino de la coherencia.

Su triunfo fue el resultado de la confianza, no de la maquinaria.

Ese mismo día comprendió que el reto apenas comenzaba: entrar al Parlamento con la convicción de representar a los que ya no creían en la política.

El poder se conquista con votos, pero se honra con conducta.

 

La mujer del hemiciclo (2011)

El 5 de enero de 2011 juró como diputada en una Asamblea dominada por el oficialismo. La sala era un teatro de aplausos dirigidos, micrófonos controlados y discursos uniformes. Su presencia, discreta y firme, alteró ese equilibrio.

En medio del ruido, su serenidad era una forma de desafío.

Desde el primer debate se hizo notar por la precisión con la que cuestionaba cifras y la claridad de sus exposiciones. Nunca levantó la voz, y eso confundía a quienes estaban acostumbrados a la obediencia o al escándalo.

El respeto se gana sin gritar, cuando se habla con fundamento.

Mientras otros improvisaban consignas, ella citaba leyes, artículos constitucionales, estadísticas oficiales. En pocos meses se convirtió en una figura incómoda, temida y, para muchos, inspiradora.

Su método era simple: decir la verdad con tono de calma.

“Expropiar es robar” (2012)

El 13 de enero de 2012, ante el informe anual del presidente Chávez, la joven diputada pidió la palabra. Vestía blusa blanca y miraba de frente. Nadie imaginó que aquella intervención de apenas segundos quedaría grabada en la historia política contemporánea.

Una línea bastó para desnudar la hipocresía del poder.

En los días siguientes, esa expresión se convirtió en lema y en consigna moral. María Corina no rectificó ni explicó: el pueblo entendió sin aclaraciones.

Nombrar el abuso fue su manera de combatirlo.

Aquel día nació, sin proponérselo, el símbolo que cruzaría las fronteras del Parlamento.

Cuando la verdad se dice con valentía, no necesita eco.

Los días del acoso (2013)

El nuevo gobierno de Nicolás Maduro heredó no solo el poder, sino la hostilidad hacia quien lo cuestionara. María Corina vivía bajo vigilancia, recibía amenazas y soportaba campañas mediáticas que buscaban ridiculizarla.

El acoso fue el precio de no haberse arrodillado.

En abril de 2013, durante una sesión legislativa, un grupo de diputados oficialistas la agredió físicamente. Salió del hemiciclo con el rostro ensangrentado, pero de pie. Ante las cámaras, pronunció una frase que recorrió el mundo: 'No me avergüenza esta cara golpeada; vergüenza deberían sentir ellos por lo que han hecho'.

Transformó la herida en denuncia y la humillación en fuerza moral.

La imagen de aquella mujer enfrentando a un sistema de violencia institucional se volvió símbolo de resistencia civil.

Golpearla fue el mayor error de sus adversarios: la multiplicaron.

 

La expulsión y la voz que siguió (2014)

En marzo de 2014 la Asamblea Nacional la destituyó ilegalmente, acusándola de representar a Panamá en la OEA. El motivo era mínimo; la intención, evidente: silenciarla. Cuando la escoltaron fuera del recinto, sonreía.

El poder la echó del Parlamento, pero no del corazón de los venezolanos.

Afuera la esperaban ciudadanos que la aplaudían como a una heroína moderna. Ella levantó un crucifijo y dijo: 'Nos podrán sacar de sus sillas, pero no de la historia'.

La fe se volvió su lenguaje de resistencia.

A partir de entonces, su tribuna fue el país entero. Recorrió ciudades, universidades y foros internacionales, denunciando el autoritarismo y defendiendo la democracia sin levantar un solo puño.

Su palabra era más temida que cualquier protesta.

 

El eco más allá de las fronteras

En 2014 la BBC la incluyó entre las cien mujeres más influyentes del planeta. No era solo un reconocimiento personal: era el reflejo de una lucha colectiva. En sus discursos ante organismos internacionales habló de presos políticos, censura y hambre, pero también de esperanza y reconciliación.

Su tono nunca fue de venganza, sino de reconstrucción.

Mientras la economía venezolana se derrumbaba, su prestigio ascendía. Invitada a foros en América y Europa, se convirtió en portavoz de una causa global: la defensa de la democracia frente al autoritarismo.

El liderazgo moral no necesita título: basta con el ejemplo.

Terminaba su etapa parlamentaria y comenzaba la de líder nacional. Aquel camino, iniciado en un barrio de Miranda, había llegado a los grandes auditorios del mundo sin perder su acento ni su fe.

Cuando la patria duele, la voz se vuelve patria.

 

 

Los años del hierro y la fe

De la persecución a la perseverancia: cuando la resistencia se volvió convicción espiritual.

 

 

El amanecer bajo sospecha (2014)

Tras su expulsión del Parlamento, María Corina Machado se convirtió en el rostro más vigilado del país. Las cámaras seguían sus pasos, las cadenas oficiales la mencionaban con rencor, y los informes de inteligencia la ubicaban en cada viaje. Pero ella no se ocultó: continuó recorriendo comunidades, hablando con agricultores, maestros, obreros.

Ser visible fue su manera de no dejarse borrar.

Mientras muchos opositores buscaban refugio fuera del país, ella permaneció en Caracas. Las amenazas llegaban con la puntualidad del miedo: llamadas nocturnas, rumores de arresto, campañas de descrédito. Nada la detuvo.

El coraje no siempre es grito: a veces es permanecer.

Su mensaje seguía siendo el mismo: sin justicia no hay paz, sin verdad no hay reconciliación. En medio del cerco, comenzó a formarse en torno a ella un movimiento de jóvenes voluntarios que la acompañaban por barrios y pueblos, levantando actas de abusos y testimonios de esperanza.

La fe comenzó a reemplazar la seguridad personal.

 

Vente Venezuela: el orden del coraje (2015)

En 2015 fundó oficialmente Vente Venezuela, un movimiento liberal y ciudadano que rechazaba los extremos ideológicos. No era partido en el sentido tradicional: era una comunidad de principios.

El liderazgo sin partido se convirtió en su nueva forma de política.

Aquel año, mientras la oposición se fragmentaba entre cálculos electorales, ella predicaba coherencia. Su discurso combinaba economía, ética y libertad. Hablaba de propiedad, emprendimiento, derechos humanos y responsabilidad ciudadana.

No se trataba de prometer cambios, sino de construirlos con educación y valentía.

Los simpatizantes de Vente crecían en redes sociales y en encuentros presenciales, desafiando la censura informativa. Sin recursos públicos ni tiempo en televisión, la palabra 'vente' se volvió símbolo de esperanza en plazas, universidades y templos.

Su voz resonaba donde ya no llegaban los partidos ni los medios.

 

La inhabilitación (2015–2016)

El régimen, consciente de su popularidad creciente, buscó detenerla por la vía administrativa. En julio de 2015, la Contraloría General anunció su inhabilitación para ocupar cargos públicos durante un año, alegando 'errores' en su declaración patrimonial.

Fue el castigo a la transparencia.

No apeló al drama, respondió con serenidad: 'El poder teme a quien no le teme'. Aquel veto fue una señal para el país: el sistema no solo castigaba los delitos, castigaba el ejemplo.

La injusticia se volvió medalla de credibilidad.

Pese a la prohibición, continuó recorriendo el país. Cada acto público era un recordatorio de que el liderazgo no necesita permisos oficiales. Los ciudadanos acudían a escucharla, no por consigna, sino por convicción.

El poder no puede inhabilitar una conciencia.

 

El precio de la palabra (2016–2017)

En 2016 la represión se agudizó. La censura crecía, los medios independientes eran clausurados, y el hambre comenzaba a azotar a los más pobres. En ese contexto, María Corina insistió en hablar con claridad.

Nombrar la tragedia fue su forma de acompañar al pueblo.

Participó en foros internacionales denunciando la crisis humanitaria y la destrucción institucional. Cada entrevista era una denuncia, pero también un llamado al respeto mutuo. No apelaba al odio: apelaba al deber.

El discurso moral se transformó en brújula nacional.

Mientras otros líderes se dividían entre negociar o protestar, ella mantuvo el tono ético que ya era su marca. Su casa fue allanada varias veces, su teléfono intervenido, su entorno perseguido. Y aun así, nunca abandonó el país.

La resistencia sin exilio fue su mayor acto de valentía.

 

El año del silencio impuesto (2017)

En 2017, durante las protestas masivas contra Nicolás Maduro, María Corina fue nuevamente amenazada con prisión. Su partido fue vetado de los registros electorales y sus entrevistas censuradas.

El silencio se volvió una forma de castigo político.

Sin embargo, ese mismo silencio amplificó su figura. La gente compartía sus discursos por mensajería privada, reproducía grabaciones antiguas, imprimía frases suyas en pancartas. Su ausencia en los medios era presencia en las calles.

Cuando la voz se prohíbe, el eco se multiplica.

Durante esos meses, perdió a amigos y compañeros que debieron huir o fueron encarcelados. Aun así, mantuvo la calma y el mensaje: 'No hay prisión que encierre una idea justa'.

La represión la convirtió en referente espiritual más que político.

 

La fe como escudo (2018)

El 2018 fue un año de sombras para Venezuela: hiperinflación, éxodo masivo, desconfianza total. Y en medio de esa tormenta, María Corina reapareció con un mensaje diferente: esperanza desde la fe.

Su resistencia se transformó en credo civil.

Hablaba de luz, de propósito, de amor a la patria más allá de la rabia. En entrevistas breves decía que el país necesitaba un renacimiento moral antes que una victoria política.

Entendió que la fuerza de una nación comienza en el alma.

Los templos, las aulas y las casas volvieron a llenarse de su voz, no como consigna, sino como oración laica. Ya no era solo dirigente: era símbolo.

El poder de la fe no se vota ni se decreta: se contagia.

Y así, mientras la represión se institucionalizaba, ella consolidaba algo que ningún régimen podía censurar: la esperanza organizada.

El hierro no la endureció; la purificó.

 

 

El rostro humano del sacrificio

Cuando la lucha pública se convierte en prueba íntima: el amor, la fe y el dolor como raíces del coraje.

 

 

El precio de quedarse (2018)

Mientras miles de venezolanos huían del país buscando refugio, María Corina Machado eligió permanecer. Sabía que quedarse significaba renunciar a la tranquilidad y exponer su vida, pero no imaginaba aún el costo emocional que esa decisión tendría.

Resistir es fácil cuando se está acompañado; hacerlo solo exige otro tipo de fe.

La persecución política se había vuelto parte de la rutina: llamadas intervenidas, vigilancia permanente, prohibición de viajar. Pero lo más doloroso era la distancia. Sus hijos habían tenido que partir uno a uno, buscando un futuro que su país ya no podía ofrecerles.

El exilio de los suyos fue su mayor herida silenciosa.

Cada despedida en el aeropuerto era una mezcla de orgullo y desgarro. Volvía a casa con los brazos vacíos y el corazón lleno de promesas: 'Nos veremos pronto'. Pero los años demostrarían que 'pronto' era una palabra cruel para un país en dictadura.

El amor maternal se transformó en motor político.

 

La casa vacía

La residencia familiar, alguna vez bulliciosa, se convirtió en un refugio silencioso. Las paredes guardaban fotos, diplomas y recuerdos de risas ya lejanas. En las noches, cuando el ruido de la ciudad se apagaba, el eco del silencio era casi insoportable.

La soledad se convirtió en su más constante compañera.

Pasaba horas leyendo informes, revisando documentos, escribiendo mensajes de aliento. Dormía poco, oraba mucho. En la cocina, aún preparaba café para dos, aunque solo hubiera una taza sobre la mesa.

Los hábitos simples fueron su forma de mantener la esperanza.

A veces, una llamada desde el extranjero rompía la calma: la voz de sus hijos, los planes, las risas nerviosas, los 'te extraño' que dolían más que el miedo.

La distancia multiplicó el amor, pero también la fortaleza.

 

La madre y la dirigente

Ser madre desde la distancia era su mayor prueba. María Corina aprendió a acompañar con palabras, a abrazar con la voz, a educar con el ejemplo. Sabía que su sacrificio personal era espejo del de millones de venezolanas que veían partir a sus familias.

Su dolor se volvió símbolo de una nación separada.

En entrevistas, rara vez hablaba de su vida privada. Pero cuando lo hacía, lo resumía en una frase: 'Cada hijo que se va es un pedazo del país que se pierde'. Era el eco de una generación entera fracturada por la necesidad.

Convertir el dolor en mensaje fue su manera de sobrevivir.

Mientras sus hijos estudiaban o trabajaban fuera, ella seguía recorriendo pueblos, reuniéndose con familias desplazadas, consolando madres que lloraban por lo mismo que ella.

Su maternidad se volvió causa colectiva.

 

La voz interior

En los años más duros, encontró refugio en la oración y en la escritura. Llevaba un cuaderno de notas donde registraba pensamientos, frases, reflexiones espirituales. No escribía para publicar, sino para mantenerse en pie.

La palabra escrita fue su forma de sanar.

Sus lecturas se alternaban entre textos de historia, teología y economía. Veía en cada página una forma de entender mejor el sufrimiento humano. Rezaba por sus hijos, por los presos políticos, por un país que sentía deshecho pero no perdido.

La fe le devolvía la calma que la política le negaba.

Poco a poco comprendió que su liderazgo ya no era solo político, sino moral. La gente no la seguía por ideología, sino por el ejemplo de su serenidad.

La calma se convirtió en su forma de resistencia.

 

El exilio como espejo (2020)

El año 2020 encontró a Venezuela en el aislamiento de la pandemia. Las fronteras cerradas hicieron más visibles las ausencias. Mientras el mundo entero hablaba de distancia, ella ya llevaba años viviéndola.

El aislamiento no la debilitó: la hizo más humana.

Usó las videollamadas como herramienta de afecto y trabajo. Con su equipo coordinaba campañas de ayuda y con sus hijos compartía risas entre pantallas. Aprendió a transformar la nostalgia en disciplina.

La resiliencia se volvió rutina diaria.

En cada conversación familiar repetía la misma frase: 'Todo esto pasará'. Sus hijos, desde lejos, la animaban a seguir. Esa complicidad de amor y causa le dio energía para resistir el encierro y el asedio.

La distancia física se convirtió en unidad espiritual.

La mujer y la fe (2021)

En 2021, mientras el país seguía sumido en la crisis, María Corina comenzó a hablar abiertamente de la dimensión espiritual de la política. Decía que no bastaba con cambiar gobiernos: había que cambiar corazones.

La esperanza se transformó en doctrina de vida.

En encuentros comunitarios hablaba de reconciliación, no de venganza. Invitaba a rezar, a perdonar, a reconstruir desde el alma. Su voz sonaba más pausada, más serena, más humana.

El liderazgo ético se convirtió en su misión definitiva.

Muchos la escuchaban no como dirigente, sino como maestra. Su mirada reflejaba cansancio, pero también una paz profunda, la de quien ha entendido que la historia no siempre se gana con victorias, sino con coherencia.

El amor fue su victoria silenciosa.

Así concluyeron los años más duros: los del hierro y la fe, donde el dolor la templó sin quebrarla y el amor la sostuvo sin distraerla de su destino.

La mujer venció al miedo, y en esa victoria encontró su propósito eterno.

 

 

La rebelión de la esperanza

Cuando el pueblo vuelve a creer: la fe convertida en fuerza política.

 

 

El regreso a la calle (2022)

Después de años de silencio impuesto, María Corina Machado volvió a caminar el país en 2022. La crisis había devastado a los hogares, los liderazgos estaban rotos y la desesperanza parecía haberse instalado como costumbre. Pero ella entendía que el cansancio no equivalía a derrota.

Volver a caminar fue su manera de decir que la historia no había terminado.

Sin escoltas ni caravanas, visitó pueblos del interior, durmió en casas prestadas, escuchó a ancianos, maestras y campesinos que le abrían la puerta con desconfianza y la despedían con gratitud. En cada plaza, los ojos de la gente volvían a brillar.

El liderazgo que había sobrevivido a la censura regresó al contacto directo.

No llevaba discursos escritos; hablaba con la cadencia del país real, mencionando los dolores de cada región, las penurias de los hospitales, la huida de los hijos. Su tono no era el de una candidata, sino el de una madre que intenta reconfortar a los suyos.

El mensaje no era promesa: era reencuentro.

 

El país que despertó

Las primeras señales del cambio no surgieron en Caracas, sino en los pueblos olvidados. En Maturín, Valera y San Cristóbal, los balcones se llenaron de banderas; los jóvenes improvisaron altavoces, y el miedo empezó a resquebrajarse.

El poder del ejemplo venció al poder del control.

Su equipo, reducido y disciplinado, organizaba encuentros vecinales sin cámaras ni escenarios. A la sombra de los árboles o en patios escolares, la gente hablaba otra vez de democracia. Aquella política artesanal devolvió humanidad a la conversación pública.

La política volvió a tener rostro humano.

Las madres, los agricultores y los estudiantes coincidían en un mismo descubrimiento: por primera vez en años, alguien los miraba sin prometerles milagros. La confianza renacía con humildad.

El respeto devolvió la esperanza.

 

La primaria imposible (2023)

En 2023, cuando la oposición anunció elecciones primarias, el país dudó. No había recursos ni garantías; todo parecía destinado al fracaso. Para María Corina, sin embargo, era el momento de demostrar que la ciudadanía podía organizarse sin permiso.

Creer en el voto fue un acto de desafío moral.

Mientras algunos vacilaban, ella recorrió más de cien municipios, formó voluntarios y entrenó observadores. Cada reunión era una lección de logística y disciplina: horarios, manuales, formularios, respeto al voto ajeno.

La claridad se convirtió en su mejor estrategia.

El esfuerzo contagió entusiasmo: abogados, maestros y estudiantes ofrecieron su tiempo sin esperar recompensa. Las casas se transformaron en centros de votación improvisados.

La disciplina reemplazó al desánimo.

Cuando preguntaban por qué insistía, respondía con serenidad: 'Porque cuando el pueblo se organiza, ya nadie puede arrebatarle la dignidad'.

La esperanza comenzó a tomar forma de método.

 

El día del pueblo (22 de octubre de 2023)

Aquel domingo amaneció con filas interminables bajo el sol. Sin máquinas oficiales ni propaganda, la gente votaba con lápiz y papel. En los barrios más pobres, improvisaron mesas de cartón; en las ciudades, usaron linternas cuando se cortó la luz.

Fue la jornada más digna en años de humillación.

Cuando se anunció que María Corina había obtenido más del 90 % de los votos, Venezuela entera pareció contener el aliento. No hubo gritos, sino lágrimas; no euforia, sino alivio.

La victoria fue espiritual antes que política.

Esa noche, desde una tarima modesta, pronunció palabras que definieron la nueva era: 'Hoy no gané yo; ganó la esperanza'.

El triunfo fue del ciudadano anónimo que volvió a creer.

Por primera vez en mucho tiempo, el país se sintió reconciliado consigo mismo.

El pueblo se reconoció en su propia dignidad.

 

La reacción del poder

El régimen reaccionó con predecible furia. Días después, el Tribunal Supremo confirmó su inhabilitación por quince años, intentando borrar la victoria moral del pueblo.

La ilegalidad se convirtió en confesión de miedo.

María Corina respondió sin estridencia: 'Podrán prohibirme en papeles, pero no podrán prohibirme en el alma de los venezolanos'. La serenidad de su frase desarmó el discurso oficial.

La calma volvió a ser su escudo.

Su equipo siguió trabajando: capacitaban comunidades, verificaban actas, reunían testimonios. Las amenazas no detuvieron el movimiento; al contrario, lo consolidaron.

El poder no supo qué hacer con una fuerza que no le debía nada.

Así, la inhabilitación que debía reducirla al silencio la multiplicó en conciencia colectiva.

La dignidad se volvió contagiosa.

 

La esperanza como rebelión

El cierre del 2023 trajo un sentimiento nuevo: la esperanza ya no era consuelo, sino disciplina. María Corina no hablaba de venganza, sino de reconstrucción; no ofrecía atajos, sino trabajo y fe.

La esperanza dejó de ser refugio: se volvió camino.

Su voz cruzó fronteras, invitada a foros internacionales donde recordaba que la libertad comienza en la mente y florece en el corazón. En un país donde tantos habían dejado de soñar, ella hizo del sueño una forma de resistencia.

La rebeldía más profunda es creer cuando todo invita a rendirse.

El movimiento que empezó con planillas y megáfonos terminó convertido en oración civil. El pueblo no necesitó promesas, solo coherencia.

El amor al país se volvió energía política.

Esa rebelión espiritual fue la antesala de su mayor reconocimiento: el mundo finalmente escucharía la voz de una mujer que convirtió la fe en estrategia y la esperanza en victoria.

El amanecer de la paz estaba por comenzar.

 

 

El amanecer de la paz

Cuando la fe se volvió victoria y la historia encontró su voz.

 

 

Los días de la clandestinidad (2024)

Después de la victoria moral de las primarias, María Corina Machado se desvaneció del espacio público. Las autoridades la buscaban, los medios callaban su nombre y las redes transmitían rumores. La persecución se hizo sistemática: su casa vigilada, sus rutas intervenidas, su teléfono silenciado. Comenzó a vivir de noche, cambiando de hogar, escondida pero sin miedo. Sabía que la clandestinidad no era derrota, sino un paso más en el largo camino hacia la libertad.

La sombra fue su nuevo escenario de resistencia.

En la oscuridad, sin cámaras ni reflectores, recuperó algo que el poder nunca entendió: el contacto espiritual con su causa. Grababa mensajes breves en teléfonos prestados, cartas escritas a mano que pasaban de familia en familia como amuletos. Cada frase era promesa y consuelo, una voz que seguía sonando incluso cuando el silencio era obligatorio.

El silencio se transformó en su lenguaje de esperanza.

Las palabras viajaban clandestinamente, pero con una fuerza que ningún decreto podía detener. Venezuela volvía a escucharla sin verla.

Cada palabra era una semilla lanzada contra el miedo.

 

La noche del cautiverio

En julio de 2024, durante las protestas por el fraude electoral, agentes del servicio de inteligencia irrumpieron en su refugio. Fue detenida sin orden judicial y trasladada a un destino desconocido. El gobierno lo negó, pero el país lo sabía: la habían querido borrar. Sin embargo, esa noche, Venezuela despertó. Miles de ciudadanos encendieron velas frente a cuarteles y plazas. Las paredes amanecieron cubiertas con una misma pregunta: '¿Dónde está María Corina?'.

El miedo se volvió multitud.

Durante cuatro días, el país vivió suspendido en la angustia. Hasta que, en un video grabado en penumbra, apareció su rostro sereno. 'Estoy viva —dijo—. No se rindan. Todo ha valido la pena.' La frase, sencilla y humana, se propagó por todo el continente.

La esperanza sobrevivió al encierro.

El mundo comprendió que no era solo una líder política, sino un símbolo universal de resistencia.

La fe del pueblo se consolidó en la sombra.

 

La liberación y el eco mundial

La presión internacional fue inmediata. Gobiernos, organismos de derechos humanos y personalidades de la cultura exigieron su liberación. La madrugada del 15 de agosto de 2024, sin previo aviso, fue puesta en libertad. Salió caminando, flanqueada por soldados que no se atrevían a mirarla. No habló, no acusó; simplemente miró al cielo y sonrió.

La libertad llegó sin anuncio, pero con gloria.

Su primera declaración fue un video doméstico grabado en una sala modesta. Con la voz quebrada por la emoción, pronunció una frase que resumía su fe: 'No pudieron quebrarnos'. Aquel gesto de serenidad desarmó la narrativa oficial.

El perdón se convirtió en su venganza.

Desde ese momento, la noticia dio la vuelta al mundo. Los titulares coincidieron: 'Venezuela tiene su símbolo de paz'. Naciones Unidas y Amnistía Internacional citaron su caso como ejemplo de resistencia civil.

El mundo entendió que la fuerza más poderosa es la que no odia.

Los ecos de su historia llegaron a Oslo.

La historia ya había decidido su destino.

 

El anuncio del Nobel (10 de octubre de 2025)

La mañana del 10 de octubre de 2025, el Comité Noruego del Nobel anunció oficialmente que María Corina Machado era la ganadora del Premio Nobel de la Paz. El comunicado reconocía su lucha por la democracia, su compromiso con la no violencia y su capacidad de mantener viva la esperanza en un pueblo sometido.

El mundo reconoció el poder de la resistencia pacífica.

La noticia recorrió Venezuela como un amanecer. Hubo lágrimas, abrazos, silencios emocionados. En las iglesias se celebraron misas espontáneas; en los barrios, la gente colocó flores en las ventanas.

El galardón pertenecía tanto a ella como a todo un país.

En su primera declaración pública tras el anuncio, María Corina dijo con serenidad: 'La paz no es concesión del poder, es conquista del alma. Este premio es de los venezolanos que no dejaron de creer.'

El Nobel confirmó lo que Venezuela ya sabía.

El Comité fijó la ceremonia oficial para el 10 de diciembre de 2025 en el City Hall de Oslo, sede histórica donde cada año se honra la paz.

El sueño de una nación tenía, por fin, fecha y lugar.

 

 

La voz de Oslo

El mundo espera el momento en que María Corina Machado suba al podio del City Hall de Oslo. La ceremonia esta programada y en cada rincón de Venezuela se vive la expectativa como si fuera una cita nacional. Nadie sabe qué dirá, pero todos presienten que sus palabras no serán solo un discurso: serán el resumen de un país que sobrevivió al miedo y eligió la fe.

La historia aún no se pronuncia, pero el corazón ya la entiende.

Ella seguramente preparará en silencio su mensaje, con la serenidad de quien sabe que representará no a un partido, sino a una nación entera. Imagino su discurso sin frases ensayadas, con ideas muy de ella, muy meditadas. Ha dicho que hablará de paz, de verdad y de perdón.

No se trata de política, sino de humanidad.

Mientras tanto, Venezuela aguarda. Las escuelas preparan actos simbólicos, las iglesias planean misas de acción de gracias y los exiliados buscan maneras de escuchar la ceremonia. Hay un aire de reconciliación que recorre el país, invisible pero palpable.

El premio aún no se entrega, pero ya ha cumplido su propósito.

El mundo se prepara para escuchar una voz que no habla desde el poder, sino desde la dignidad. Esa voz que resistió silencios, cárceles y burlas. Esa voz que no grita, pero que todos entienden.

El amanecer de la paz todavía no ha llegado, pero el horizonte ya empieza a iluminarse.

 

(By Notas de Libertad).

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