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Fondo negro

LA LEYENDA

26

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La Leyenda 26: Donde todavía arde lo que no se dijo
 
No todo silencio es cobardía.
A veces es la forma más digna de gritar.
 
Esta columna no nace de la razón…
Nace del estómago.
De esa parte del alma donde se enredan los recuerdos, los errores, las cosas que callamos por no rompernos… y que igual nos rompieron.
 
Aquí no venimos a acomodar palabras.
Venimos a desenterrarlas.
A sacarlas de donde las dejamos escondidas para no hacer ruido.
Porque hay verdades que no se gritan en la plaza, pero se lloran en la almohada.
 
Esta es una de esas columnas donde uno no se siente autor, sino sobreviviente.
Donde escribir no es un ejercicio de estilo, sino un acto de fe.
Donde cada frase es una cuerda floja y cada punto final, una rendición.
 
No hay fórmulas.
No hay certezas.
Solo un corazón que vuelve a intentar decir lo que nadie pidió escuchar… pero alguien, en algún rincón, necesita leer.
 
Gracias por seguir aquí.
Donde no todo es entendible, pero todo es verdadero.
Donde lo que duele se comparte para doler menos.
Donde todavía arde lo que no se dijo… pero al menos se intenta.
 
Soy Wintilo Vega Murillo.
Y esta es La Leyenda.
La número 26.
La que no busca respuesta.
Solo busca que no te sientas solo.

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Índice de Contenido

-Bienvenida.
 
/… Cuando el Alma No Encuentra Silla, Pero Igual Se Sienta
 
(By Notas de Libertad).
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-Pláticas con el Licenciado 1
 
/… Zedillo: El Recuerdo Inesperado
 
(By operación W).
————————————————————————

-Agenda del Poder:
 
/… Más que números: la fuerza silenciosa de las mujeres en Guanajuato


/… FIDESSEG: Anatomía de un Fideicomiso Secuestrado


/… Reserva Norte: El reflejo de una ciudad sin contrapesos


/…  “Guanajuato sin brújula: viajes, discursos y abandono”
Una crítica a la gestión municipal de Samantha Smith

/… Cuando el trabajo sí se nota: Celaya y su nueva ruta de seguridad


(By Operación W).
 
————————————————————————

-Alimento para el alma.
“Señora, Señora”
DE: Denisse de Kalafe
 
*Escucha nuestras recomendaciones con un solo Click
Nota: La historia detrás de “Señora, señora”
(By Notas de Libertad).
————————————————————————
 
 

-“Rincones y Sabores: La guía completa para el alma, el paladar y la vida”
 
 
/…  “Cuando la fe construye lo eterno: una ruta de piedra, silencio y alma”
(By Notas de Libertad).

 
/… Purísima del Rincón: Donde la fe se entrelaza con la historia
Parroquia de Nuestra Señora de la Purísima Concepción: un legado de devoción y cultura

 
(By Notas de Libertad).
 
/… San Francisco del Rincón: Donde la piedra aprendió a orar
Parroquia de San Francisco de Asís: el corazón antiguo de un pueblo que aún cree

 
(By Notas de Libertad).
 
/… León, Guanajuato: Cuando una ciudad levantó su oración en piedra
Templo Expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús: el milagro neogótico que tardó casi un siglo en decir "amén"

 
(By Notas de Libertad).
 
/… Guanajuato Capital: Donde la Virgen se quedó para siempre
Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato: historia, milagro y corazón de una ciudad
 

(By Notas de Libertad).
 
/… San Miguel de Allende: Donde el cielo toca tierra en cantera rosa
Parroquia de San Miguel Arcángel: entre leyenda, fe y una torre que mira al infinito

 
(By Notas de Libertad).
 
/… Celaya: Donde la fe dejó huella en cantera y silencio
Parroquia de San Francisco de Asís: el susurro de siglos entre la ciudad que nunca duerme

 
(By Notas de Libertad).
 
/… Pénjamo: Donde el alma del pueblo lleva hábito franciscano
Parroquia de San Francisco de Asís: la memoria viva de un pueblo que nunca dejó de rezar

(By Notas de Libertad).
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-Del Cielo a la Historia, Los Ecos del Calendario.
 
Domingo 4 de mayo al sábado 10 de mayo.
Cada semana es una pequeña travesía.
No se trata solo de pasar los días, sino de dejar que los días pasen por nosotros.
Aquí, cada santo es un espejo posible, cada efeméride una grieta luminosa en la pared del tiempo.
Y entre las preguntas, las reflexiones y los silencios, encontramos motivos para vivir con más alma y menos prisa.
 
(By Notas de Libertad).
 
————————————————————————
 

-Al Ritmo del Corazón: Música para recordar el ayer.
 
/… Juan Gabriel: El hombre que volvió canción cada herida
El milagro de cantar sin permiso
*Escucha nuestras recomendaciones con un solo Click
(By Notas de Libertad).
 
/… Rocío Dúrcal: La voz que acarició a México
Cuando cantar era amar sin medida
*Escucha nuestras recomendaciones con un solo Click
(By Notas de Libertad).
 
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-¿Qué leer esta semana?
 
“La Derrota de Dios”
De: José Luis Trueba Lara
 
Resumen del Libro: La tragedia de Miguel Miramón contada desde la carne, la pólvora y la fe rota
 
Sobre el Autor: José Luis Trueba Lara: El narrador que piensa con el alma
 
 
(By Notas de Libertad).
 
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-Pláticas con el Licenciado 2.
 
/… La ruta del colmillo: anécdotas que no caben en un currículum
Nadie sobrevive intacto: 105 momentos que solo entiende quien ha vivido la política
 
(By operación W).

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Cuando el Alma No Encuentra Silla, Pero Igual Se Sienta

Hay momentos que no se planean, solo se enfrentan
 
No todos los días traen luz.
Algunos llegan pesados, torpes, con más preguntas que respuestas.
Y uno sigue.
No por fuerza… sino por instinto.
Porque algo dentro —aunque sea pequeño— se niega a apagarse.
 
Esta entrega nace desde ese rincón en el que uno no tiene nada claro,
pero igual se levanta.
Desde ese lugar donde el alma no pide soluciones,
solo un poco de aire.
 
Seguir no siempre es avanzar. A veces es simplemente no rendirse.
 
No venimos de una semana fácil.
Tal vez no haya pasado nada fuera de lo común,
pero eso no quita lo que se siente.
El cansancio no siempre se nota por fuera,
pero por dentro va dejando huellas.
 
Y aun así estás aquí.
Leyendo.
Viviendo.
A tu modo, a tu ritmo… con lo que tienes.
 
Lo humano también cansa. Y también merece un respiro.
 
En un mundo que exige resultados,
a veces la mayor victoria es simplemente no colapsar.
Dar un paso más.
Aunque duela. Aunque nadie lo vea.
 
Aquí no se premia al que más logra,
sino al que se atreve a sentir.
A decir: “hoy me pesa, pero aquí estoy”.
 
Esta columna no da respuestas. Da compañía.
 
Y hay semanas en las que eso basta.
Porque no todo se soluciona.
Hay cosas que solo se sobrellevan.
Y en medio de esa carga, este espacio quiere ser eso:
una pausa con sentido.
Un lugar donde puedas bajar la guardia,
aunque sea solo por un rato.
 
Bienvenido a La Leyenda número 26.
Soy Wintilo Vega Murillo,
y desde este rincón que no pretende explicar nada,
te escribo como quien se sienta al lado y solo dice:
aquí estoy. Y entiendo.
 
 
(By Notas de Libertad).

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Zedillo: El Recuerdo Inesperado.
El encargo en el aire de Morelia

No todos los encargos políticos vienen acompañados de escoltas, caravanas o instrucciones complejas. Algunos llegan con la sencillez de una llamada y la carga silenciosa del destino. Aquella mañana del sábado 19 de marzo de 1994, me asignaron una tarea tan concreta como trascendental: recibir en el aeropuerto de Morelia a Ernesto Zedillo, entonces coordinador general de campaña de Luis Donaldo Colosio.
 
La cita era clara: vuelo comercial, llegada prevista a las diez de la mañana, y traslado inmediato al Gran Hotel Centro de Convenciones. No viajaba con comitiva ostentosa, ni con el aura que algunos se colocan antes del poder. Viajaba acompañado de un auxiliar, discreto y sereno. Había en su andar una mezcla de cálculo y confianza. Algo en su silencio hablaba más fuerte que un discurso: sabía a lo que iba, pero aún no sabía hasta dónde lo llevaría la historia.
 
Yo también intuía que ese día no era uno más. Pero no por el protocolo, ni por las formas. Era algo más sutil: la sensación de estar en la antesala de un momento que, sin saberlo, nos marcaría a ambos.
 

Un trayecto sin escoltas y con destino
 
El camino al hotel fue tranquilo. No recuerdo una conversación extensa ni frases rimbombantes. Recuerdo sí, su mirada constante al horizonte, sus respuestas breves pero pensadas, y el tono pausado con el que habló del país. En ningún momento buscó impresionar. No era su estilo.
 
Morelia estaba en calma, pero el país no. Se respiraba una tensión soterrada. La campaña de Colosio crecía entre esperanzas y resistencias. Yo cumplía mi rol con entrega, pero como muchos, sentía que algo se estaba gestando fuera del libreto.
 
Dejé a Zedillo en el hotel. Se despidió con un “gracias” firme, sin excesos, como quien no pretende dejar huella pero la deja igual. Me alejé sin saber que ese breve cruce se convertiría en uno de esos recuerdos que regresan con fuerza cuando menos te lo esperas.
 

El golpe al alma del país
 
Cuatro días después, la realidad nos atravesó el pecho. El 23 de marzo, Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Lomas Taurinas, Tijuana. No hubo tiempo para lágrimas largas: solo para un grito silencioso en el alma nacional.
 
México quedó perplejo, como si nos hubieran apagado la luz en plena marcha. Y en medio del duelo, la figura de Ernesto Zedillo emergió no como una decisión individual, sino como un mandato del momento. Él, que días antes era solo un engranaje más de la campaña, se convirtió en el rostro que debía continuar el rumbo.
 
Fue entonces que volví a verlo.
 

El zócalo, la multitud y el reencuentro
 
Al mes de convertirse Zedillo en candidato Presidencial se celebró un evento en el Palacio de los Deportes, marcó un antes y un después. Se trataba de la Asamblea Nacional del Movimiento Territorial, y tras la jornada, nos trasladamos al Zócalo bajo la coordinación de Carlos Sobrino Sierra, dirigente nacional del MT. Allí estaba él, ya como candidato presidencial. Rodeado de seguridad, rodeado de historia, pero con el mismo gesto tranquilo.
 
No cruzamos muchas palabras. Fue un saludo breve, pero cargado de reconocimiento. No lo sabía entonces, pero sería la segunda de varias ocasiones en las que nuestras vidas se cruzarían de manera directa.
 
La política mexicana seguía en vilo. El país buscaba en Zedillo respuestas que ni siquiera él tenía todavía. Pero en sus ojos había algo que me llamó la atención: no era soberbia, ni miedo. Era el peso del encargo. Una mezcla de serenidad y respeto por la magnitud del momento.
 

Una nueva etapa: el Congreso y la cena inesperada
 
En 1997, regresé a Guanajuato para disputar una contienda importante: la diputación federal por el distrito XI, con cabecera en Pénjamo. Una tierra que me había visto crecer, donde el compromiso no era político, sino personal. Ganamos. El respaldo de la gente fue claro y me convertí por primera vez en representante popular. Tomé protesta en septiembre de ese año.
 
A los tres meses de comenzado el periodo legislativo, cuando Arturo Núñez Jiménez, nuestro coordinador parlamentario —tabasqueño, agudo, de mente brillante y palabra serena— nos informó de una invitación especial. El presidente Ernesto Zedillo había convocado a la fracción parlamentaria del PRI a una cena en el Campo Marte. Era una noche de acercamiento institucional, pero también de cortesía política. Estaban invitadas nuestras esposas.
 
Le comuniqué a Cecy. Organizamos todo para estar juntos en la Ciudad de México. Win, nuestro hijo, estaba por cumplir tres años. Era un niño despierto, inquieto, cariñoso. No teníamos con quién dejarlo. Y decidimos llevarlo, sin pensar que eso se convertiría en el centro del recuerdo.
 

“No puede entrar el niño”
 
La noche había caído sobre la capital y Campo Marte se vestía de sobriedad institucional.
Llegamos puntuales. Cecy iba elegante, emocionada. Yo cargaba a Win, recargado en mi hombro. Cuando llegamos a la entrada, los guardias nos detuvieron: “El niño no puede pasar”.
 
Nos miramos, sorprendidos. No había malicia, sólo reglas. Pero para nosotros, la decisión era clara: si no podía entrar nuestro hijo, ninguno de los tres entraría. Con tristeza, dimos media vuelta rumbo al vehículo. La noche habría quedado así: en la orilla de un gran encuentro.
 
Pero la historia no había terminado.
 

La voz que llama desde atrás
 
Estábamos por abordar el vehículo, cuando escuché que gritaban mi nombre. “¡Wintilo! ¡Diputado Vega!” Me volteo. Era el licenciado Liébano Sáenz, secretario particular del presidente. Se acercó con una sonrisa que rompía la formalidad: ¿como estas?, “Pasa, por favor. El presidente quiere saludarlos.”
 
Volvimos sobre nuestros pasos. Acompañados por él, entramos al salón. El presidente Zedillo, erguido, impecable, voltea al verme y lanza una frase que no he olvidado: “¡Cuánto tiempo, desde Michoacán, y usted no se deja ver!”
 

Me impresionó. No solo porque me recordaba, sino porque traía a la memoria aquel momento discreto en Morelia, tres años atrás. Y aún más, porque al ver a Win, me dijo: “Pásame al niño, es igualito a ti”.
 
Y allí estaba: el presidente de la República cargando a mi hijo. Un niño de casi tres años, con el sueño en los ojos y los brazos de un jefe de Estado rodeándolo con ternura.

 
“No dejes que se pierda este hombre”
 
Zedillo saludó con calidez a mi esposa. Le habló con la amabilidad de quien sabe que hay momentos que se guardan en el corazón, no en los discursos. Luego, voltea a ver a Liébano y le dice, en voz lo suficientemente alta para que no quedara duda: “No dejes que se pierda este hombre, Liébano”.
 
No supe qué responder. Me quedé con la imagen de Win en brazos del presidente, y con la frase flotando en el aire. Era una declaración, un reconocimiento, una promesa. Era, sin saberlo, la postal de una vida dedicada al servicio.
 
Y también, era el cierre de un círculo. Desde Morelia, a solas, sin reflector, hasta Campo Marte, con mi familia y el poder en pleno. Todo unido por la memoria, por la decencia, por un gesto que no buscaba nada y lo dijo todo.

 

Política y memoria: la grandeza en lo sencillo
 
Lo que más me impresionó de Zedillo
no fue su investidura, ni su título de presidente, ni los discursos bien estructurados. Fue su memoria. Su manera de mirar a la gente sin buscar aplaudidores, sino testigos. Fue su forma de saludarme como si no hubiera pasado el tiempo, como si Morelia estuviera allí, viva, entre sus palabras.
 
En un mundo político donde muchos fingen cercanía, lo de él fue auténtico. Reconoció mi rostro, mi trabajo, mi familia. Y lo hizo sin alardes. Con una ternura que, honestamente, no esperaba de alguien en la cima del poder.
 
En su gesto con Win se resume una parte importante de lo que debería ser la política: humanidad. Esa dimensión que muchas veces se pierde entre el protocolo y la soberbia. Ese elemento que convierte una carrera de poder en una vocación de servicio.
 

Lo que queda cuando el poder se va
 
Ernesto Zedillo terminó su mandato con un perfil discreto. No se aferró a los reflectores, ni buscó prolongar su poder desde las sombras. Se alejó, como pocos lo hacen, con dignidad y sin nostalgia forzada. Esa coherencia también deja huella.
 
En mis años posteriores en la vida pública, he coincidido con muchos que pasaron por Los Pinos.
Algunos se consumieron en la vanidad del cargo. Otros se perdieron buscando la historia. Pocos, muy pocos, se retiraron con la decencia con la que Zedillo cerró su capítulo.
 
Por eso esta historia merece contarse. Porque no es la historia de un presidente y un diputado. Es la historia de un gesto, de una memoria, de un momento familiar que se cruzó con la historia.

 
La mirada de un niño, la memoria de un padre

 
Años después, al ver a mi hijo crecer, muchas veces he recordado esa noche. Le he contado la historia. Le he mostrado las fotos. Le he dicho que ese hombre que lo cargó no era solo el presidente de México, era alguien que supo ver a un niño con afecto, a una familia con respeto, a un ciudadano con memoria.
 
Y en esa mirada está la razón por la que vale la pena seguir creyendo en la política. Porque todavía hay instantes que no se compran ni se fabrican: se viven.

 

Un recuerdo para no perderse
 
Hoy, mientras escribo estas líneas, siento que vuelvo a ver ese momento. Win en brazos de Zedillo. Cecy con una sonrisa discreta. Liébano observando atento. Y yo, sintiendo que, al menos por esa noche, todo había valido la pena.
 
No todos los días te los guarda la historia. Algunos te los guarda el corazón. Y este, sin duda, fue uno de ellos.
(By operación W).

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Más que números: la fuerza silenciosa de las mujeres en Guanajuato

Guanajuato y el despertar silencioso de la economía femenina
 
En un mundo donde los logros suelen medirse en anuncios espectaculares y ceremonias ruidosas, hay avances que germinan lejos de las cámaras. Son los que nacen del esfuerzo constante, del trabajo discreto, de la voluntad que no claudica. Así ha ocurrido con la participación económica de las mujeres en Guanajuato: un avance que no se gritó, pero que ya se siente. Las cifras no mienten: decenas de miles de mujeres que antes no tenían espacio en la economía formal, hoy están produciendo, emprendiendo y liderando.
 

De la invisibilidad al protagonismo
 
Durante años, el lugar de la mujer en la economía guanajuatense era periférico. Estaba en la sombra del trabajo doméstico, en la trastienda de los comercios familiares, en la informalidad que nunca aparecía en los reportes. Hoy, esa narrativa empieza a cambiar. No por decreto, sino por la fuerza de los hechos. En el último año, la participación femenina creció a un ritmo inédito, y miles de mujeres se incorporaron a la vida productiva del estado, no como espectadoras, sino como protagonistas.
 

Este viraje no es mágico ni casual. Es fruto de una combinación poderosa: el deseo de las mujeres de tomar las riendas de su futuro, y la existencia de programas que les abren las puertas. La capacitación laboral, el acceso a créditos, los apoyos a emprendedoras y las ferias de empleo con enfoque de género han dejado de ser adornos institucionales. Son, hoy por hoy, herramientas que están dando resultados concretos.
 

Emprender: del sueño a la alternativa real
 
Una de las transformaciones más significativas ha ocurrido en el terreno del emprendimiento. Más de 80 mil negocios en Guanajuato están hoy liderados por mujeres. Esta cifra representa mucho más que estadística: habla de una cultura que está cambiando. Las mujeres ya no esperan ser contratadas. Muchas han decidido crear sus propias oportunidades, establecer sus propios horarios, definir su propio camino.
 
Desde una cocina convertida en negocio hasta una plataforma digital construida desde cero, el emprendimiento femenino es ya un pilar silencioso de la economía estatal. Y a diferencia de otros tiempos, hoy encuentran aliados: instituciones que financian, redes que capacitan, entornos que aplauden en lugar de juzgar. El autoempleo ya no es refugio: es estrategia.
 

La economía con rostro de mujer
 
Integrar a las mujeres en el mercado laboral no es un gesto de equidad simbólica. Es una decisión económica estratégica. Cuando las mujeres trabajan, el ingreso familiar mejora, las comunidades se fortalecen y el crecimiento económico se acelera. Cada punto que se suma a la participación femenina representa hogares más estables, niños con más oportunidades y un estado con mayor dinamismo.
 
No es casual que Guanajuato empiece a despuntar en varios indicadores de desarrollo humano. Detrás de cada avance hay miles de historias: la joven que encontró trabajo en una empresa automotriz; la madre soltera que abrió su tienda de ropa; la estudiante que se certificó en tecnologías y hoy trabaja en una startup. Cada historia es una victoria silenciosa, pero poderosa.
 

Retos que no podemos ignorar
 
Pero el camino está lejos de concluir. Aún hay brechas profundas que deben ser atendidas. La desigualdad salarial es una de ellas: las mujeres siguen ganando menos que los hombres por el mismo trabajo. Además, la mitad de ellas están atrapadas en la informalidad, sin acceso a prestaciones ni seguridad social.
 
Otro obstáculo estructural es el trabajo de cuidados. La mayor parte del tiempo que las mujeres dedican a sus familias no es remunerado,
y muchas veces impide que se incorporen al empleo o que crezcan profesionalmente. Mientras el estado no garantice servicios suficientes de cuidado infantil y no se promueva la corresponsabilidad en el hogar, ese techo de cristal seguirá presente.
 

Transformar la cultura, no solo las cifras
 
Los programas públicos pueden abrir puertas, pero la cultura también debe evolucionar. Aún hay empresas que no promueven a mujeres porque “se embarazan”; aún hay sectores que consideran que “esto no es para ellas”; aún hay familias que piensan que estudiar no vale la pena si se va a terminar en casa.
 
Romper esos mitos es tan importante como dar créditos o capacitar. Porque si bien las cifras nos dicen que vamos avanzando, el verdadero cambio vendrá cuando a ninguna mujer se le niegue una oportunidad por el solo hecho de serlo. Guanajuato tiene ya una base fuerte: mujeres decididas, instituciones activas y resultados tangibles. Ahora falta consolidar un entorno donde la igualdad deje de ser aspiración y se convierta en costumbre.
 

Las cifras son solo el principio
 
Hoy en Guanajuato, los números ya no esconden desigualdades: empiezan a revelar conquistas. Cada mujer que trabaja, que emprende, que estudia, que lidera, está empujando el estado hacia el futuro. Y aunque aún quedan pendientes, el rumbo es claro: una economía incluyente, con rostro femenino y con potencia de largo plazo.
 
Porque cuando las mujeres cuentan, todo cuenta. Y las cifras, que por años fueron el retrato de la exclusión, hoy pueden ser el acta de nacimiento de una nueva era. Una donde la justicia, la autonomía y el crecimiento caminan de la mano.
 
(By operación W).

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“Señora, Señora”

Denisse de Kalafe

Señora, señora A ti, que me diste tu vida, tu amor y tu espacio A ti, que cargaste en tu vientre dolor y cansancio A ti, que peleaste con uñas y dientes Valiente en tu casa y en cualquier lugar A ti, rosa fresca de abril A ti, mi fiel querubín.   A ti te dedico mis versos Mi ser, mis victorias A ti mis respetos Señora, señora, señora.   A ti, mi guerrera invencible A ti, luchadora incansable A ti, mi amiga constante De todas las horas.   Tu nombre es un nombre común Como las margaritas Siempre en mi boca Presencia constante en mi mente.   Y para no hacer tanto alarde Esta mujer de quien hablo Es linda mi amiga gaviota Su nombre es mi madre.   A ti, que me diste tu vida, tu amor y tu espacio A ti, que cargaste en tu vientre dolor y cansancio A ti, que peleaste con uñas y dientes Valiente en tu casa y en cualquier lugar A ti, rosa fresca de abril A ti, mi fiel querubín.   A ti te dedico mis versos Mi ser, mis victorias A ti mis respetos Señora, señora, señora.   Y para no hacer tanto alarde Esta mujer de quien hablo Es linda mi amiga gaviota Su nombre es mi madre.

Nota: La historia detrás de “Señora, señora”
 

Hay canciones que nacen con tiempo, con planeación, con partituras ordenadas y borradores corregidos. Y hay otras que simplemente se imponen, que no piden permiso y que llegan como un río desbordado a través del alma. Así nació “Señora, señora”, en una noche cualquiera que terminó siendo inolvidable para Denisse de Kalafe… y, sin saberlo, para millones de personas.
Denisse no estaba en un escenario ni en una cabina de grabación cuando escribió la canción que marcaría su carrera para siempre. Estaba en la cocina. Preparaba una cena con esmero, guiada por un viejo recetario que le había regalado su madre. Cada ingrediente era un hilo invisible que la ataba a su tierra natal, a sus raíces, a los gestos y sabores que había aprendido de niña.
Y fue entonces, entre vapores de nostalgia y cucharadas de memoria, que la emoción la sorprendió. El rostro de su madre —lejano, amado, presente en cada rincón de su corazón— se le apareció no como un recuerdo triste, sino como un eco lleno de ternura. No había cámaras, no había micrófonos. Solo ella, su pecho lleno y un piano esperándola.


Dicen que las canciones más profundas no se componen: se dictan. Y eso fue lo que ocurrió. Denisse se sentó al piano, con el alma ardiendo, y los versos empezaron a fluir como si ya vivieran dentro de ella. No tenía hojas, así que tomó una bolsa de papel cualquiera, y ahí, entre notas y sollozos, escribió lo que el corazón le iba dictando.
No pensaba en un éxito, ni en grabarla, ni en incluirla en algún disco. Esa canción era una carta íntima, una confesión sin destinatario oficial, un poema para su madre que simplemente había querido nacer.
Pasaron los días, y Denisse guardó aquella canción como quien guarda una reliquia: con respeto, con pudor. No estaba segura de compartir algo tan íntimo. Pero los caminos del arte no siempre se cruzan con los del cálculo, y fue durante una conversación con su equipo que surgió la idea de incluirla en su próximo material.


Desde entonces, cada 10 de mayo, la canción vuelve a sonar en las escuelas, en las casas, en los escenarios. Y no hay año en que alguien no llore con ese estribillo tan simple como demoledor: “Señora, señora, señora…”. Porque en esas tres palabras cabe toda una vida de entrega, de sacrificio, de amor callado.
No fue escrita para vender discos, ni para ganarse aplausos. Fue escrita porque un día, en medio de la nostalgia y el amor, una hija sintió que su madre merecía una canción. Y esa canción le quedó tan grande y tan hermosa, que terminó perteneciendo a todas las madres.
  
(ByNotas de Libertad).

Si quieres escucharlo en la voz de Carolina Ross

Si quieres escucharlo en la voz de Mexillennials La Nueva Generación del Regional Mexicano

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 “Cuando la fe construye lo eterno: una ruta de piedra, silencio y alma”

Porque hay rutas que no huelen a comida, sino a incienso.
Hay rincones que no se llenan de turistas, sino de promesas susurradas y pasos humildes.
Y hay piedras… que no se tallaron con cincel, sino con fe.
 
Hoy la gira no se escribe con antojo, sino con devoción.
Y lo que buscamos no está en el menú, sino en las bóvedas, en los retablos, en el sonido de una campana que ha llamado a misa por más de dos siglos.
 
Esta semana, Rincones y Sabores entra a los templos.
A los de verdad.
A los que resisten el paso del tiempo como quien resiste el olvido: firmes, callados, intactos por dentro.
Entramos con respeto, con la voz bajita y el corazón despierto, porque hay lugares donde hablar fuerte sería un sacrilegio y donde tomar una foto no alcanza para guardar lo que se siente.
 
Nos fuimos a Purísima del Rincón, donde el alma se arrodilla sola frente a la Parroquia de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, joya de un pueblo que lleva la fe en la sangre.
Pasamos por San Francisco del Rincón, donde la Parroquia de San Francisco de Asís parece levantar su cruz con la fuerza de siglos que no se rinden.
En León, entramos al Expiatorio, ese milagro neogótico que tardó casi un siglo en aprender a decir “Amén”, pero que hoy grita cielo en cada vitral.
En Guanajuato Capital, la Basílica Colegiata de Nuestra Señora se impone como lo que es: el corazón visible de una ciudad invisible por dentro.
En San Miguel de Allende, la Parroquia del Arcángel es más que postal: es plegaria de cantera rosa que apunta al infinito.
En Celaya, la Parroquia de San Francisco de Asís es tiempo detenido: piedra que susurra oraciones al oído del viento.
Y en Pénjamo, la Parroquia franciscana no es solo templo: es raíz, es refugio, es la memoria viva de un pueblo que nunca dejó de rezar.

 
No venimos a llenar el estómago.
Venimos a recordar lo que llena el espíritu.
A entrar a templos que no piden entrada, pero exigen respeto.
A caminar entre siglos de silencio que aún saben hablar.
 
Porque esta semana no se celebra con brindis…
Se celebra con silencio. Con luz. Con gratitud.
Esta semana no se come.
Se contempla.
 
Bienvenidos a la ruta donde la fe también tiene sabor…
aunque no sepa a nada.
 
(By Notas de Libertad).

Purísima del Rincón: Donde la fe se entrelaza con la historia

Parroquia de Nuestra Señora de la Purísima Concepción: un legado de devoción y cultura
 
Orígenes que perduran en el tiempo
La historia de Purísima del Rincón se remonta a los primeros años del siglo XVII. Fundada originalmente como San Juan del Bosque, la comunidad adoptó el culto mariano desde sus primeras generaciones. En 1649, el nombre cambió a Nuestra Señora de la Limpia Concepción, reflejando la profunda fe en la Virgen María. Esta nueva identidad marcó el inicio de una devoción colectiva que se ha mantenido viva. La parroquia fue construida por el esfuerzo comunitario, piedra sobre piedra, promesa tras promesa, con la convicción de levantar no solo un templo, sino el corazón espiritual del pueblo. En 1834, el nombre cambió a Purísima del Rincón y en 1954, la cabecera municipal se renombró en honor al pintor Hermenegildo Bustos, símbolo de la identidad cultural local.
 
Arquitectura que inspira devoción
Ubicada en la Plaza Principal, el templo es una joya arquitectónica de cantera rosa que captura la mirada por su sencillez armónica. Cada detalle tallado es un testimonio silencioso del talento artesanal de sus constructores. En su interior, los retablos de madera bañada en oro resplandecen bajo la luz suave que filtra a través de los vitrales. La nave principal ofrece una atmósfera de contemplación, con bancas que han sostenido generaciones de plegarias, confesiones y agradecimientos. Este templo no se impone por su tamaño, sino por el alma que lo habita.
 
Restauración y preservación del patrimonio
En años recientes, la parroquia fue objeto de una restauración profunda que respetó su estructura original. Los murales fueron rescatados con paciencia quirúrgica, devolviéndoles el color y la fuerza de sus trazos devocionales. La iluminación escénica añadió nueva vida a los detalles del retablo mayor, sin alterar su esencia sagrada. Esta renovación no fue un simple proyecto de obra pública: fue una expresión de gratitud colectiva hacia un espacio que ha protegido los momentos más íntimos de la comunidad.
 
Centro de espiritualidad y comunidad
Más allá de su arquitectura, la parroquia es el núcleo espiritual de Purísima. Aquí se celebran los ciclos de la vida: desde los primeros llantos en un bautismo hasta los últimos adioses en un funeral. La parroquia ha sido maestra silenciosa de generaciones que aprendieron a rezar de rodillas frente a su altar. Es también testigo de festivales, novenarios, peregrinaciones y actos de fe que se heredan con orgullo.
 
Una tradición que trasciende generaciones
El 8 de diciembre, la fiesta de la Inmaculada Concepción convoca a toda la ciudad. Pero es durante Semana Santa que la parroquia vibra con la Judea, representación viviente de la pasión de Cristo. Este acto no es teatro: es herencia, es fervor, es oración con cuerpo, voz y calle. Las familias participan completas: unos como actores, otros como organizadores, todos como creyentes. La Judea es el alma de un pueblo que se pone en escena para renovar su fe colectiva.
 
Un legado que vive en el corazón del pueblo
La parroquia ha visto pasar guerras, epidemias, migraciones y crisis, pero su voz no se ha apagado. En sus muros aún resuenan los rezos de quienes partieron y los suspiros de quienes todavía buscan consuelo. Es más que un lugar: es una promesa que se renueva cada día, un espacio donde Dios no solo escucha, sino acompaña. Quien entra a esta parroquia no solo visita una iglesia: entra a un refugio ancestral donde la fe sigue de pie, sin pedir permiso, sin perder fuerza.
 
(By Notas de Libertad).

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Domingo 4 al 10 de mayo

Cada semana es una pequeña travesía.
No se trata solo de pasar los días, sino de dejar que los días pasen por nosotros.
Aquí, cada santo es un espejo posible, cada efeméride una grieta luminosa en la pared del tiempo.
Y entre las preguntas, las reflexiones y los silencios, encontramos motivos para vivir con más alma y menos prisa.

Santoral
1.   San Florián (†304) –
Patrono de los bomberos.
2.   Santa Antonina de Nicea (†302) – Mártir por no renegar de su fe.
3.   San Curcódomo – Diácono y mártir.
4.   San Godofredo de Hildesheim (†1038) – Obispo alemán.
5.   San José María Rubio (†1929) – Jesuita español.
 
Efemérides
1.   1858  - Benito Juárez establece el gobierno constitucional de Veracruz
2.   1949 – Tragedia aérea de Superga: muere el equipo del Torino.
3.   1979 – Margaret Thatcher es elegida Primera Ministra del Reino Unido.
4.   2000 – Circula el virus informático “ILOVEYOU”.
5.   Día Internacional de los Bomberos: Reconoce la labor y el sacrificio de los bomberos en todo el mundo. 
6.   Día Mundial de la Risa: Celebrado el primer domingo de mayo para promover la paz mundial a través de la risa. 
7.   Día de Star Wars: “May the 4th be with you” es un juego de palabras en inglés para celebrar la saga de Star Wars.
8.   Día de la Madre: En países como España y Portugal, se celebra el primer domingo de mayo.
 
Reflexión del día
El heroísmo cotidiano no siempre lleva uniforme ni se aplaude en público: muchas veces se viste de silencio y se llama servicio.
 
Pregunta al lector
¿Quién en tu familia ha sido una llama constante, aunque nadie lo haya notado?

Y así termina otra semana que no solo pasó por el calendario, sino —esperamos— por tu corazón.
Que cada santo haya sido guía, cada efeméride una chispa de conciencia, y cada reflexión… una pausa necesaria.
Porque la historia no se queda atrás: también se escribe en familia, cada día.
Nos leemos el próximo domingo.
Donde la fe, la memoria y la vida… aún tienen mucho que contar.
 
(By Notas de Libertad).

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Música para recordar el ayer

Juan Gabriel: El hombre que volvió canción cada herida
El milagro de cantar sin permiso
 

Alberto, el niño invisible
Hay nacimientos que no tienen pañales ni celebraciones, que ocurren en un rincón sin eco. Así llegó al mundo Alberto Aguilera Valadez, el 7 de enero de 1950, en Parácuaro, Michoacán. Su infancia fue una sucesión de puertas cerradas. Su padre perdió la razón y el resto de la familia se fue dispersando como polvo al viento. A los pocos años, su madre lo llevó a Ciudad Juárez con más cansancio que destino.

En Juárez, ese chico callado y profundo encontró techo en un internado. Tenía poco: una cama, un uniforme, silencio. Pero también tenía algo que no muchos tenían: la urgencia de cantar. Cantaba porque dolía, porque era la única forma de no desaparecer. En cada entonación afinaba la resistencia. Y ahí, sin saberlo, empezó a nacer el artista más entrañable que ha dado México.
 
Juan Gabriel: la invención de una esperanza
Para sobrevivir, a veces hay que dejar de ser uno mismo. Alberto entendió eso pronto. Se inventó un nuevo nombre, Juan Gabriel, en honor a su mentor del internado —Juan Contreras— y a su padre biológico, Gabriel. El nuevo nombre no sólo lo protegía: lo liberaba.

De cantar en bares y ferias pasó a los estudios de grabación. Su primer gran golpe fue “No tengo dinero”, un éxito que parecía ligero, pero que en realidad era una radiografía de su historia: un joven sin recursos que, sin embargo, amaba con toda la fuerza de su dignidad.
 
El compositor de todos: voz plural, corazón único
La genialidad de Juan Gabriel no se limitó a su interpretación. Fue, ante todo, un arquitecto del sentimiento ajeno. Compuso más de 1,800 canciones. En cada una, dejó un jirón de vida, no siempre la suya, pero siempre vivida como si lo fuera. Escribía desde las entrañas. Cuando alguien le contaba una historia, él no la contaba: la cantaba.
 
El ídolo sin permiso
En un mundo que exige etiquetas, Juan Gabriel fue indomesticable. Femenino sin pedir disculpas, teatral sin buscar la risa, apasionado sin filtros, cariñoso sin restricciones. En él convivían el gesto exagerado y la serenidad interior, el drama y la ternura, el dolor y la fiesta.
 
Juárez, Bellas Artes y el regreso triunfal
Aunque sus giras lo llevaron por todo el mundo, Ciudad Juárez siempre fue su punto de partida y de regreso. Le cantó al Noa Noa como si fuera el Vaticano del amor. Pero también conquistó Bellas Artes, ese recinto reservado a unos pocos elegidos. Y cuando lo hizo, lo hizo a su manera: con flores, con mariachi, con banda, con gritos, con llanto. Lo convirtió en una fiesta popular, en una misa para los que no iban a misa.
 
Amor eterno y el último acorde
El 28 de agosto de 2016, en Santa Mónica, California, su cuerpo se apagó. No hubo anuncio previo ni despedida programada. Se fue como vivió: de forma inesperada, sin seguir ningún guion, dejando un dolor colectivo que solo se puede explicar con sus propias canciones.
 
Juan Gabriel no necesita eternidad: ya la tiene
Al final, Juan Gabriel no fue una estrella del espectáculo, fue un fenómeno humano. Nos enseñó que se puede ser frágil y poderoso, masculino y dulce, triste y festivo, todo al mismo tiempo. Nos enseñó que la música no se canta, se habita. Que no hay que tener permiso para ser uno mismo. Que lo más valiente que puede hacer un artista es convertir su herida en melodía sin disfrazarla.

​(By Notas de Libertad).

Querida (Acompañado de Juanes)

El Noa Noa

Porque me Haces Llorar

Rocío Dúrcal: La voz que acarició a México
Cuando cantar era amar sin medida

María de los Ángeles: una niña con luz propia
Antes de ser Rocío Dúrcal, fue María de los Ángeles de las Heras Ortiz, nacida en Madrid el 4 de octubre de 1944. Su infancia transcurrió entre juegos, sueños y canciones que tarareaba en casa sin imaginar que algún día serían parte de un continente entero.

Desde pequeña, su familia notó que su voz tenía algo distinto: una calidez que envolvía. Ganó concursos escolares y pronto fue descubierta por un cazatalentos que cambió su destino. El cine fue su primer escenario, pero la música fue su verdadera patria.
 
De estrella juvenil a reina de corazones
La llamaron Rocío Dúrcal para que sonara dulce, cercano, popular. Y ella lo hizo suyo. Se convirtió en estrella de películas románticas en la España de los años sesenta. Pero ese cine ingenuo no fue suficiente para su alma profunda. Entonces, cruzó el mar.

México la estaba esperando. La esperaba sin saberlo, como se espera lo inevitable y lo necesario. Cuando su voz se unió a las canciones de Juan Gabriel, nació algo más que una colaboración: nació un puente eterno entre dos países.
 
Juan Gabriel y Rocío: el dueto del alma
Fue la musa perfecta para las canciones del Divo de Juárez. Él ponía la herida, ella el consuelo. Él componía con furia, ella cantaba con ternura. La química entre ambos no era de escenario: era espiritual. Juntos grabaron álbumes históricos como *Canta a Juan Gabriel*, que rompió todas las fronteras y todos los corazones.

La elegancia española de Rocío encontró en el mariachi un vestido nuevo. Y lo llevó con gracia. Nunca fingió ser mexicana, pero México la adoptó como hija legítima.
 
Reina del sentimiento ranchero
Mientras otras cantantes buscaban moda, Rocío abrazó la tradición. Le cantó al dolor, al abandono, al amor imposible. Y lo hizo con esa voz suave pero firme, de mujer fuerte que no se quiebra, aunque duela. Su forma de decir 'te vas porque yo quiero que te vayas' no era una amenaza: era una lección de dignidad.

Con trajes de charro bordados y flores en el cabello, dignificó el folclore mexicano desde la voz española.
 
Familia, escenario y despedida
Más allá del escenario, Rocío fue madre, esposa, amiga. Formó una familia sólida con el cantante Junior y juntos criaron a sus hijos lejos del escándalo. Pero nunca dejó de cantar. Subía al escenario con la misma pasión del primer día, aunque el cuerpo empezara a fallar.

En 2006, un cáncer apagó su voz, pero no su eco. Murió en Torrelodones, rodeada de los suyos. Su muerte fue un golpe para el mundo hispano: se fue la dama, pero quedó su música con vestido largo y alma viva.
 
Rocío Dúrcal no se fue: se quedó en cada nota
No hay fiesta familiar, serenata o noche de despecho donde su voz no aparezca. Rocío Dúrcal no fue solo una cantante: fue una intérprete que tradujo las emociones en idioma universal. Por eso, sigue viva en cada mujer que canta fuerte para no llorar, en cada hombre que recuerda a su madre con 'Amor eterno'.

Porque cuando una voz es honesta, no necesita pertenecer a un país: pertenece al corazón.

​(By Notas de Libertad).

Costumbres

La Gata Bajo la Lluvia

Nabucco

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“La Derrota de Dios”

Autor: José Luis Trueba Lara

Resumen del Libro: La tragedia de Miguel Miramón contada desde la carne, la pólvora y la fe rota
 

Un muchacho que aprendió a morir antes que a vivir
 
Miguel Miramón no fue un militar común. Fue un niño soldado, un joven que cambió los juegos por las balas, la ternura por el uniforme. Desde que pisó el Colegio Militar, se perfiló como uno de esos espíritus que parecen tener prisa por marcar la historia. A los quince años ya tenía el rostro curtido por el humo de la guerra. No era un romántico de la pólvora: era su criatura. Y aunque muchos lo veían como un prodigio, él ya cargaba en la espalda la sombra de un destino violento.
 
Desde los pasillos del colegio hasta los campos de batalla, Miramón fue creciendo entre cañonazos y órdenes. Se convirtió en un símbolo del conservadurismo mexicano no por imposición, sino por convicción. En un país fragmentado, él no dudó en elegir bando. Y lo hizo con el fuego en los ojos y una idea fija: salvar a México de sí mismo.
 

El soldado de un orden que se desmoronaba
 
No era un fanático, era un creyente. Miguel Miramón creía en el orden, en la religión, en la autoridad que no pedía permiso para mandar. En plena Guerra de Reforma, cuando las ideas liberales agitaban el corazón de la nación, Miramón se convirtió en el paladín del viejo mundo, el defensor de un México estructurado sobre la cruz, el altar y el ejército.
 
Su rostro se volvió temido y respetado. Era joven, sí, pero hablaba con la firmeza de un veterano. En sus decisiones había crudeza, pero también idealismo. No luchaba por ambiciones personales, sino por un proyecto de país que, aunque hoy parezca anacrónico, entonces ofrecía estabilidad frente al caos.
 
Pero la historia, caprichosa, ya había girado la rueda. El México que Miramón defendía comenzaba a hundirse bajo sus pies.
 

Presidente a los 27: gobernar con un fusil en la espalda
 
Cuando el gobierno conservador lo nombró presidente, Miramón no celebró con brindis ni aplausos. Era joven, pero no ingenuo. Sabía que heredaba un país en guerra, fracturado, sin legitimidad internacional, con enemigos dentro y fuera del territorio.
 
Durante su breve presidencia, gobernó como un soldado que no suelta el arma ni cuando entra al despacho. Los días eran una mezcla de estrategia militar y decisiones políticas desesperadas. Buscó financiamiento, reorganizó al ejército, intentó mantener el pulso del conservadurismo, pero la presión lo asfixiaba.
 
Lo que pesaba no era solo el poder, sino el peso de sostener una idea que se desmoronaba a cada disparo. Miramón nunca gobernó con comodidad. Gobernó con urgencia, como quien sabe que la historia le ha prestado un cargo… con la amenaza de cobrarlo con sangre.
 

El destierro: cuando hasta el exilio duele menos que la traición
 
La derrota fue inevitable. Los liberales avanzaban, la presión extranjera aumentaba, y los apoyos comenzaban a flaquear. Miramón se exilió en Europa con el corazón roto y la honra herida. No era un cobarde: era un general derrotado por su propia patria. El exilio no fue descanso, fue castigo. Era el silencio tras el estruendo de las armas, la memoria rumiando derrotas y la frustración de haber peleado por un país que ya no existía.
 
En Europa, pudo haber olvidado, rehacerse, comenzar otra vida. Pero no lo hizo. Porque algunos hombres están hechos no para sobrevivir, sino para regresar… aunque eso los lleve directo a la muerte.
 

El regreso: a las órdenes de un emperador extranjero
 
El Imperio de Maximiliano fue la última esperanza del conservadurismo mexicano. Y aunque muchos desconfiaban de aquel emperador europeo de modales suaves y mirada romántica, Miramón decidió regresar y ponerse a su servicio. Lo hizo sin cinismo, sin reclamos. Lo hizo por México, o por lo que él creía que era México.
 
Mirar al joven general de antaño,
ahora maduro, con cicatrices físicas y morales, poniéndose nuevamente el uniforme… era presenciar una tragedia griega en carne criolla. Sabía que el Imperio estaba sostenido por alfileres. Pero aún así, volvió. Porque hay quienes prefieren morir defendiendo lo imposible, que vivir negándose a sus ideales.
 

Querétaro: el último bastión, el último aliento
 
Querétaro no fue solo una batalla: fue una agonía. La ciudad sitiada, los víveres escasos, la moral tambaleante. Miramón dirigió la defensa con una mezcla de genio y desesperación. Cada decisión que tomaba tenía el filo de una sentencia.
 
Intentó romper el cerco, organizar ofensivas, levantar el ánimo de los soldados. Pero todo era inútil. El destino estaba escrito. El Imperio se desangraba, y con él, la esperanza de Miramón.
 
Aun así, no huyó. No negoció. No se rindió. Se quedó para morir, como los capitanes que se hunden con su barco. Porque ese era él: un hombre fiel hasta la muerte… incluso si se trataba de una causa ya vencida.
 

La captura: el juicio ya estaba dictado
 
Tras la rendición de Querétaro, fue arrestado junto a Maximiliano y Tomás Mejía. Lo juzgaron rápidamente, como a un enemigo vencido. Nadie quiso escuchar argumentos, nadie quiso entender lealtades. El tribunal no juzgó sus actos, sino su bando.
 
Los liberales querían escarmentar. Y él, Miramón, era el rostro perfecto para ese castigo ejemplar. Encaró su juicio con dignidad. No pidió clemencia. No traicionó a sus compañeros. Hasta el final, mantuvo la postura de quien acepta su destino con los ojos abiertos.
 

El Cerro de las Campanas: donde el sueño se volvió polvo
 
El 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, Miguel Miramón fue fusilado junto a Maximiliano y Mejía. No tembló. No lloró. En su último suspiro estaba el eco de un país que se despedía de una época.
 
Su muerte fue más que una ejecución: fue el símbolo de un mundo que moría. La derrota no fue solo militar. Fue espiritual, ideológica, emocional. Se extinguía con él una forma de ver la patria, de creer en la autoridad, de entender la fe y el poder.
 
Ese día, no solo murió un general. Murió una visión del alma mexicana.
 

El juicio de la historia: entre la traición y la tragedia
 
A Miguel Miramón la historia lo ha juzgado con dureza y con incomprensión. Para muchos fue un traidor al aliarse con un emperador extranjero. Para otros, un patriota coherente con sus principios. Pero hay una verdad incómoda: no encaja en los moldes del héroe ni del villano. Fue ambas cosas. Y también ninguna.
 
Su figura representa la complejidad del México del siglo XIX: dividido, desgarrado, apasionado. Un país donde cada decisión era una traición para unos y un acto de valentía para otros. Y Miramón eligió, sabiendo que su elección lo llevaría al cadalso.
 

La derrota de Dios: no del cielo, sino de la esperanza
 
El título del libro no es gratuito. La derrota de Dios no habla del Todopoderoso celestial, sino del dios que Miramón llevaba dentro: el dios del deber, del orden, del sacrificio, del país que se construye con valores firmes y una moral inquebrantable.
 
Ese dios fue derrotado. No por el rifle, sino por el olvido. Por la indiferencia de los nuevos tiempos. Por la risa sarcástica de una patria que ya no cree en mártires. Y aun así, José Luis Trueba Lara no lo escribe para vindicar ni para condenar. Lo escribe para recordar. Para que no se borre la memoria de un hombre que, con todos sus errores, fue leal hasta su última respiración.

 

Sobre el autor: José Luis Trueba Lara: El narrador que piensa con el alma
 
Hay autores que escriben con la cabeza, y otros que lo hacen con las tripas. José Luis Trueba Lara pertenece a una rara estirpe: la de quienes piensan con el alma. Su obra no es una colección de ideas lanzadas al azar, sino una búsqueda apasionada por comprender al ser humano, su historia, sus contradicciones… y sus silencios.
 
Nacido en la Ciudad de México en 1960, Trueba ha sido muchas cosas: filósofo, editor, maestro, periodista, ensayista, divulgador y novelista. Pero por encima de todo, ha sido un provocador del pensamiento. De esos que no se conforman con repetir lo aprendido, sino que escarban en la conciencia colectiva hasta encontrar lo que nos duele… y lo que nos salva.
 
Su pluma tiene un sello inconfundible: mezcla la crudeza del análisis político con la calidez de la narrativa emocional. No teme adentrarse en temas complejos, ni en escenarios donde otros callan. En su escritura hay heridas abiertas, ironía bien pensada, ternura discreta y una claridad brutal.
 
La derrota de Dios es quizá su obra más íntima y filosófica. Pero no está sola. A lo largo de más de tres décadas ha construido un universo literario que va de la novela histórica a la crónica social, de los laberintos de la política a las emociones de la juventud. Todo con la mirada puesta en lo humano, lo profundamente humano.
 
Trueba no busca complacer. Busca confrontar. No escribe para quienes quieren respuestas fáciles, sino para quienes se atreven a hacerse las preguntas difíciles. Es, en el fondo, un testigo de su tiempo… y un rebelde del pensamiento.
 
(By Notas de Libertad).

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La ruta del colmillo: anécdotas que no caben en un currículum

Nadie sobrevive intacto: 105 momentos que solo entiende quien ha vivido la política

Nota: anécdotas que casi inevitablemente le ocurren a quienes se adentran en el camino de la política. Están ordenadas en secuencia: desde los primeros pasos juveniles hasta el inicio de la vida pública formal. Cada una es una ventana abierta a la experiencia… y una advertencia amable a quien quiera escuchar.
 

Cuando la política aún no te cree, pero ya te muerde
 
Adolescencia, juventud temprana y primeros pasos en la militancia

 
1. El primer volante que uno reparte… con vergüenza.
Ese momento incómodo cuando te encargan volantear en la plaza. Lo haces con pena, casi escondiéndote. Y aun así lo haces. Porque algo en ti ya decidió caminar por ahí.
 
2. La reunión donde no entiendes nada… pero finges que sí.
Te invitan a una asamblea partidista. Todos hablan con jerga, mencionan líderes y maniobras. Tú sonríes, tomas nota de todo… aunque no entiendes ni la mitad. Es tu primer ensayo de simulación política.
 
3. La promesa de campaña que hiciste sin saber qué costaba.
Ofreciste becas, empleo, hasta una techumbre… sin saber que el candidato ni tenía presupuesto. Pero lo dijiste con fe. Porque en política, a veces se promete desde la esperanza… aunque duela después.
 
4. El café con tu primer “ídolo político”.
Alguien que admiras te invita a charlar. Tú hablas poco, lo escuchas mucho, y te crees reclutado para una causa superior. Años después, descubres que era café con todos… pero ese contigo te marcó.
 
5. El primer regaño por pensar en voz alta.
Dijiste algo lógico, pero inoportuno. Te sacaron de la reunión para decirte que aquí no se piensa, se cuadra. Aprendiste que la política premia el silencio cuando se viste de estrategia.
 
6. La noche de la lona y la escalera.
Pasaste la madrugada colgando lonas y banners. Sudaste, te cortaste, te regañaron… y no saliste en ninguna foto. Pero desde ahí supiste que la política empieza en la calle y se gana en la banqueta.
 
7. El amigo que te borró del chat de coordinación.
Uno que era tu compinche en la brigada te dejó fuera del grupo importante. Y cuando preguntas, finge sorpresa: “¿No te agregaron?”. Primera lección de exclusión pasiva-agresiva.
 
8. El día que tu casa dejó de ser tuya.
Llegó el comité, los compañeros, los trastes sucios, los gritos, el desvelo. Tu madre ya no puede más. Y tú entiendes que la casa de un joven político… se convierte en centro de operaciones sin pedir permiso.
 
9. El debut en la tribuna estudiantil.
Leíste tu primer discurso en voz alta, frente a maestros, con nudo en la garganta y manos sudorosas. Nadie recuerda qué dijiste… pero tú sí: fue la primera vez que sentiste que valías más por lo que decías que por tu edad.
 
10. El mitin donde nadie te aplaudió.
Te tocó hablar después de un líder carismático. Dijiste tu parte, nadie reaccionó. El silencio te envolvió. Y supiste que la oratoria no basta. Hay que aprender a leer el ritmo, a calentar el aire antes de entrar.
 
11. El apretón de manos que dolió.
Un viejo político te saludó con fuerza, te miró sin sonreír y te dijo: “A ver si aguantas”. Era un saludo disfrazado de advertencia. Lo aguantaste. Y supiste que en política también se lucha con la mirada.
 
12. La traición con sonrisa.
Alguien te prometió apoyarte con el dirigente. Tú se lo creíste. Luego descubriste que habló mal de ti. El colmillo se afila con sonrisas rotas.
 
13. El elogio que venía con zancadilla.
Te dijeron que estabas haciendo un gran papel… justo antes de sacarte del equipo. Porque en política, los elogios a veces son la antesala del destierro. Te dolió, pero aprendiste a oler el perfume del cinismo.
 
14. El rostro de la desesperanza.
Una señora te tomó de la mano y te dijo: “Solo vine a ver si ahora sí nos cumplen”. No pidió nada. Solo esperó. Y su silencio te pesó más que cualquier reclamo.
 
15. El día que alguien creyó en ti sin conocerte.
Un jovencito se acercó y dijo: “¿Usted va a ayudar a la colonia?”. No sabías ni dónde estaba la colonia. Pero asentiste, y en ese instante sentiste el peso de la representación real. Esa que no viene en el manual.
 
Nota: Nos movemos ahora al terreno donde ya se tiene un cargo, aunque sea menor. Donde ya no basta el entusiasmo: hay que rendir cuentas, y el desgaste empieza a notarse. Bienvenido al siguiente nivel del colmillo.
 
 

El poder prestado también pesa
 
16. El nombramiento que no llegó… pero sí te hicieron trabajar.
Te ilusionaron con una dirección. Te presentaron, te dejaron sentarte… y al final, nunca salió el oficio. Pero te comiste las juntas, los informes, los corajes. Y al final, también el silencio.
 
17. El primer día en oficina sin oficina.
Te dieron un nombramiento… pero no había escritorio. Ni computadora. Ni silla. Era cargo, pero sin lugar. Ese día entendiste que el poder a veces entra por la firma, no por el mobiliario.
 
18. El jefe que te pidió lealtad… y te la cobró.
Te dijo que confiaría en ti. Y lo hizo. Pero luego te pidió que callaras, que encubrieras, que “no movieras las aguas”. El dilema moral llegó rápido… y sin pretexto.
 
19. El regidor que te pidió ayuda para hacer su trabajo.
Tenía cargo, sueldo y visibilidad… pero no sabía por dónde empezar. “Tú hazme una reseña, y luego yo la leo”. Así nació el oficio de sombra política.
 
20. La sesión donde firmaste sin saber qué era.
Entre tantos papeles, firmaste un acuerdo con errores. Te cayó el señalamiento. Y ahí aprendiste que en política, el descuido también se castiga con desprestigio.
 
21. El día que nadie te avisó que había reunión.
Llegaste temprano, preparado… y el salón estaba vacío. Fue a puerta cerrada. Y no te invitaron. Primera lección de exclusión operativa: no es lo mismo estar en el cargo que en el círculo.
 
22. El subordinado que sabía más que tú.
Tú con nombramiento nuevo, él con veinte años en el cargo. Te corregía con paciencia y con condescendencia. Te diste cuenta que el respeto en política no se ordena… se gana.
 
23. La inauguración donde el micrófono falló.
Te tocaba dar unas palabras. El audio rebotaba, el micrófono chillaba, nadie escuchaba. Y tú fingiste seguridad mientras improvisabas con el estómago encogido. Porque en política también se actúa.
 
24. La promesa pública que no sabías que habías hecho.
Alguien dijo “como ya lo dijo el director, se va a construir el domo”. Nunca lo dijiste. Pero ya lo aplaudieron. Y ya salió en el diario. A ver cómo explicas que no hay presupuesto.
 
25. El primer desencanto con el partido.
Defendiste la línea con pasión, y el partido apoyó a alguien indigno. No dijiste nada, pero por dentro algo se rompió. Te diste cuenta que la fidelidad, en política, a veces muerde a quien la ofrece.
 
26. El colaborador que te traicionó por una plaza.
Te juraba lealtad, lloraron juntos el primer logro… y de pronto, lo viste en otra oficina, con otro jefe. Ni una llamada. Solo la foto de su nuevo gafete.
 
27. El ciudadano que te gritó en la calle.
Ibas con tu gafete colgado y tu mejor sonrisa. Pero alguien te increpó con furia: “¡Todos son iguales!”. No era contigo… pero te dolió como si sí. Porque la política también es carga ajena.
 
28. El día que tu equipo se partió en dos.
Unos querían ir con fulano, otros con zutano. Tú en medio, tratando de ser justo. Pero todos terminaron pensando que estabas con el otro. Ahí conociste el arte de perder sin decidir.
 
29. La comida donde no comiste.
Organizaste todo, atendiste a todos, presentaste el evento… y al final, cuando llegaron los platos, ya te habías ido. Porque en política, muchas veces el que sirve no prueba bocado.
 
30. La llamada que esperaste y nunca llegó.
Te prometieron “consultarte”, “tomarte en cuenta”. Y tú, iluso, cargaste el celular todo el día. Nunca sonó. Y cuando lo hizo, fue para otra cosa. Supiste entonces que también se puede ignorar… elegantemente.
 
Nota: El político ya comienza a ser figura pública reconocida en su comunidad o región, con mayor exposición, primeras elecciones competitivas o coordinación de campañas.
 
 

Cuando ya apareces en la boleta… y en los chismes
 
31. El día que apareció tu cara en una lona.
La primera vez que te ves impreso en una lona, cartel o espectacular, el ego se infla… pero también el estómago se revuelve. Porque sabes que a partir de ahí, ya no hay marcha atrás.
 
32. El mitin donde la gente no era tuya.
Llegas al evento y ves muchas sillas ocupadas. Te emocionas. Pero alguien te dice al oído: “Los trajo el candidato de al lado”. Aprendes que en política, la asistencia no siempre es adhesión.
 
33. La campaña que hiciste con el corazón… y te la robaron.
Te entregaste completo: casa por casa, lonas, brigadas, propuestas. Pero al final, te dejaron fuera. Fue dedazo, fue consigna, fue traición. Y dolió más porque creíste que esta vez iba en serio.
 
34. La entrevista que te destrozó.
Un reportero te preguntó lo que no sabías, y lo hizo con saña. Titubeaste. Al día siguiente, todos hablaban de tu error. Y tú aprendiste que no hay preguntas inocentes… ni segundos que se recuperen.
 
35. El amigo que se volvió adversario.
Crecieron juntos, caminaron en la misma trinchera… hasta que un día quiso lo mismo que tú. Se hizo tu competencia. Y la amistad no resistió la ambición.
 
36. La reunión donde te sentiste grande… y te hicieron sentir pequeño.
Entraste con traje nuevo, discurso preparado y buenos datos. Te interrumpieron con sorna, te ignoraron al final. Aprendiste que en política, el respeto no se exige: se provoca.
 
37. El simpatizante que se convirtió en sombra.
Alguien te seguía a todos lados. Te tomaba fotos, te aplaudía más que nadie. Luego descubriste que grababa tus errores… para vendérselos a tus rivales. En política, no todo fan es fan.
 
38. El evento donde se cayó el sonido, el toldo y la dignidad.
Estabas dando un discurso y comenzó a llover. El toldo voló, el audio tronó, el público corrió… y tú quedaste empapado. Pero seguiste hablando. Porque en política, lo ridículo también se capitaliza.
 
39. El debate que ganaste… pero nadie vio.
Te preparaste como nunca. Doblaste al rival, argumentaste con firmeza, saliste con la frente en alto. Pero no se transmitió. O lo editaron. O lo ocultaron. En política, también se gana en silencio.
 
40. La traición del asesor en plena campaña.
Tu asesor de imagen, ese que te vestía, te grababa y te decía “vas muy bien”, fue captado negociando con el otro equipo. Aprendiste que en campaña, la lealtad no se paga… se cuida.
 
41. El candidato que te robó el plan de trabajo.
Hiciste un programa completo, técnico, bien armado. Y otro lo presentó como suyo, con más fuerza mediática. Tu rabia fue muda, pero tu aprendizaje, eterno.
 
42. El mitin donde te olvidaron en el templete.
Todos hablaron, todos fueron nombrados… menos tú. Estabas en el escenario, pero nadie te mencionó. El olvido público pesa más que cualquier crítica.
 
43. El día que saliste en un meme.
Una foto desafortunada, una frase sacada de contexto… y te convertiste en burla digital. Querías llorar, pero tu equipo te dijo “ríete con ellos o ríen sin ti”. Y aprendiste a tragar broma con colmillo.
 
44. El empresario que te ofreció todo… con letra chiquita.
Prometió recursos, apoyo logístico, asesoría… pero también quería obra, poder, influencia. Y tú, a medio camino, tuviste que decidir entre ganar y deber… o perder y dormir tranquilo.
 
45. El día que ganaste… y no sentiste felicidad.
Después de meses de campaña, esfuerzo, cansancio… te dieron la constancia. Todos aplaudían, pero tú no sentías nada. Fue ahí donde supiste que a veces el alma llega después del triunfo. O no llega.
 
Nota: Entramos ahora a un terreno de mayor compromiso: el político ya es autoridad. Firma oficios, aprueba presupuestos, sube a tribuna, representa… y también empieza a vivir los sacrificios más dolorosos. Aquí ya no se trata de gustar, sino de sostenerse.
 

Cuando ya no marchas… ahora eres la pared
 
46. El primer voto que te dolió dar.
Sabías que era injusto, que no ayudaba a tu gente… pero la línea era clara. Votaste con el corazón encogido y el rostro firme. Fue ahí donde entendiste lo que cuesta obedecer en la política real.
 
47. El primer medio que te linchó sin preguntar.
Te acusaron de algo falso, te dieron portada, te sacaron declaraciones que nunca diste. Y tú, impotente, aprendiste que en política no solo hay que tener la razón: hay que saber cómo recuperarla.
 
48. El funcionario que te dijo “sí”… y te dejó plantado.
Firmó, se comprometió, dio la cara contigo ante la gente. Y al final, no cumplió. Pero el reclamo no se lo llevan a él… te lo hacen a ti. Porque cuando eres autoridad, todos los errores te rozan.
 
49. El ciudadano que lloró frente a ti… y tú no supiste qué decir.
No quería dinero, ni promesas. Solo quería que lo escucharan. Te habló de su hijo perdido, de su salud, de su hambre. Y tú solo pudiste poner la mano sobre su hombro. Porque hay dolores que ni el poder sabe consolar.
 
50. El subordinado que te hizo quedar mal.
Le diste confianza, le delegaste una tarea. Y no la cumplió. Peor aún: mintió. Y la culpa pública cayó sobre ti. Ahí entendiste que el trabajo en equipo es también asumir culpas ajenas.
 
51. El proyecto que impulsaste y enterraron con papelería.
Lo defendiste, lo gestionaste, lo argumentaste. Pero en algún escritorio alguien no firmó. El trámite murió en burocracia. Y tú aprendiste que no todo fracaso es político: a veces es administrativo, pero igual duele.
 
52. El primer enemigo con poder.

Ya no es un rumor, ni un tuitero. Es un político con más peso que tú, que decidió que estorbas. No te ataca directo, pero bloquea todo lo tuyo. Y entiendes que hay guerras que no se anuncian… pero se sienten.
 
53. El amigo que ahora te habla de “usted”.

Cuando llegaste al cargo, un viejo camarada empezó a marcar distancia. “Como usted diga, licenciado”. Ya no hay bromas. Hay jerarquía. Y eso, aunque sepas que no es personal… lastima.
 
54. El evento donde hiciste todo… y se llevaron el mérito otros.
Tú lo organizaste, tú lo gestionaste, tú lo empujaste. Pero cuando llegó la hora de los agradecimientos, solo nombraron al jefe. Y tú sonreíste desde atrás. Porque el colmillo también aprende a callar.
 
55. El primer evento donde te abuchearon.
Te subiste con seguridad. Ibas a hablar. Y entonces empezaron los gritos. Los silbidos. Te tembló la voz. Y seguiste. Porque aprendiste que el aplauso construye… pero el abucheo forja.
 
56. El día que tu familia te pidió “ya no te metas en esto”.
No por miedo, sino por cansancio. Por el desgaste, las ausencias, las amenazas. Y tú, sin saber si seguir, te miraste al espejo y descubriste que ya no sabes vivir fuera de esto.
 
57. La auditoría que te hizo sudar aunque no hubieras robado.
Te revisaron todo: firmas, oficios, gastos. Y aunque sabías que todo estaba bien, el miedo no se fue. Porque en política, la verdad tarda… y la sospecha llega sin tocar.
 
58. El subordinado que te superó.
Le diste espacio, lo recomendaste… y creció. Ahora tiene más poder que tú. No te saluda igual. Y tú sonríes, pero por dentro te preguntas si debiste impulsarlo tanto.
 
59. El silencio que tu partido te impuso.
Querías denunciar algo, lo tenías claro, tenías pruebas. Pero te dijeron: “Aguanta tantito, ahorita no conviene”. Y así nació el político prudente… pero también el político frustrado.
 
60. El día que renunciaste… aunque te quedaste.
Renunciaste en el alma. Te dolió una traición, una injusticia, una derrota. Pensaste dejarlo todo. Pero dormiste, respiraste… y al día siguiente volviste al cargo. Porque aunque a veces la política rompe, también es lo único que sabes recomponer.
 
Nota: Entramos a una etapa donde el político ya es figura de peso. Lo que dice se interpreta, lo que calla se sospecha, lo que hace… siempre tiene costo. Aquí ya no se vive la política: se sobrevive en ella.
 

La cima también arde
 
61. El día que entendiste que también hay que mentir.
No lo hiciste por maldad. Lo hiciste porque no había otra salida, porque era eso o perder el apoyo. Y cuando dijiste algo que no era cierto, lo hiciste sabiendo que te dolía… pero te salvaba. Esa fue la grieta.
 
62. El periodista que antes te elogiaba… y ahora te exige.
Te sacaba notas amables, hasta lo considerabas amigo. Pero no le diste lo que quería y ahora te expone con saña. Descubriste que los afectos en política son de coyuntura… no de raíz.
 
63. La causa noble que todos usaron… menos tú.
Tú querías defenderla en serio. Pero otros se colgaron la medalla con marketing, redes y discursos bonitos. Y tú, que la traías desde antes, quedaste al margen. Dolió, porque no se trata de ego… se trata de verdad.
 
64. La denuncia que no llegó a ningún lado.
La presentaste, con pruebas, con valor. Te enfrentaste a un monstruo. Y el sistema la congeló. Y ahí aprendiste que la justicia en política no es ciega: solo está viendo hacia otro lado.
 
65. El operador que te traicionó por promesa de fuero.
Te lo llevaste a todos lados. Le diste espacios. Te decía “mi jefe”. Y luego lo viste negociando impunidad para otro, solo porque le ofrecieron una pluri. El colmillo también se afila con sangre propia.
 
66. El día que tu nombre apareció en una filtración.
No era cierto, pero ya estaba en todos lados. Te señalaron, te grabaron, te expusieron. Y aprendiste que no importa si es falso: si se repite, algo queda.
 
67. El compañero de lucha que ahora te llama corrupto.
Peleaban juntos contra los de arriba. Ahora él es “el nuevo”, y tú eres “el sistema”. Y te acusa con el mismo fervor con que antes te defendía. Así, en política, se recicla el cinismo.
 
68. La decisión que afectó a gente buena.
Recortaste un programa, cancelaste apoyos, reasignaste presupuesto. Era necesario. Pero sabías que perjudicaría a quienes no lo merecían. Ahí aprendiste que gobernar no es decidir entre bien y mal… sino entre males inevitables.
 
69. El aplauso que no sentiste.
Te ovacionaron de pie. Pero tú, por dentro, estabas cansado, roto, herido. El ego sonreía. El alma no. Ahí comprendiste que el reconocimiento no siempre compensa la herida.
 
70. La amistad que perdiste por una candidatura.
Ambos querían el mismo cargo. Tú fuiste el elegido. Él nunca te lo dijo, pero te dejó de hablar. Lo saludas, y la sonrisa ya no llega a los ojos. Fue tu primera victoria amarga.
 
71. El pacto que hiciste con alguien que desprecias.
Te sentaste con él. Pactaste. Porque era eso o perder todo. Lo hiciste sin respeto, pero con cálculo. Y ahí descubriste que en política a veces hay que abrazar… para que no te apuñalen.
 
72. El evento donde todos te aplaudieron por miedo.
Tú sabías que no era por convicción. Te aplaudían porque era más fácil que enfrentarte. Y te dolió más eso que cualquier crítica. Porque preferías que te dijeran la verdad… aunque te costara.
 
73. El proyecto que sabías que iba a fallar… y aun así aprobaste.
Presión, partido, línea, promesas. Sabías que no funcionaría. Pero lo votaste. Y después, cuando tronó, tu nombre estaba ahí. La vergüenza pública no siempre viene del error: a veces viene de la obediencia.
 
74. El informe que firmaste sin revisar.
Llegó tarde, eran muchas hojas, el tiempo apretaba. Firmaste. Luego te señalaron por omisiones. Y tu firma, aunque inocente, te puso en la picota. En política, la tinta también se convierte en bala.
 
75. La primera amenaza seria.
No fue insulto. No fue meme. Fue un mensaje claro, con nombres, con advertencias. Y tú, por primera vez, miraste hacia atrás al caminar. Supiste que esto también se cobra con miedo.
 
Nota: Porque en política también hay momentos que no se cuentan, solo se sienten. Vamos ya a la etapa donde el poder pesa más de lo que brilla.

El poder duele cuando te lo quedas… pero también cuando te lo quitan
 
76. La silla que ya no disfrutas.
Es cómoda, amplia, nueva. Pero ya no te provoca orgullo. Te sientas y sientes el peso, no el honor. Porque a veces el cargo ya no te pertenece: tú trabajas para él, no al revés.
 
77. El discurso que escribiste para defender algo en lo que no crees.
Lo armaste bien, con datos, con retórica. Pero al leerlo, sentiste que te escuchabas desde fuera. Como si tú mismo supieras que te estabas traicionando.
 
78. El funcionario que cayó… y tú sabías que iba a caer.
Le advertiste. Lo apoyaste. Lo cubriste. Pero se hundió. Y tú supiste que tu lealtad fue inútil. En política, no siempre se gana ayudando: a veces se pierde por no soltar a tiempo.
 
79. El medio que te acusó… para vender espacio.
Publicaron una nota sucia. Llamaste. Te ofrecieron “aclararla” por un convenio. Era mentira disfrazada de extorsión. El cinismo moderno se cobra con factura.
 
80. El día que te temblaron las piernas frente a un grupo armado.
No por cobardía. Por instinto. Cruzaron miradas contigo. Te hablaron en clave. Y tú entendiste que la política, en ciertas regiones, es frontera de riesgo. Y la vida… un asunto negociado.
 
81. El silencio de tus amigos cuando más te atacaron.
Esperabas que salieran a defenderte. Nadie dijo nada. Ninguna carta, ningún tuit, ningún mensaje. Descubriste que en la política los amigos tienen agenda, no lealtad.
 
82. La reunión donde supiste que eras el siguiente en caer.
No te lo dijeron. Pero lo entendiste por los gestos, por los saludos fríos, por las omisiones en los turnos de palabra. El sistema ya te había digerido… y estaba por escupirte.
 
83. El subordinado que te rebasó… y ni te miró.
Le abriste camino, lo hiciste crecer. Y cuando llegó más alto que tú, no te nombró. Ni en público, ni en privado. Supiste que en política los hijos crecen… y matan a los padres.
 
84. La comida donde sentiste que nadie te escuchaba.
Estabas en la cabecera, todos decían “sí, claro”… pero tú sabías que no te oían, solo te obedecían. Y te dolió. Porque el liderazgo sin afecto es un cargo sin eco.
 
85. El gesto que tu gente sí notó… aunque tú no.
Te subiste al vehículo sin despedirte. Miraste el celular en lugar de saludar. Pareció poco. Pero alguien lo sintió. En política, a veces se gana con palabras… y se pierde con gestos.
 
86. El rumor que inventaron… y tu equipo creyó.
Empezó como broma. Se volvió susurro. Y de pronto, te miraban distinto. Nadie te lo preguntó. Solo te condenaron en silencio. Así se hunden liderazgos: no con escándalos, sino con dudas.
 
87. El día que deseaste no haberte metido nunca.
Te viste al espejo, solo, viejo, sin certezas. Pensaste en la paz de la gente común. En no ser tema de nadie. En vivir sin explicar nada. Pero luego sonó el teléfono… y volviste a ser político.
 
88. La propuesta que hiciste con fe… y mataron por estrategia.
Era buena, justa, necesaria. Pero no convenía al calendario electoral. La congelaron. Y tú entendiste que en política, la oportunidad no siempre es cuando se necesita… sino cuando conviene.
 
89. El poema que te salvó una noche.
Después de una jornada de insultos, amenazas, y desprecio, abriste un libro viejo. Y encontraste un verso que te tocó. Lloraste en silencio. Porque a veces, en la política, solo la poesía recuerda que también tienes alma.
 
90. El abrazo que te dio un desconocido.
Fue en un mercado, en la calle, en un acto. Alguien se acercó y dijo: “Gracias por no rendirse”. No te conocía. Pero te abrazó con sinceridad. Y tú supiste que por ese solo gesto… todo había valido la pena.
 
Nota: Verdades que duelen menos porque ya dolieron todo. Aquí no hay triunfos, solo memoria. No hay reflectores, solo luz interior. Esta es la política en voz baja, la que ya no grita… pero no se olvida.
 
Cuando ya no peleas por el lugar… sino por la memoria
 
91. El día que ya no te reconocieron en la calle.
Caminaste por el mercado donde antes te saludaban por tu nombre. Nadie se volteó. Y por primera vez, fuiste un ciudadano más. Supiste entonces que la fama política es un aplauso con fecha de caducidad.
 
92. El joven que usó tus frases sin saber que eran tuyas.
Lo escuchaste hablar con pasión, repetir ideas que tú sembraste décadas antes. Pero no te mencionó. Y tú no te molestaste. Porque lo importante no era el crédito… sino que alguien más las siga diciendo.
 
93. La oficina que te entregaron vacía.
Te despidieron con flores y discursos. Pero cuando fuiste por tus cosas, ya no quedaba ni tu silla. Fue como si nunca hubieras estado ahí. Y entendiste que el poder no deja huella donde no hay afecto.
 
94. El archivo que nadie leyó.
Guardaste discursos, informes, proyectos, notas… Todo perfectamente clasificado. Y ahí están, intactos. Porque la historia en política no se escribe con papel: se escribe con recuerdo… o no se escribe.
 
95. El aplauso final que no supiste si fue por cariño o por alivio.
En tu último acto público, la gente aplaudió. Fuerte, largo, educado. Pero tú no supiste si era reconocimiento… o despedida. En política, a veces el mismo aplauso dice “gracias” y “ya vete”.
 
96. La traición que ya no te dolió.
Alguien volvió a traicionarte. Pero esta vez no lloraste, no gritaste, no escribiste nada. Solo respiraste hondo. Porque ya no duele igual… cuando ya te dolieron todos.
 
97. El enemigo que te saludó con respeto.
Durante años se pelearon. Se lanzaron acusaciones, burlas, señalamientos. Pero un día, en un velorio, te dio la mano y te dijo “usted ha sido firme”. Y ese gesto valió más que mil reconciliaciones públicas.
 
98. La decisión que siempre te pesó.
Pasaron los años, cambiaste de puesto, de partido, de discurso… pero esa decisión, esa en específico, la sigues llevando en la espalda. Porque el verdadero colmillo no borra culpas. Solo aprende a vivir con ellas.
 
99. El homenaje que llegó tarde.
Te invitaron a develar una placa. Dijeron tu nombre, te aplaudieron. Pero tú sabías que esa obra la propusiste 15 años antes, cuando nadie la quiso apoyar. El tiempo en política es una rueda lenta… que a veces te atropella.
 
100. El silencio que ahora disfrutas.
Ya no das entrevistas. No opinas de todo. No contestas mensajes a medianoche. Descubriste que el silencio es un privilegio, no un castigo. Y que a veces… callar también es tener poder.
 
101. El joven que te pidió un consejo… y no supiste qué decir.
Se acercó con admiración. Te preguntó cómo empezar. Y tú, con toda una vida a cuestas, dudaste. Porque lo más honesto hubiera sido decir: “Piensa bien si quieres esto… porque cuesta todo”.
 
102. El día que te llamaron “el licenciado de antes”.
No lo dijeron con burla, ni con desprecio. Pero lo dijeron. Tú ya eras parte del pasado. Y aunque tu voz aún suena, ya no dicta línea. Esa es la última curva del colmillo: cuando sabes que ya no mandas… pero aún enseñas.
 
103. El archivo mental que no puedes cerrar.
A veces, sin querer, recuerdas aquel discurso, aquella traición, aquella elección cerrada. No lo buscas, pero vuelve. Porque hay cosas que no se olvidan: solo se hacen compañía.
 
104. La mirada de tu familia cuando por fin estuviste.
Después de años de campañas, giras, reuniones y ausencias, te sentaste a la mesa. Y alguien dijo: “Qué bueno que estás”. Fue cuando entendiste que el mejor cargo… era volver a ser parte de tu gente.
 
105. La vez que soñaste con todo… y no quisiste volver.
Una noche soñaste que estabas en campaña otra vez: el ruido, las prisas, los discursos. Y en el sueño, tú te alejabas. Porque después de todo, el alma también se jubila. Y cuando se jubila en paz… ya no quiere volver.
 
FIN
…y así, al final de la ruta, el colmillo no brilla: susurra. Y susurra solo a quien está dispuesto a escuchar con humildad, con gratitud… y con memoria.
 
(By Notas de Libertad).

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