
LA LEYENDA
23

La Leyenda 23: Aquí escribe el que no olvida
Hay domingos que no llegan,
se arrastran.
Domingos que no saludan,
golpean.
Domingos que no se leen,
se sobreviven.
Y sin embargo, hay un rincón
donde el silencio no manda,
donde el olvido no gana.
Un lugar que no pertenece al poder ni a la moda,
sino a los que aún saben llorar sin bajar la mirada.
Ese lugar se llama La Leyenda.
Aquí no se viene a informar:
se viene a recordar lo que el país trata de enterrar.
Aquí la política no es noticia: es campo de batalla.
Aquí los libros no son cultura: son armas cargadas.
Aquí los tacos saben a infancia, a calle, a resistencia.
Aquí la música no entretiene: acompaña.
Este no es un espacio para el aplauso.
Es para el duelo. Para la rabia que se transforma en palabra.
Para la esperanza que aún se atreve.
Para el niño que fuimos,
para el viejo que seremos,
para el alma que no se vende.
Yo soy Wintilo Vega Murillo,
y no escribo por costumbre,
escribo porque duele.
Cada domingo, abro esta herida para que no se infecte el país entero.
Cada domingo escribo con la tinta que dejaron los que ya no están.
Y con la voz de los que no pueden gritar.
Esta es La Leyenda…
y mientras haya memoria,
mientras haya rabia,
mientras haya ternura,
seguiremos.
Porque hay cosas que no se callan.


Cuando Nadie Mira, la Vida Nos Espera
A veces, lo más importante sucede en secreto.
No cuando suenan los aplausos, ni cuando nos tomamos la foto.
Sino en esos momentos donde nadie nos ve.
Cuando nos quitamos el disfraz de lo fuerte. Cuando se nos parte la voz al hablar con nosotros mismos.
Ahí… justo ahí, en lo invisible, se decide si seguimos o nos rendimos.
Y aunque el mundo no lo sepa, aunque nadie nos abrace en ese instante, hay un pulso que se mantiene firme: el deseo de continuar, aún con miedo.
Esta entrega de La Leyenda nace desde ahí. Desde lo que no se grita, pero pesa. Desde lo que no se muestra, pero duele. Desde ese rincón íntimo donde todos, alguna vez, nos hemos sentido a punto de caer… y aún así, elegimos avanzar.
Una Vida Lúcida, Una Vida Lenta
No corras tanto.
¿Quién te dijo que llegar primero significa haber vivido más?
La prisa nos hace sordos. La rutina nos vuelve ciegos.
Pero hay algo que nos devuelve la vista: mirar con ternura.
Sí, eso: mirar distinto.
El camino que pisamos. La comida que nos espera. El cansancio de quien nos ama.
La risa que se escapa de los hijos cuando no estamos viendo.
Los silencios que nos sostienen cuando las palabras no alcanzan.
Esta semana te propongo algo: camina más lento.
No para hacer menos, sino para sentir más.
Que la Esperanza No Te Encuentre Dormido
Hay que estar atentos.
Porque a veces la esperanza llega disfrazada de rutina.
Y se esconde entre las cosas que creemos normales.
En el mensaje que sí llegó.
En la canción que no sabías que necesitabas.
En la mirada limpia de alguien que confía en ti aunque tú no sepas por qué.
En una taza de té en silencio. En la calle mojada. En un perdón que te atreviste a dar, aunque nadie te lo pidió.
Las señales no vienen con luces de neón.
Vienen bajito, para que solo escuchen quienes aún creen.
La Leyenda Vive Porque Hay Gente Que No Se Ha Rendido
Esta columna no es una vitrina. No es un podio. No es un sermón.
Es una pausa. Una respiración profunda.
Un espacio para recordar que no estamos solos. Que alguien más también está intentando.
Que alguien más también se rompe y se cose. Que alguien más también tiene miedo… pero sigue.
Aquí escribimos con el alma despierta y el corazón lleno de lumbre.
Aquí no se rinde la ternura, ni se jubila la esperanza.
Aquí aún creemos en la política honesta, en la amistad que no se explica, en los sabores que curan, en la música que limpia el polvo del alma.
Bienvenido a La Leyenda número 23.
Que esta semana no solo pase… que te transforme.
Que no te quite el ánimo… que te devuelva el asombro.
Y si te sientes solo, recuerda: aquí también estamos buscando luz, paso a paso, contigo.
(By Notas de Libertad).




Don Ignacio “Nacho” Vázquez Torres: El político que enseñaba sin presumir
El día que la política me presentó a Don Nacho
A veces los grandes encuentros de la vida no ocurren en eventos espectaculares ni en momentos cuidadosamente planeados. A veces basta con una conversación breve, una mirada que reconoce el pasado común, y una frase que lo cambia todo.
Así conocí yo al licenciado Ignacio “Nacho” Vázquez Torres en una reunión del Comité Nacional de la Vanguardia Juvenil Agrarista allá por 1981, el era el secretario de Organización del CEN del PRI con Don Javier García Paniagua…
—“¿Eres hijo de Wintilo Vega Salazar? Lo conozco. Es mi amigo. Los dos somos de Pénjamo. Date tus vueltas por mi oficina. Estoy a tus órdenes”.
Así era Don Nacho: memoria prodigiosa, afecto espontáneo, sencillez absoluta.
Desde entonces nació un vínculo que con el tiempo sería guía, lección y también prueba.
En la SEP con Reyes Heroles: El encargo más noble
Apenas un año después, tras el triunfo de Miguel de la Madrid en la presidencial de 1982, Jesús Reyes Heroles fue nombrado Secretario de Educación Pública.
Don Nacho, con quien tenía una relación de gran respeto, fue designado por él como Coordinador General de la Descentralización Educativa.
No era un puesto decorativo ni de trámite: era una de las tareas más complejas del sistema educativo nacional.
Él sabía que la educación no se transforma desde un escritorio, sino desde el territorio.
En ese tiempo, yo lo visitaba en sus oficinas de la Secretaría de Educación Pública, ubicadas en la calle Argentina 28, en el segundo piso del edificio oficial.
Cada visita era una clase, sin pizarrón ni cátedra, pero con lecciones para toda la vida.
El reencuentro en la Delegación Cuauhtémoc
Para 1988, regresé a Guanajuato y me hice cargo de la Secretaría de Organización del Comité Directivo Estatal del PRI.
Fue entonces que el ingeniero José Raya Rodríguez me propuso un reencuentro con Don Nacho. Él estaba al frente de la Delegación Cuauhtémoc.
Fuimos a verlo. Lo encontramos con ese mismo temple de siempre: cálido, puntual, enfocado.
Seguimos viéndonos con frecuencia, sobre todo en sus cada vez más continuas giras por Guanajuato.
Después de que dejó la SEP, lo visitaba en sus oficinas particulares de Avenida Yucatán, donde seguía siendo un hombre de puertas abiertas y consejos oportunos.
Cuando te dicen “vente a trabajar conmigo”
Más tarde, cuando Miguel Montes tomó la dirigencia estatal del PRI y yo dejé la Secretaría de Organización, Don Nacho me extendió la mano otra vez.
Me invitó a sumarme a su equipo, primero en la Delegación Cuauhtémoc, después en Transporte, y más adelante en Coabasto.
Él no delegaba a ciegas, él confiaba. Y cuando te entregaba una responsabilidad, era porque ya había medido tus pasos...
Con Don Nacho se aprendía que la política bien hecha no es una estrategia, es una forma de vida.
“Hoy senador… mañana gobernador”
La política también se construye con consignas que se gritan desde el alma. Y la que acompañó a Don Nacho en su campaña al Senado no era un eslogan de manual, sino una afirmación que cargaba años de trabajo, cientos de giras y una convicción compartida: “Hoy senador… mañana gobernador”.
Esa frase se convirtió en nuestro estandarte. No fue impuesta por un creativo de escritorio ni repetida por protocolo; nació en la calle, en los mítines, en las plazas donde la gente sentía que Don Nacho no era un visitante, sino uno de ellos. Y así lo vivíamos también quienes lo acompañábamos. Yo tuve el honor de coordinar esa campaña, y lo hicimos como se hacían las cosas antes: con organización, estructura, presencia territorial y, sobre todo, con respeto a la militancia.
Recorrimos los 46 municipios de Guanajuato una y otra vez. Don Nacho no se presentaba como el candidato que bajaba de la Ciudad de México a pedir el voto: llegaba como el guanajuatense que conocía la historia local, las necesidades concretas y a los liderazgos regionales. En cada acto había saludos con nombre y apellido, memoria de visitas pasadas, compromisos asumidos sin grandilocuencia.
Esa fue la gran fuerza de Don Nacho: su permanencia. No era un improvisado. No necesitaba presentación. Cuando se anunciaba su presencia, la gente respondía. Lo conocían. Lo respetaban. Y lo escuchaban.
La voz serena que convencía
Recuerdo con claridad los eventos en León, Irapuato y Salamanca. Tres plazas complejas, con perfiles distintos, pero con algo en común: en todas, el discurso de Don Nacho generaba silencio y atención. No necesitaba levantar la voz ni usar frases grandilocuentes. Hablaba con serenidad, con claridad, y con una estructura impecable. Cada palabra tenía un propósito. Cada pausa, un peso.
Había algo en su oratoria que provenía del fondo. No era una voz para lucirse, era una voz para compartir. El pueblo es más sabio que los políticos sabios, decía una y otra vez. No lo decía para quedar bien. Lo creía. Y esa creencia se notaba en su forma de caminar, de mirar, de dar la mano. Esa cercanía, esa humildad auténtica, no se finge. Se tiene o no se tiene. Y él la tenía.
En un acto en San José Iturbide, una señora le llevó una carpeta con peticiones y le dijo: 'Nadie me escucha'. Él se detuvo, la escuchó con atención, y le prometió que regresaría. Y regresó. Así era Don Nacho. No dejaba temas sueltos, no hacía promesas vacías.
Una campaña ganada con convicción
La elección de 1994 fue una de las más complejas del México contemporáneo. El país había sido sacudido por el asesinato de Luis Donaldo Colosio y por una creciente polarización. Sin embargo, en Guanajuato, el PRI aún conservaba una base sólida. La candidatura de Don Nacho fue bien recibida por los sectores priístas, por la militancia y por muchos ciudadanos sin filiación partidista.
Hicimos una campaña con recursos limitados pero con una claridad absoluta: no necesitábamos derroche, necesitábamos presencia. No propaganda excesiva, sino palabra cumplida. Don Nacho representaba eso. Su campaña fue ejemplo de cómo se puede hacer política seria sin caer en el escándalo ni en la estridencia.
La fórmula con Don Gilberto Muñoz Mosqueda como suplente fue estratégica y potente. Conectaba con el sector obrero, con el sindicalismo nacional, y reafirmaba que el PRI tenía propuestas y estructura. Pero el liderazgo indiscutible era Don Nacho. Él era el rostro, la voz, la figura confiable. Y eso se notó en las urnas: ganamos con holgura, sin sobresaltos. La gente respondió con votos lo que ya sentía en el ánimo colectivo.
En ruta hacia la gubernatura
Tras la elección al Senado, Don Nacho y yo mantuvimos una relación constante. Nos veíamos semana a semana. Planeábamos. Trazábamos rutas. Pensábamos en el futuro. Y el futuro se llamaba 1995. La gubernatura estaba en la mira, no por ambición personal, sino por sentido de responsabilidad histórica.
Él lo decía sin rodeos: 'Si el partido me lo pide y el estado lo necesita, yo estoy listo'. Y estaba listo. Había experiencia, estructura, prestigio. Lo demás era organizarlo. Y así lo hicimos. Coordiné la campaña interna en la que Don Nacho se impuso con contundencia frente a Salvador Rocha Díaz y José de Jesús Padilla. Fue una contienda intensa, pero civilizada. El respaldo que recibió fue auténtico, amplio y merecido.
Guanajuato necesitaba liderazgo, temple, y capacidad de interlocución nacional. Don Nacho tenía todo eso. Y más. Estaba preparado para gobernar. El equipo también lo sabíamos. Estábamos motivados, cohesionados, listos para la batalla que venía.
Coordinador general de la campaña a gobernador
La candidatura de Don Nacho a la gubernatura de Guanajuato en 1995 no fue fruto del capricho ni del dedazo. Fue el resultado de una carrera política construida a pulso, con disciplina, trabajo y respeto ganado a lo largo de décadas. Él era, sin lugar a dudas, el hombre mejor preparado del PRI para dar la batalla por el estado. Y el partido lo supo ver.
Tuve el privilegio de ser nombrado su coordinador general de campaña. Acepté con emoción, con honor y con la conciencia de que se avecinaba una contienda histórica. Sabíamos que no sería fácil. Guanajuato no era el mismo de antaño. Ya había señales claras del crecimiento del PAN, del desgaste del régimen y de un electorado que exigía más que lealtad partidista.
Pero también sabíamos que teníamos al mejor candidato. Don Nacho era reconocido, respetado y, sobre todo, querido. No era un improvisado ni un enviado del centro. Era un guanajuatense de verdad, con los pies bien puestos en el terruño, con historia y presencia en todo el estado. Eso nos daba fuerza. Eso nos daba esperanza.
El proceso interno: lealtad, firmeza y trabajo
Antes de pensar en Vicente Fox, tuvimos que librar nuestra propia batalla interna. El proceso para definir la candidatura del PRI a la gubernatura fue complejo. Don Nacho compitió contra dos figuras de peso: el abogado Salvador Rocha Díaz y José de Jesús Padilla. Cada uno tenía trayectoria, relaciones y estructura. Nadie la tenía fácil.
Coordiné la campaña interna de Don Nacho, y puedo decir que fue una de las experiencias más intensas y formativas de mi vida. Hubo que construir acuerdos, caminar territorio, escuchar a los sectores, negociar con liderazgos. Hubo también momentos tensos, resistencias, presiones. Pero nunca nos apartamos de la línea: trabajo limpio, propuesta sólida y respeto al partido.
Don Nacho no apostó por la descalificación. Apostó por el prestigio ganado. Y eso fue lo que lo distinguió. En cada encuentro con la militancia, su mensaje era claro: unidad, trabajo y compromiso con Guanajuato. No prometía lo que no podía cumplir. No repartía lo que no tenía. Y la base lo notó. Lo eligió.
Cuando finalmente se dieron los resultados, quedó claro que no fue una designación impuesta. Fue una elección ganada con legitimidad y fuerza. Don Nacho se impuso con contundencia. Y al hacerlo, selló también el compromiso de encabezar una campaña que nos pondría a prueba como nunca antes.
El peso del contexto
1995 fue un año complicado para el país. La crisis económica, producto del llamado 'error de diciembre' tras la transición de Zedillo, golpeaba con dureza. La devaluación, el desempleo, la incertidumbre… todo eso generaba un ambiente tenso, proclive al cambio. Y Vicente Fox, con su estilo frontal y mediático, supo capitalizar ese descontento con habilidad.
Nosotros, en el PRI, no teníamos garantizado el triunfo. Pero tampoco íbamos con resignación. La estructura estaba firme, la militancia activa, el ánimo encendido. Hicimos una campaña seria, bien organizada, con eventos multitudinarios en todo el estado. Y ahí es donde mi nombre comenzó a circular en columnas y notas.
La revista Proceso me mencionó en una de sus crónicas: “Wintilo Vega, mago de los mítines y estratega de la guerra sucia contra Vicente Fox”.
Lo leí con mezcla de risa y asombro. Me atribuían más poder del que tenía. Lo cierto es que nos concentramos en hacer política, en hacer presencia, en defender el territorio. Y si defendernos con firmeza les parecía 'sucio', era porque estaban acostumbrados a una oposición sin respuesta. Pero en nuestra campaña hubo propuesta, hubo orden y también hubo firmeza.
La noche que no se ganó
El 28 de mayo de 1995 no fue una noche fácil. No ganamos. Las cifras fueron claras. Vicente Fox se impuso con fuerza. Yo, como coordinador general de la campaña, asumí mi responsabilidad. Lo dije entonces y lo repito hoy: mucha de la culpa fue mía. Así lo asumí. Así lo asumo.
Lo habíamos dado todo. Pero el escenario era más grande que nosotros. El país quería alternancia. Y Guanajuato fue uno de los primeros en abrir esa puerta. Lo hicimos con dignidad, sin escándalos, sin berrinches. Aceptamos el resultado con respeto, porque Don Nacho nos enseñó que en política se gana, se pierde, pero siempre se debe dar la cara.
Aquel resultado no borró lo que construimos. Nos quedó el aprendizaje, el orgullo, la lealtad. Y a mí, me quedó la gratitud de haber estado al lado de un político íntegro, formado, profundo. De esos que no abundan. De esos que enseñan incluso en la derrota
Después de la batalla
Después de la elección de 1995, en la que perdimos con dignidad, Don Nacho volvió al Senado. Había pedido licencia para contender por la gubernatura y, tras el proceso, regresó a su escaño. Sus oficinas estaban en la sede del Senado en la calle de Xicoténcatl, donde seguía ejerciendo su labor legislativa con compromiso y discreción.
En 1997 yo llegué a la Cámara de Diputados. Ahí nos veíamos seguido, compartíamos análisis, intercambiábamos puntos de vista. Hablábamos casi a diario. Era una etapa intensa, pero enriquecedora. Él seguía siendo un referente para mí, una brújula política en medio de los nuevos tiempos que comenzaban a perfilar la alternancia nacional.
Cuando Francisco Labastida Ochoa fue precandidato presidencial rumbo al 2000 y me nombró su coordinador de campaña en Guanajuato, nuestras rutas comenzaron a distanciarse. Él tomó su camino, yo el mío. Aún así, el respeto se mantuvo. Nunca hubo ruptura, solo evolución. Nos saludábamos con cordialidad cuando coincidíamos y nos deseábamos lo mejor.
Tras la derrota de Labastida, asumí la dirigencia estatal del PRI en Guanajuato. Don Nacho, por su parte, siguió activo en otros planos de la política, siempre con sobriedad, sin buscar protagonismos. Desde entonces nuestras conversaciones fueron escasas, pero su imagen y sus enseñanzas permanecieron conmigo. Aún lo cito cuando hablo de política con los más jóvenes.
El retiro con dignidad
Don Nacho nunca buscó reflectores después de su etapa senatorial. No se convirtió en comentarista de café ni en crítico de ocasión. Guardó la distancia que guarda quien sabe que ya cumplió su ciclo. No dejó de participar, pero lo hizo desde la discreción. Y esa actitud lo hizo aún más respetado.
Durante años mantuvo el aprecio de muchas figuras, pero ya no ejercía desde una oficina abierta. Aun así, era consultado, era visitado, era recordado. Su forma de hacer política seguía presente en quienes, como yo, habíamos caminado a su lado.
El hombre que formaba sin imponer
Más que un jefe político, Don Nacho fue un formador. Y no de los que se imponen, sino de los que acompañan. Te hacía pensar, te hacía cuestionarte. Te empujaba a crecer sin empujarte al abismo. Era prudente, pero no distante. Crítico, pero no hiriente. Firme, pero no inflexible.
En lo personal, le guardo una gratitud profunda. Mucho de lo que he sido en política lo aprendí a su lado. En los pasillos, en las giras, en las charlas sin prensa. Él nunca se asumió como mentor, pero lo fue. Y no solo para mí. Muchos en Guanajuato crecimos viéndolo, escuchándolo, siguiéndolo, incluso desde la discrepancia.
Su estilo era de fondo, no de forma. No le gustaban las poses. No buscaba la foto, sino la acción. Y cuando alguien fallaba, no lo humillaba. Lo corregía con firmeza y lo dejaba continuar. Eso se valora más con los años. Yo lo valoro hoy más que nunca.
La despedida y la memoria
Don Ignacio Vázquez Torres partió en septiembre de 2023. Se fue sin estridencias, como vivió. Dejando tras de sí una estela de respeto y de admiración. Su muerte fue una noticia triste para muchos de nosotros, pero también una oportunidad para volver a hablar de él, para recordarlo como lo que fue: un político de tiempo completo, un hombre íntegro, un guanajuatense ejemplar.
Esta columna es mi homenaje personal. Aquí no vengo a contar lo que otros pueden decir, sino lo que yo viví. Y lo que viví con Don Nacho fue una historia de lealtad, de enseñanza, de política entendida como servicio. No como escalera. No como espectáculo. Como deber.
A donde esté, le mando este texto como quien deja flores sobre una tumba: con respeto, con afecto, con gratitud. Gracias, Don Nacho, por tanto. Su memoria sigue aquí, entre los que lo conocimos y aprendimos a hacer política a su modo: con decencia, con inteligencia y con alma.
(By operación W).

La Feria de León: Fiesta secuestrada




Hay decisiones que, por más que se disfracen de institucionalidad, huelen a dedazo. Y hay nombramientos que, aunque se presenten como renovación, son reacomodos para reforzar el control político. Eso es exactamente lo que ha ocurrido con la reciente integración del Consejo del Patronato de la Feria de León. No fue un cambio para bien: fue una operación para conservar lo que ya se tenía bien amarrado.
La salida de David Novoa, sin explicaciones claras, entre rumores de auditorías y cifras borrosas, dejó vacante un cargo clave en el evento más importante de la ciudad. Pero en lugar de asumir la responsabilidad de transparentar su gestión, el gobierno municipal optó por el silencio y el relevo. Sin autocrítica. Sin rendición de cuentas. Sin abrir la puerta a la ciudadanía.
Y aunque aún no se ha formalizado su designación, todo indica que Héctor Rodríguez será el nuevo presidente del Patronato. Un presidente a modo, de casa, confiable para el grupo que manda. No llega a cuestionar, sino a continuar. No entra para abrir, sino para blindar. No representa a la sociedad, representa la comodidad del poder.
El consejo, moldeado a conveniencia
La exclusión deliberada de voces críticas —como la Cámara de la Radio— no es un error administrativo. Es castigo. Se castigó la independencia, se castigó la autonomía, se castigó la dignidad de no plegarse. Esa es la nueva norma: si no te alineas, te borran. Así de simple. Así de brutal.
Y el nuevo Consejo fue armado como un club privado: solo entran los que aceptan las reglas del juego. Los que no hacen olas. Los que no revisan las cuentas. Los que ya tienen un guion aprendido. Eso no es participación ciudadana. Eso es simulación.
La mano que mece la cuna
Pero no se trata sólo del Consejo, ni de Héctor Rodríguez. Detrás de todo esto hay una mano política que mece la cuna con habilidad. Esa mano tiene nombre y apellido: Alejandra Gutiérrez Campos. La alcaldesa de León es la verdadera operadora de este nuevo reacomodo. La responsable de este rediseño autoritario del Patronato.
Desde su oficina salieron las líneas. Desde su escritorio se decidió quién se quedaba fuera y quién entraba. Desde su voluntad se excluyó lo incómodo y se premió la obediencia. Porque esta no es una jugada técnica ni menor: es un movimiento político para consolidar su control sobre la feria, sobre los medios, sobre el escenario social más visible del municipio.
La Feria, entonces, deja de ser un bien común y se convierte en una extensión del proyecto político de Alejandra Gutiérrez. Un instrumento, una vitrina, un trampolín. Y eso es lo verdaderamente grave: que lo público se utilice como plataforma privada para afianzar liderazgo, visibilidad y proyección.
¿Y la ciudadanía?
Mientras tanto, la gente observa desde la orilla cómo se reparten espacios sin preguntarle a nadie. Cómo se administran los cargos como si fueran propiedades. Cómo se premia la sumisión y se castiga la crítica. ¿Dónde quedaron los discursos de participación? ¿Dónde la promesa de un León plural, abierto, ciudadano?
La Feria, que debería ser una celebración del pueblo, ha sido convertida en un bastión de control. Su Consejo no es una muestra de representatividad, sino una junta de leales. Y su presidencia, lejos de marcar una etapa de apertura, simboliza el cierre total.
Lo que está en juego
Aquí no se discute sólo un nombre o un consejo. Se discute el modelo de ciudad. Se discute si los espacios públicos pueden ser capturados por intereses de grupo. Se discute si la política puede seguir operando con el cinismo de premiar a los suyos y marginar a todos los demás.
Porque si el poder municipal logra hacer esto con la Feria, ¿qué no estará haciendo en las sombras con otras instituciones? ¿Cuánto más se está cediendo al control político sin que nadie diga nada?
Última llamada
La ciudadanía no puede seguir siendo espectadora. Hay que alzar la voz. Hay que exigir transparencia, apertura, pluralidad. Hay que recuperar lo que es nuestro: no sólo la Feria, sino la posibilidad de gobernarnos sin simulaciones.
Lo ocurrido con el Patronato es una advertencia. La Feria está siendo colonizada. Y detrás de esa colonización hay una estrategia, una firma y una intención política clarísima: usar lo público como herramienta personal.
Queda en manos de los leoneses decir si están dispuestos a seguir viendo cómo les arrebatan lo que suyo… o si llegó la hora de volver a tomar la palabra.
(By operación W).

Herido de amor
De: Federico García Lorca
Herido de amor Amor, amor que está herido. Herido de amor huido; herido, muerto de amor. Decid a todos que ha sido el ruiseñor. Bisturí de cuatro filos, garganta rota y olvido. Cógeme la mano, amor, que vengo muy mal herido, herido de amor huido, ¡herido! ¡muerto de amor!



Si quieres escucharlo en la voz de Ana Belén
Sobre el autor:
Federico: el duende que cantaba con sangre
Hay hombres que no pisan el mundo: lo rozan con los pies descalzos del alma. Federico García Lorca fue uno de ellos.
No vivió: ardió. No escribió: sangró. No caminó por Granada, la sembró de versos que aún germinan entre las piedras blancas y las sombras del Albaicín.
Nació en Fuente Vaqueros, Granada, un 5 de junio de 1898, como si el destino hubiese querido que brotara de la tierra misma, entre acequias, canciones y silencios. Fue poeta, dramaturgo, músico de las palabras y, sobre todo, un duende eterno que supo escuchar los lamentos gitanos, los gritos de las mujeres heridas, el eco de los toros y el sollozo de los pueblos.
Amó lo popular con una devoción casi religiosa.
En su voz cabía la luna y el cuchillo, el suspiro de la madre campesina y el relincho del caballo herido.
Bodas de sangre, Yerma, La casa de Bernarda Alba… no son solo obras: son heridas abiertas de un país que aún llora lo que perdió.
Su vida fue breve como un disparo, y tan honda como el mar.
Lo asesinaron en 1936, a los 38 años, en los primeros días de la Guerra Civil Española, por pensar distinto, por escribir con libertad, por ser él. Lo mataron, sí, pero no pudieron con su duende.
Porque Lorca no murió.
Se escondió en los olivares, se metió en las guitarras, se disolvió en los trajes de lunares y las penas negras. Cada vez que alguien en el mundo recita sus versos o llora con sus dramas, Federico revive. Y canta.
Porque él no vino a ser poeta: vino a ser herida, lumbre, raíz. Y lo logró.
(ByNotas de Libertad).

Cuando los pueblos hablan, el alma escucha
Hay semanas que no se viven… se sienten en la piel como una brisa intensa, se cargan en el pecho como un suspiro largo, se caminan con el alma abierta. Esta es una de ellas. Una semana en la que el corazón de los pueblos late más fuerte, en la que la historia se mezcla con la fe, la tradición con la emoción, y donde cada rincón nos recuerda que somos herederos de algo más grande que nosotros mismos.
Comenzamos donde el alma se estremece de verdad: en Purísima del Rincón.
Allá, entre máscaras, tambores, látigos y pasiones humanas, la Judea vuelve a tomar forma. No hay simulacro: hay una verdad que se representa año con año para que no olvidemos quiénes somos, ni de qué somos capaces. El Judas no es un personaje cualquiera: es reflejo de las dudas, las traiciones, las debilidades que todos, en algún punto, hemos sentido. Pero también es la puerta a la redención, a volver a empezar. Y Purísima lo grita con fuerza, con talento, con entrega total. Es un espectáculo que no solo se ve: se vive, se sufre, se aplaude, se agradece.
De ahí, el camino nos lleva a San José de Cervera.
Y ahí no se trata de un Viacrucis más: es una comunidad entera que sale a las calles a recordarnos lo que significa acompañar el dolor. Lo hacen con una profundidad que no necesita palabras. Solo hay que ver cómo camina el joven que representa a Jesús, cómo lo miran los vecinos, cómo tiemblan algunos al paso de la cruz. Porque ahí, más que representar el sacrificio, lo caminan. Porque ahí, más que recordar la fe, la sienten en carne viva.
En San Pedro de los Hernández,
la cruz también baja por las calles, pero lo hace envuelta en recogimiento, en un silencio que se impone, que abraza. Aquí, la devoción se respira en los rostros, en los rezos, en los niños que caminan con los ojos clavados en el suelo. Es una celebración que habla bajito pero cala hondo. Una muestra más de que la fe no siempre grita... a veces, solo se inclina con respeto.
Y en Apaseo el Grande,
el Señor de las Tres Caídas vuelve a levantar al pueblo entero. Porque no es solo su imagen la que cae y se levanta: somos nosotros, los que cada año tropezamos, los que cargamos preocupaciones, culpas, sueños rotos. Y ahí está Él, para decirnos que se puede caer... pero también se puede seguir. Que hay redención incluso en medio del polvo. Que las lágrimas también limpian.
Pero no todo es solemnidad. La vida, que es sabia, nos da también razones para sonreír, para festejar, para flotar. Y es ahí donde entran esos oasis que nos llenan de alegría, de agua tibia y de carcajadas.
Villa Gasca
nos invita a desconectarnos del ruido del mundo y volver a lo esencial: el juego, la familia, la convivencia. Todo ahí está hecho para disfrutar sin prisa, para alargar la tarde, para abrazar sin reloj. Es el verano que no se acaba, el recuerdo que se guarda en la piel y el corazón.
Xote,
por su parte, tiene esa magia que solo ciertos lugares tienen: la de convertir un día cualquiera en una fiesta. Hay música, hay risa, hay agua que libera y que sana. No importa si vas solo, en pareja o con toda la familia: sales de ahí con el alma más ligera y el rostro iluminado por el sol… y por la alegría.
Y por último, pero no menos importante, Tres Villas:
ese lugar donde el descanso se transforma en celebración. No se trata solo de nadar o echarse una siesta: se trata de reconectar. Con los tuyos. Contigo mismo. Con ese niño interior que a veces olvidamos pero que se asoma en cada chapoteo, en cada broma, en cada brindis bajo el cielo abierto.
Esta semana, Guanajuato nos habla fuerte y claro.
Nos recuerda que en sus pueblos vive la fe, el arte, la historia, la esperanza. Que sus calles no son solo suelo: son escenario, son altar, son refugio. Que el descanso no está peleado con la profundidad, y que la alegría también puede ser sagrada.
Vamos juntos. Que no se te escape ningún rincón.
Porque esta semana no solo se pasa: se atesora. Se queda. Y se vuelve parte de ti.
“Hay caminos que se caminan con los pies… pero hay otros que solo se recorren con el alma. Esta semana, Guanajuato te regala los dos.”
(By Notas de Libertad).
La Judea de Purísima del Rincón: el rostro de la traición y la redención




Cuando todo comienza con una máscara
En el silencio tenso de la madrugada del Miércoles Santo, algo empieza a estremecer el corazón de Purísima del Rincón. No es un ruido fuerte ni un pregón rimbombante. Es una vibración que emerge desde lo profundo, un rumor de maderas golpeadas suavemente, de pasos que se arrastran por calles que conocen de sobra el drama que está por revivir. Porque en este pueblo de Guanajuato, cada Semana Santa es un renacimiento. Y lo es a través de una representación única en el país: la Judea.
Todo comienza con una máscara. Y no cualquier máscara, sino una tallada con madera del colorín, como si el árbol le prestara su savia a la expresión. Las manos del artesano no solo esculpen rostros; cincelan destinos, tallan emociones contenidas, furias antiguas, miradas que no olvidan. Cada personaje de la Judea lleva en su cara de madera una historia que ha sido contada y revivida por generaciones.
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Judas Triste y Judas Negro: Simbolizan las diferentes facetas del traidor, desde su remordimiento hasta su condena.
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El Ranchero, La Oriental y La Risueña: Personajes que aportan matices culturales y emocionales a la representación.
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Malco, El Tiempo, El Diablo Mayor y El Diablo Menor: Figuras que encarnan fuerzas y conceptos universales, desde la temporalidad hasta la lucha entre el bien y el mal.
Cada máscara es tallada con esmero, reflejando la maestría de los artesanos de Purísima del Rincón y la profundidad de la tradición que representan.
Y entre todas ellas, hay una que sobresale, que resuena como una campana agrietada: la de Judas Iscariote.
El protagonista incómodo: Judas
En la Judea de Purísima, el protagonista no es Cristo, sino Judas. No se le trata como villano, ni como héroe. Se le observa, se le juzga, se le sigue. Es un espejo, un aviso, un interrogante abierto. El Miércoles, su máscara es blanca. Representa su papel antes de la traición. Aún no se ha vendido por treinta monedas, aún es parte del grupo, uno de los doce. Acompañado por otros personajes -Malco, El Tiempo, los Diablos-, recorre el pueblo, saluda, observa, anticipa. Se siente el peso de lo que vendrá.
El color de la traición
Llega el Jueves. La máscara de Judas cambia. Ahora es negra, opaca, casi inexpresiva. Es la cara del hombre que eligió la oscuridad, del que ya no duda, del que entrega. Y sin embargo, no hay morbo en su andar. Hay luto. Porque la Judea no festeja la traición. La expone. La desmenuza. La hace desfilar por las calles para que nadie olvide que el corazón humano es frágil, y que la redención también tiene caminos extraños.
El pueblo como escenario
El pueblo entero es escenario. Las esquinas se vuelven estaciones del alma. El sonido de las chirimías y los tambores no es solo música de fondo: es la respiración misma de una comunidad que se presta a representar sus culpas y sus esperanzas. Los niños, con el asombro intacto, siguen a los personajes como si estuvieran entrando en una dimensión distinta. Los adultos, muchos de ellos herederos de quienes empezaron esta tradición, se miran unos a otros, sabiendo que este ritual es un acto de memoria.
El juicio del espíritu
Y entonces llega el Viernes. Es el día del juicio. El momento en que los hilos del drama se tensan hasta casi romperse. Por la mañana se representa la captura de Jesús. La venta está consumada. La traición, irreversible. El pueblo guarda un silencio que pesa como losas. No es teatralidad, es duelo. Se respira una gravedad sagrada. Las calles se llenan de gente, pero nadie grita, nadie aplaude. Todos miran. Todos sienten. Porque en ese instante, la Judea no es teatro. Es rito.
Las máscaras siguen desfilando. Judas corre, huye, se esconde. Los Diablos lo persiguen con una teatralidad feroz, como si quisieran cobrar la deuda del alma misma. La tensión crece cuando llega el momento final: el ahorcamiento de Judas. No hay efectos especiales. No hace falta. Lo que se representa es un ahorcamiento del espíritu, del remordimiento, del peso insoportable de la culpa. Se cuelga un hombre, la figura que simboliza el castigo a la traición, en medio del jardín principal. Y nadie se atreve a reír.
Más allá de las palabras
La Judea no se explica, se vive. Es imposible entenderla desde la razón pura. Porque cada gesto, cada paso, cada máscara, está impregnado de una emocionalidad que no cabe en libros. Es teatro, es danza, es procesión, es arte popular, es oración. Es la manifestación viva de un pueblo que ha aprendido a sanar su historia a través de la representación. Que ha hecho del dolor una poética, y de la traición un camino hacia la reflexión.
Una experiencia que toca todos los sentidos
Y es también un festival de los sentidos. Las vestimentas de colores intensos, las máscaras que miran sin mover un solo músculo, los olores de la comida que se vende en las esquinas, el sol que cae sobre las cabezas de los actores que nunca se ven como tales, sino como portadores de un mensaje. Todo en la Judea está cargado de una energía que solo puede explicarse desde la fe y el arte.
La pregunta que queda
A cada paso de Judas, uno se pregunta: ¿qué habría hecho yo? Esa es la fuerza de esta tradición. No te pone como espectador. Te pone en el centro del dilema. Te obliga a mirar tus propias traiciones, tus propios silencios, tus propias monedas. Y al final, cuando Judas cae, uno no se siente mejor. Se siente humano. Y eso es, quizá, lo más sagrado de todo este viaje.
Al salir de Purísima
Asistir a la Judea es regresar con el alma tocada. Es salir con preguntas en el bolsillo y con la certeza de haber participado en algo que está más allá de lo escénico. Es dejarse habitar por una tradición que no solo se representa, sino que te representa. Porque todos, alguna vez, hemos sido Judas. Pero también todos, alguna vez, hemos buscado redención.
(By Notas de Libertad).

Domingo 13 al 19 de abril
Santoral del día
• San Hermenegildo, mártir (†585)
Hijo del rey visigodo Leovigildo, Hermenegildo se convirtió al catolicismo enfrentándose a la doctrina arriana de su padre. Fue encarcelado y ejecutado por negarse a recibir la comunión de un obispo arriano. Su vida es un emblema de fidelidad a la conciencia y a la fe, incluso por encima de los lazos de sangre.
• San Martín I, papa y mártir (†655)
Elegido pontífice en tiempos de conflicto teológico, defendió con firmeza la doctrina católica frente al monotelismo. Fue arrestado por orden imperial y murió exiliado en Crimea. Es el último papa considerado mártir por la Iglesia.
• San Ursus de Rávena (†396)
Obispo italiano que fortaleció la comunidad cristiana en Rávena, construyó una basílica que llevó su nombre y promovió la paz y la fe en una región de gran agitación política.
Efemérides de hoy
• 1907 – Nace en Tizapán El Alto, Jalisco, el general Marcelino García Barragán
Militar mexicano que participó activamente en la Revolución y más tarde fue secretario de la Defensa Nacional durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Su figura está asociada a momentos clave de la historia militar moderna del país, incluido el periodo del movimiento estudiantil de 1968.
• 1742 – Se estrena en Dublín el oratorio “El Mesías”
Con una fuerza conmovedora, esta obra de Haendel se presenta por primera vez. Su coro “Aleluya” se convertiría en una de las piezas más reconocidas de la música sacra universal.
• 1970 – Explosión a bordo del Apolo 13 en su camino a la Luna
Una falla técnica provoca una explosión que pone en riesgo a la tripulación. La misión se convierte en una hazaña de supervivencia y coordinación entre los astronautas y los ingenieros en la Tierra. No llegaron a la Luna, pero regresaron con vida, y eso bastó para hacer historia.
Día Internacional
• Día Internacional de Concienciación sobre el Trastorno Neurológico Funcional (FND)
Conmemorado para dar visibilidad a un padecimiento complejo y muchas veces incomprendido, que afecta el funcionamiento neurológico sin daño estructural evidente. Su abordaje requiere empatía, comprensión médica y apoyo emocional.
Reflexión del día
Algunas vidas se apagan por sostener una verdad, otras se encienden con una nota musical o una maniobra en el espacio. En todas ellas hay una constante: la voluntad de no rendirse ante la adversidad.
Pregunta al lector:
¿Qué parte de tu historia merece ser contada como ejemplo de fe, perseverancia o creatividad?





Música para recordar el ayer
Víctor Manuel: Canción con alma de pueblo



Hay voces que nacen entre las montañas y el carbón, entre la bruma del norte y la memoria de los que luchan.
La de Víctor Manuel es una de esas voces:
curtida, profunda, directa. Una voz que no se adorna, que no pretende, pero que entra hasta lo más hondo porque trae consigo la historia de muchas vidas. Él no sólo ha sido un cantautor —ha sido cronista de su tiempo, cantor de los invisibles, testigo de las causas justas.
Nació en Mieres, Asturias, en 1947, y de esa tierra heredó la fuerza. Creció entre trabajadores, huelgas, silencios impuestos y ganas de decir lo que no siempre se podía. Desde joven entendió que el canto podía ser también una forma de resistencia. A los veinte años ya componía canciones que hablaban de la vida real: del amor, sí, pero también de la injusticia, de la dignidad, del miedo y de la esperanza. Comenzó en festivales, y pronto fue ganándose un lugar que no le fue dado fácilmente:
su voz fue incómoda para el poder, pero imprescindible para la gente.
En sus canciones hay nostalgia de infancia, ternura de familia, conciencia de clase. Temas como El abuelo Víctor, La planta 14, Sólo pienso en ti, Como voy a olvidarme o Asturias son verdaderas piezas de memoria emocional. Hablan de sus raíces, de la lucha obrera, de la ternura de lo cotidiano, de personas reales que llevan el alma rota pero siguen adelante.
Víctor no ha escrito para gustar, ha escrito para conmover.
Y lo ha logrado con una honestidad inquebrantable.
Su voz no es de las que buscan aplausos. Es de las que buscan verdad. No es un intérprete de técnica rebuscada: es un narrador que canta. Y eso lo ha hecho inmensamente querido. Quien ha escuchado sus letras con atención sabe que allí no hay poses. Hay vivencias. Hay país. Hay memoria.
La vida le regaló también el amor de su compañera Ana Belén,
con quien ha compartido no solo escenario, sino más de cinco décadas de camino, de lucha y de arte. Se conocieron cuando ambos eran jóvenes, rebeldes y llenos de ideas. Y se enamoraron como se enamoran los que se entienden desde el alma. Juntos han formado una de las parejas más queridas y sólidas de la música en español. Se complementan con la mirada, con la risa, con la canción.
Pero Víctor, incluso cuando canta solo, lleva a Ana en su voz.
Porque cuando uno ama así, no puede dejar de hacerlo ni siquiera al interpretar.
Víctor ha envejecido con dignidad. Ha sabido dejar atrás los escenarios multitudinarios cuando ha querido y volver a ellos cuando lo ha sentido. Hoy sigue escribiendo, sigue cantando, sigue llenando teatros donde el público no sólo lo aplaude: lo escucha con el corazón en la mano. Su última etapa es la de un sabio que no presume, que sigue aprendiendo, que sigue sintiendo.
Víctor Manuel no es solo un cantante. Es una parte viva de la historia cultural de España.
Su obra es un testimonio de los que soñaron con un país más justo, de los que amaron con coraje, de los que no se rindieron. Y por eso, su voz sigue siendo necesaria.
En tiempos de ruido, él ofrece silencio cargado de sentido. En días de consumo rápido, él entrega canciones que duran toda la vida. Y en esta sección, Al Ritmo del Corazón, lo celebramos como lo que es:
un corazón cantando, una memoria viva, una voz que no ha dejado de pertenecer al pueblo.
(By Notas de Libertad).
Solo Pienso en Ti (acompañado de Pablo Milanés)
La Puerta de Alcalá (acompañado de Ana Belén)
Como Voy a Olvidarme
Los Bee Gees: Voces que vencieron al tiempo




Hay música que baila con las modas y se desvanece. Y hay música que se queda para siempre, como una caricia que no olvida el alma.
Los Bee Gees pertenecen a esa última categoría.
No sólo por sus melodías que aún resuenan en los rincones más íntimos del corazón, sino por la historia de tres hermanos que convirtieron su amor fraterno en una sinfonía eterna. Barry, Robin y Maurice Gibb no fueron simples íconos de la música disco: fueron poetas de la armonía, artesanos del sonido, exploradores incansables de la emoción humana.
Nacidos en la isla de Man, pero criados entre Inglaterra y Australia, los hermanos Gibb fueron el ejemplo perfecto de cómo el talento puede florecer en cualquier tierra si hay una raíz poderosa: la del vínculo familiar. Desde muy pequeños compartieron no sólo la sangre, sino una conexión casi mágica con la música.
Su padre, un músico aficionado, los animó a cantar juntos, y muy pronto esa travesura infantil se convirtió en destino.
A fines de los años 50 comenzaron a presentarse en programas de radio y televisión en Australia. Pero fue al regresar a Inglaterra, ya como adolescentes, cuando encontraron su lugar en el mundo del espectáculo.
En 1967 llegó su primer gran éxito internacional con New York Mining Disaster 1941, y desde entonces el mundo no pudo dejar de escucharlos. Con esa forma inconfundible de cantar a tres voces —mezcla de nostalgia, dulzura y misterio—, se convirtieron en referentes inmediatos de la música pop. To Love Somebody, Massachusetts, I Started a Joke… eran canciones que parecían escritas en las nubes, envueltas en la niebla de la emoción más pura.
Robin tenía una voz quebradiza y melancólica, Barry esa potencia que rozaba lo celestial, y Maurice tejía la armonía con un genio silencioso que era indispensable.
Pero como todo arte que evoluciona, los Bee Gees supieron adaptarse. Y no sólo adaptarse: revolucionaron. En los años 70, cuando el mundo estaba listo para bailar como nunca antes, ellos lo entendieron y se convirtieron en los reyes de la música disco. Stayin’ Alive, How Deep Is Your Love, Night Fever y More Than a Woman no fueron sólo éxitos: se convirtieron en himnos de una era.
La banda sonora de Saturday Night Fever no sólo rompió récords: marcó un estilo de vida. Barry, con su falsete imposible, parecía cantar directamente al alma mientras millones de cuerpos en pistas iluminadas por bolas de espejos respondían al llamado de una generación.
La historia de los Bee Gees también es una historia de pérdidas. Maurice murió en 2003, y Robin en 2012.
La voz de Barry —el único sobreviviente del trío— hoy se oye más sola, más cargada de recuerdos.
Pero él no canta desde la nostalgia: canta desde el amor. Desde la certeza de que la música que se construyó con hermanos nunca muere. En cada interpretación de Barry se escucha la sombra luminosa de Robin y la risa cómplice de Maurice. Y en cada nota sigue viva esa promesa de infancia: cantar juntos para nunca separarse del todo.
Pocos grupos han logrado lo que los Bee Gees: reinventarse tantas veces sin perder su esencia. Pasaron del pop orquestal a la música disco, del soul al soft rock, y hasta escribieron para otros artistas como si tuvieran una fuente inagotable de inspiración. Su legado, sin embargo, no se mide sólo por los millones de discos vendidos o los premios recibidos, sino por el consuelo que ofrecen sus canciones.
Porque quien alguna vez escuchó Words o Run to Me sabe que en ellas hay más que letras: hay refugio, hay compañía, hay vida.
Los Bee Gees no fueron sólo tres hermanos famosos. Fueron una familia convertida en melodía. Una historia de amor fraterno que encontró en la música su forma más pura.
Y mientras el mundo siga buscando respuestas en medio del ruido, sus canciones estarán ahí, como faros suaves, recordándonos que hay sonidos que no se apagan. Porque hay voces que vencen al tiempo.
Y así, al ritmo del corazón, volvemos a encontrar en la música lo que a veces se nos escapa entre palabras. Esta semana no sólo recordamos una época: recordamos lo que significa amar con todo el alma, cantarle a la vida y bailar aunque el alma llore.
Nos leemos el próximo domingo, con otra historia que palpita al compás de los sentimientos. Porque mientras exista el amor… habrá una canción esperando.
(By Notas de Libertad).
I Started a Joke.
How Deep Is Your Love

Meditaciones del Quijote
Autor: José Ortega y Gasset
Reseña:
El Quijote y la vida como empresa del alma
La fuerza íntima que mueve el mundo, según Ortega y Gasset



Una entrada al corazón de España
Cuando uno abre Meditaciones del Quijote, no se encuentra con un ensayo tradicional, ni con un análisis literal de la novela de Cervantes. Lo que encuentra es una invitación. Una llamada profunda a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre nuestra cultura, nuestras raíces y la manera en que habitamos el mundo. José Ortega y Gasset no nos entrega un comentario sobre Don Quijote; nos entrega un espejo donde podemos ver nuestra vida como un acto de interpretación, una búsqueda, un riesgo y una aventura.
El libro comienza con una frase que se volvió emblema de su pensamiento: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo.” No es solo una máxima filosófica. Es una declaración de existencia, un manifiesto vital. Ortega no analiza el Quijote desde fuera, lo vive desde dentro, lo respira como una forma de entender lo que significa ser humano en medio del tiempo, la historia y los sueños.
Meditar es encontrarse en el asombro
Para Ortega, meditar es mucho más que pensar. Es detenerse. Es mirar lo que ya creíamos conocido, pero como si lo viéramos por primera vez. Y eso hace con el Quijote. En lugar de leerlo con el traje de académico, lo ve con los ojos del alma. Se pregunta: ¿qué significa que un hombre común decida lanzarse a una misión imposible solo porque cree que el mundo lo necesita? ¿Qué fuerza lo mueve? ¿Qué vacío intenta llenar?
El Quijote no es una locura, dice Ortega, sino una empresa espiritual. En su delirio, hay una verdad más profunda que en la cordura de quienes lo rodean. Don Quijote no vive en el mundo tal cual es, sino en el mundo como debería ser. Y esa aspiración, esa fe sin pruebas, esa entrega sin cálculo, es el centro de lo humano. Como escribe Ortega:
“La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración.”
La vida como tarea: entre realidad y proyecto
Uno de los aportes más hondos de Ortega en esta obra es la idea de que la vida no es algo dado, sino algo que se hace. Cada uno es una tarea, una construcción en marcha. No somos un bloque fijo, sino una posibilidad abierta. Y es aquí donde entra en juego la circunstancia. No vivimos en el vacío, sino en un entorno concreto, con un lenguaje, una historia, una cultura, una serie de oportunidades y límites.
El Quijote, entonces, es símbolo de lo que hacemos con nuestras circunstancias. Él las desafía. Les da la vuelta. Las interpreta de otro modo. Ahí está la chispa de su genialidad y su locura. Ortega nos empuja a hacer lo mismo: a no conformarnos con lo que hay, a inventar posibilidades, a vivir con valentía. Porque vivir no es simplemente pasar el tiempo. Es comprometerse con un ideal, con un estilo, con una forma de estar en el mundo.
“Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad.”
Esa es la paradoja que Ortega subraya: no estamos obligados a obedecer, sino obligados a elegir. A crear nuestro camino.
España como problema y como destino
Meditaciones del Quijote es también una profunda reflexión sobre España. Ortega, al ver el Quijote, ve también la historia de su país. Un país que ha preferido muchas veces la gloria del pasado al esfuerzo del presente, el mito a la autocrítica, la resignación a la renovación. Pero no escribe para lamentarse. Escribe para despertar. Quiere que España vuelva a pensar, a mirarse con ojos nuevos, a preguntarse hacia dónde va.
Para Ortega, el problema de España es que ha perdido el sentido de su misión. Se ha dejado llevar por inercias y costumbres. El Quijote, con su aparente locura, es en realidad un acto de rebelión contra esa pasividad. Un grito de autenticidad. Un llamado a volver a creer en algo más grande que uno mismo.
“Toda realidad ignorada prepara su venganza.”
Y en la historia de España, esa ignorancia ha sido costosa.
El arte de mirar con profundidad
Uno de los pasajes más bellos del libro es la meditación sobre el arte. Ortega dice que la mirada superficial solo ve cosas. Pero la mirada profunda ve relaciones, matices, esencias. El arte nos enseña a mirar de otro modo. Y el Quijote es, en este sentido, una obra de arte total. No porque describa caballerías, sino porque nos cambia por dentro.
Ortega afirma que cada lector del Quijote encuentra algo distinto, porque en realidad se encuentra a sí mismo. Leer el Quijote es medirse frente a un espejo que nos muestra nuestras propias contradicciones, nuestros anhelos, nuestras miserias y nuestras grandezas. Es un libro que no se acaba nunca, porque toca lo más vivo de la experiencia humana.
Contra el realismo plano: la defensa de la interioridad
Vivimos —dice Ortega— en una época que valora demasiado lo práctico, lo visible, lo inmediato. Pero el Quijote nos recuerda que la interioridad, los sueños, las ideas, son también motores de la historia. No hay cambio sin visión. No hay progreso sin imaginación. El que solo ve lo que hay, no cambia nada. Solo se adapta. El que se atreve a imaginar, a soñar, a pelear por lo imposible, ese deja huella.
“El esfuerzo de ser uno mismo es la raíz de todo heroísmo.”
Don Quijote no finge. Se transforma. No actúa para los demás, sino para cumplir una fidelidad interna. Ese es el valor que Ortega exalta: vivir en coherencia con lo que se siente verdadero, aun cuando el mundo lo rechace.
Una pedagogía para la vida
Ortega no escribe para entretener ni para lucirse. Escribe para despertar. Su ensayo es una pedagogía del alma. Un recordatorio de que vivir exige pensar, y que pensar exige detenerse, mirar, escuchar, meditar. Cada una de sus reflexiones en este libro busca provocar al lector, sacarlo de su comodidad, invitarlo a vivir con más profundidad.
Y eso es lo que lo vuelve actual, más de un siglo después. En tiempos donde todo pasa rápido, donde todo se mide por su utilidad, Ortega nos recuerda que hay otra forma de estar vivos. Que hay una sabiduría que no se aprende en los manuales, sino en el diálogo con los grandes espíritus, como Cervantes. Que la literatura no es un adorno, sino una necesidad vital.
“La claridad es la cortesía del filósofo.”
Y por eso Ortega no se esconde detrás de jergas: nos habla con franqueza y con belleza. Su claridad es una forma de amor al lector.
Una meditación para cada quien
Meditaciones del Quijote no es un libro que se lee de corrido. Es un libro para ir abriendo por fragmentos, como si fueran ventanas al alma. No tiene una estructura rígida. Tiene ritmo de pensamiento. Y cada quien encontrará algo distinto en él, porque Ortega no da respuestas, sino caminos.
Es un libro que invita a pensar, pero sobre todo a vivir. A vivir con más conciencia, con más compromiso, con más pasión. A reconocer nuestras circunstancias no como condenas, sino como oportunidades. A descubrir que la vida es una tarea, y que cada quien tiene la responsabilidad de hacer de ella una obra propia, honesta, singular.
El alma que cabalga
Como Don Quijote, todos somos caminantes entre la realidad y el sueño. Ortega, con este libro, nos pone una lanza en el alma y nos dice: sal, anda, no te conformes. Piensa, ama, lucha, interpreta. Porque lo que da sentido a la vida no es lo que recibimos, sino lo que decidimos hacer con ello.
Meditaciones del Quijote no es solo una lectura. Es una forma de mirar el mundo. Y si la tomamos en serio, puede ser también una forma de transformarlo.
Sobre el autor: José Ortega y Gasset: el pensador que quiso despertar a España
José Ortega y Gasset nació en Madrid el 9 de mayo de 1883, en una familia de intelectuales y periodistas. Fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX en el mundo hispano y el máximo exponente de la llamada Generación del 14. Estudió en la Universidad de Deusto y en la Universidad Central de Madrid, y se doctoró en Filosofía. Amplió su formación en Alemania, donde conoció de cerca el pensamiento neokantiano y fenomenológico, influencias que marcarían su obra.
Desde joven se propuso sacudir la vida intelectual de España. Fue profesor de Metafísica en la Universidad de Madrid, donde formó a varias generaciones de pensadores. Fundó importantes revistas como Revista de Occidente, con la intención de conectar el pensamiento español con las ideas más avanzadas de Europa.
Entre sus obras más conocidas están La rebelión de las masas, El tema de nuestro tiempo, Ideas y creencias y, por supuesto, Meditaciones del Quijote, su primer gran libro filosófico publicado en 1914.
Ortega fue un pensador comprometido con su tiempo. Creía que la filosofía debía influir en la vida real y que la cultura era un motor de transformación social. Defendía la necesidad de una minoría culta que guiara a la sociedad, sin caer en el elitismo, pero tampoco en el conformismo.
Murió en Madrid el 18 de octubre de 1955, dejando una obra vasta y una huella profunda en la filosofía, la política, la literatura y el pensamiento hispánico.
(By Notas de Libertad).




Errores que no se heredan: 100 reflexiones para no perder el alma en la política
“Aquí no vinimos a poner el ejemplo, vinimos a evitar el desastre.”
La política en México se aprende rápido… pero se descompone más rápido si uno no tiene claro qué no debe hacer.
Y ese es justamente el problema: nadie te advierte. Nadie te dice que el aplauso vicia, que el cargo embriaga, que el poder no te cambia… solo saca lo peor que llevas dentro.
Este texto no busca inspirarte. Busca ponerte en guardia.
No está escrito para que digas “qué bonito”, sino para que pienses “caray, esto no lo debo repetir”.
Porque si algo sobra en este oficio son errores reciclados. Los vemos cada sexenio, cada legislatura, cada campaña: los mismos vicios con distinto rostro.
Estas 100 reflexiones no nacieron de libros ni de anécdotas rosas. Salieron de lo que vimos, vivimos o —lamentablemente— permitimos. Algunas te harán reír con incomodidad, otras te van a doler si alguna vez caíste ahí. Y más de una debería incomodar a quienes creen que hacer política es pasar sin mancharse.
Aquí no hay homenajes. Hay advertencias.
No hay relatos de grandeza, hay letreros de “por aquí no”.
Y si alguna vez soñaste con servir desde la política, o si ya estás en el ruedo, o si vas de salida y no quieres irte con vergüenza, más vale que leas esto como quien recibe un mapa de minas: no para presumirlo, sino para no pisarlas.
Nota: Esta primera etapa lleva un título fuerte, porque así deben ser las advertencias para quien apenas comienza.
El origen del desastre – Errores de los que apenas empiezan
Porque la política no empieza con una elección, sino con la forma en que eliges comportarte desde el primer día.
1. No te metas a la política solo porque necesitas trabajo.
Este no es un empleo: es una responsabilidad. Si lo haces por necesidad económica, terminarás justificando cualquier cochupo.
2. No creas que por ser joven tienes derecho a todo.
La juventud no da licencia para la soberbia. Escuchar también es revolucionario.
3. No finjas saber lo que no sabes.
El político que improvisa conocimientos acaba diciendo barbaridades… o firmando cosas que no entiende.
4. No confundas voluntariado con servilismo.
Ayudar está bien. Dejarte usar está mal. Aprende a decir “sí” sin dejar de ser tú.
5. No aceptes ser “relleno” en una lista, solo para decir que ya estás en política.
Eso no es participación: es utilería. Y luego no te quejes de ser invisible.
6. No repitas frases que no entiendes.
El que habla sin pensar, se traiciona sin saberlo. Mejor una verdad sencilla que una consigna hueca.
7. No milites en todo al mismo tiempo.
No eres Uber político. Elige una causa, un partido, una ruta. La coherencia tiene más futuro que el oportunismo.
8. No idealices a nadie.
Ni al líder carismático, ni al viejo zorro. Todos tienen defectos. Admira si quieres, pero piensa por ti mismo.
9. No pienses que por conocer al “bueno” ya la hiciste.
El compadrazgo no garantiza crecimiento. Y si creces por atajo, te caerás por falta de cimientos.
10. No mientas tu currículum.
En política todo se sabe. Tarde o temprano alguien preguntará por el posgrado que no hiciste.
11. No critiques lo que todavía no entiendes.
Antes de denunciar “la mafia del poder”, entiende cómo funcionan las instituciones. Si no, solo haces ruido.
12. No confíes ciegamente en quien te promete una candidatura.
Las promesas en política caducan más rápido que un yogur abierto.
13. No publiques cada paso que das.
Una selfie no hace carrera. Si haces algo útil, ya hablará por sí solo.
14. No copies discursos, ni estilos.
La política necesita autenticidad, no imitadores. Tu propia voz, aunque tiemble, vale más que mil frases prestadas.
15. No esperes que te aplaudan por entrar.
La política no premia intenciones, premia resultados. Y los primeros pasos se caminan sin fanfarrias.
Nota: Reflexiones enfocadas en lo que no debe hacerse cuando el político empieza a ser visible, reconocido o “prometedor” … justo cuando más pierde el piso si no se cuida.
El ascenso torcido – Cuando el ego llega antes que los logros
Aquí es donde muchos se descarrilan: empiezan a creerse importantes… antes de ser útiles.
16. No confundas el reflector con el respeto.
Saliste en la prensa… ¿y qué? El respeto no se gana con luces, sino con acciones que resisten la sombra.
17. No cambies tu forma de hablar cuando tienes micrófono.
Si con la gente hablas sencillo, pero frente a las cámaras usas frases rebuscadas, lo que tienes no es discurso, es actuación.
18. No uses el cargo para pavonearte.
Los puestos públicos no son trofeos. Son encargos que, si no cumples, terminan siendo tu vergüenza.
19. No trates mal a quien no te puede dar nada.
Si solo eres amable con los “útiles”, tu máscara caerá en cuanto cambie el viento.
20. No firmes lo que no entiendes.
“Confía, tú nada más firma” es la antesala del escándalo. Y cuando estalle, los que te dijeron eso… desaparecerán.
21. No te sientas con derecho a todo por un triunfo electoral.
Ganar una elección te da funciones, no impunidad. El poder legítimo se cuida, no se abusa.
22. No te rodees solo de incondicionales.
Un equipo que solo te aplaude es un equipo que te lleva al ridículo… con una sonrisa fingida.
23. No desprecies tareas “menores”.
Creerte demasiado importante para organizar una reunión o visitar una colonia, es empezar a olvidar para quién trabajas.
24. No olvides de dónde vienes.
Quien reniega de su historia personal, tarde o temprano se vuelve un político sin alma.
25. No confundas estilo con arrogancia.
No se trata de cómo te vistes, sino de cómo tratas a los demás. La soberbia no viste elegante.
26. No bloquees a quien te critica.
El que solo quiere escuchar halagos, pronto se ahoga en su propio ego.
27. No tomes café con la gente solo en campaña.
La política de ocasión se huele. Y el ciudadano tiene más olfato de lo que crees.
28. No creas que todos te envidian.
No todos te odian por brillar. A veces, simplemente no haces bien tu trabajo.
29. No intentes aparentar lo que no has construido.
Decir que eres “líder nacional” por una foto en un foro es como llamarte chef por calentar sopa instantánea.
30. No dejes de estudiar.
El cargo no te hace sabio. El aprendizaje constante sí. Y quien deja de prepararse, se convierte en meme.
Nota: Aquí el poder ya llegó… y con él, la parte más peligrosa del camino: esa donde muchos se descomponen sin darse cuenta, creyendo que tienen el control de todo, cuando en realidad ya no se controlan ni a sí mismos.
La adicción al poder – Errores que se cometen con la pluma en la mano y el mundo a los pies
Aquí no se trata de si tienes poder… sino de si todavía sabes para qué sirve.
31. No uses el cargo como trinchera personal.
Convertir tu oficina en una zona de guerra contra tus rivales, exjefes o exparejas solo demuestra que no superaste el ego de la adolescencia.
32. No gobiernes para tus redes sociales.
Si tomas decisiones solo para que se vean bien en un reel, ya no gobiernas: te estás vendiendo como influencer con presupuesto.
33. No confundas poder con impunidad.
Si crees que “nadie me toca” porque tienes fuero o amigos arriba, espera a ver cómo te va cuando esos amigos bajen.
34. No uses el presupuesto como si fuera herencia.
No es tu dinero. Es de la gente. Y cada peso mal usado es una traición con factura.
35. No firmes convenios que no puedas explicar.
Si no puedes justificar por qué lo firmaste, es porque ya empezaste a esconderte.
36. No conviertas tu equipo en tu grupo de porras.
El político que castiga al que lo contradice acaba rodeado de cobardes… y se estrella con su propia ceguera.
37. No impongas decisiones desde el miedo.
Los gritos, amenazas y despidos no construyen respeto. Construyen resentimiento… y testigos.
38. No te creas imprescindible.
Nadie lo es. Hay cementerios llenos de exlíderes que pensaban que sin ellos el mundo se detenía.
39. No compares tu gestión con la peor de todas.
“Al menos no soy como el anterior” no es argumento. Es excusa mediocre.
40. No conviertas al poder en tu única identidad.
Si sin el cargo no sabes quién eres, vas camino al vacío.
41. No uses la obra pública para ponerle tu nombre a todo.
El cemento no se vota. La gente no olvida cuándo se hizo algo útil… ni cuándo solo fue vanidad.
42. No hagas del cargo una dinastía familiar.
Gobernar no es negocio de sangre. Y el cargo no es una herencia para tus hijos, cuñados y compadres.
43. No bloquees al pueblo con burocracia.
La tramititis es una forma elegante de decirle “no” al ciudadano. Si el pueblo no accede, el poder no sirve.
44. No escondas las cifras reales.
Maquillar datos no mejora la realidad. Solo retrasa la crisis… y cuando llega, explota con más fuerza.
45. No olvides que cada acto tiene eco.
Lo que decides hoy será nota, será escándalo… o será ejemplo. Tú eliges
Nota: La más incómoda para muchos: cuando el poder empieza a resbalar, pero el político no lo quiere aceptar. El ego todavía grita, pero el eco ya no responde. Y es ahí cuando los errores se multiplican, porque se actúa desde la negación, no desde la realidad.
La curva descendente – Cuando sigues dando órdenes, pero ya nadie obedece
Hay políticos que no se van… se quedan estorbando.
46. No ignores las señales de desgaste.
Cuando la gente deja de aplaudirte, no es traición: es hartazgo. Aprende a leer el ambiente antes de que te lo griten.
47. No sigas hablando como candidato cuando ya eres un funcionario en retirada.
Prometer lo que ya no puedes cumplir es una burla. Y la burla se cobra.
48. No te aferres al cargo como si fuera oxígeno.
Apegarte al poder es la mejor manera de que te saquen por la puerta de atrás.
49. No fabriques enemigos para justificar tu caída.
A veces no te tumbaron… simplemente te caíste solo.
50. No intentes brillar con el reflector apagado.
El que ya no tiene luz propia, debería aprender a dar paso. No a buscar enchufe.
51. No te rodees de aduladores de última hora.
Cuando huelen la salida, los halagadores se vuelven buitres. Y tú… el banquete.
52. No apuestes a que todo salga mal después de ti para que te extrañen.
Quien desea el fracaso del que sigue, solo demuestra que nunca pensó en el pueblo.
53. No maquilles el cierre como si fuera apoteósico.
Si te vas, vete con decencia. No con un show lleno de nostalgia fingida.
54. No te inventes una consultoría de cartón para seguir pegado al presupuesto.
El problema no es ser consultor. El problema es fingir serlo para seguir viviendo del erario sin aportar nada. Si vas a asesorar, que sea con conocimiento, no con nostalgia del poder.
55. No uses el último tramo del poder para pasar facturas.
Gobernar con rencor es un bumerán: lo avientas con furia, pero te regresa con fuerza.
56. No metas a tu sucesor en una trampa.
Dejar la casa incendiada es una forma ruin de despedirte.
57. No finjas que el pueblo te suplica quedarte.
Los montajes con porras pagadas son más patéticos que útiles. Y todos lo notan… menos tú.
58. No esperes aplausos por hacer lo mínimo.
No eres héroe por cumplir con tu deber. El cargo no era un favor que hiciste, era una responsabilidad que asumiste.
59. No amenaces con volver solo porque no sabes hacer otra cosa.
La política también necesita saber irse a tiempo. Aferrarse es de necios.
60. No creas que la historia te absolverá si ni tú puedes absolverte.
Si hiciste mal las cosas, acéptalo. La peor mentira es la que te cuentas a ti mismo.
Nota: Esta etapa es una de las más reveladoras: habla de quienes ya no tienen poder… pero siguen actuando como si lo tuvieran, aferrados a las sobras de la influencia, sin asumir el silencio
El retiro sin paz – Cuando el poder se fue, pero el vicio quedó
Hay quienes dejan el cargo… pero no saben dejar el micrófono. Y se quedan dando discursos donde ya nadie los invitó.
61. No conviertas tu retiro en lamento eterno.
Si te fuiste, que sea con dignidad. El político que se queja más de lo que propuso, deja como herencia el fastidio.
62. No quieras seguir influyendo sin asumir responsabilidades.
Dar órdenes desde la sombra es cobarde. Si no das la cara, no opines con puño de hierro.
63. No conviertas las comidas en tribunales.
El que ya no tiene tribuna formal se la inventa en la sobremesa. Y eso desgasta más que gobierna.
64. No quieras dirigir al nuevo gobierno desde tus memorias.
Lo que hiciste ya pasó. Si fue bueno, hablará por sí solo. Si no, deja de meter la cuchara.
65. No le tengas miedo al olvido.
Es mejor que no te recuerden a que te recuerden por necio, por corrupto o por ridículo.
66. No uses el título de “ex” como arma.
El exgobernador, el exdiputado, el exlíder… Si solo hablas desde lo que fuiste, es que ya no sabes quién eres.
67. No aconsejes con veneno.
Si tus consejos vienen desde el rencor o la envidia, mejor guarda silencio. La amargura no edifica.
68. No busques cámaras para decir lo que no dijiste cuando podías.
Si callaste cuando tenías poder, no intentes ahora pasar por valiente en la jubilación.
69. No vivas de tus “logros” si nadie los recuerda.
Repetir tu currículum no genera respeto. Genera bostezos.
70. No uses a los jóvenes como peones para tus revanchas.
Inspirar es una cosa. Manipular es otra. No quieras dirigir la nueva orquesta desde tu viejo violín.
71. No te conviertas en vocero de la nostalgia.
Decir que “antes se hacía mejor” no es argumento. Es resistencia al cambio… o necesidad de aplauso.
72. No sigas cobrando como asesor si ya no aportas nada.
El retiro también se honra trabajando con dignidad o sabiendo cuándo hacerse a un lado.
73. No mendigues un micrófono.
Si lo que dices ya no conmueve, no es culpa del auditorio. Es que tu discurso se quedó en 1994.
74. No des entrevistas para ajustar cuentas personales.
El que usa los medios como catarsis política, termina como meme.
75. No sigas opinando como si aún mandaras.
Hay un punto en el que la voz se transforma: o sirve para orientar, o solo estorba. Aprende la diferencia.
Nota: Una etapa donde no hay justificaciones, ni adornos, ni nostalgias. Solo queda lo que se hizo… y lo que jamás debió hacerse. Esta es la última frontera: la conciencia, el espejo, la memoria. Aquí nadie escapa de sí mismo.
Lo que calla el espejo – Los peores errores que un político arrastra hasta el final
Cuando ya no queda cargo ni foro, lo único que habla por ti es lo que hiciste. Y lo que te negaste a ver, empieza a perseguirte.
76. No minimices el daño que hiciste “porque otros hicieron peor”.
La corrupción no se mide por escalas. Lo mal hecho, aunque sea “poquito”, también pudre.
77. No te defiendas con frases hechas.
“Todo es político”, “me sacaron de contexto”, “es guerra sucia”… Si necesitas clichés para justificarte, es porque ya no tienes verdad.
78. No te conviertas en el político que odiaste cuando empezaste.
Si de joven luchaste contra la simulación, y ahora la practicas con maestría, lo tuyo no fue evolución: fue claudicación.
79. No normalices el cinismo.
Reírte de tus trampas, de tus abusos, de tus trampolines, no te hace astuto. Te hace triste.
80. No esperes que tus hijos admiren lo que tú mismo ocultas.
Si lo que hiciste no resiste la cena familiar, entonces no fue grandeza… fue vergüenza.
81. No vivas justificándote por lo que “te obligaron a hacer”.
El que no supo decir “no” a tiempo, también es responsable. A veces el silencio es cómplice… y cobarde.
82. No uses la vejez como escudo.
“Ya estoy grande, déjenme en paz” no es defensa. Si fuiste figura pública, lo serás hasta el último día… para bien o para mal.
83. No uses tus errores como anécdotas graciosas.
Si lo que hiciste afectó vidas, no es chiste. Es una herida.
84. No repitas: “así es la política”.
Esa frase mata toda posibilidad de cambio. Y quien la dice con orgullo, ya es parte del problema.
85. No hables de “legado” si no hay quien lo defienda.
Lo que hiciste se mide por cuántos siguen creyendo en ello. No por cuántos edificios tienen tu nombre.
86. No escribas tus memorias para mentirte mejor.
Si vas a contar tu historia, que sea con verdad. No para inflarte, sino para dejar un testimonio útil.
87. No uses tu biografía como cortina de humo.
Los méritos pasados no borran los errores presentes. Si fallaste, no lo tapes con medallas viejas.
88. No sigas esperando reconocimiento eterno.
Si hiciste las cosas bien, alguien lo sabrá. Si esperas que te lo repitan diario, es que algo te faltó.
89. No conviertas tu retiro en una campaña permanente.
El político que sigue tocando puertas con cara de víctima, termina como caricatura.
90. No hagas de la política una herencia familiar por decreto.
Si tus hijos, hijas o sobrinos tienen vocación, adelante. Si solo tienen tu apellido, espera el desastre.
91. No sigas defendiendo lo indefendible.
Hay decisiones que envejecen mal. Y si hoy las repites con orgullo, solo haces más grande el daño.
92. No vivas de fantasmas.
Ni del puesto que tuviste, ni del poder que perdiste, ni del aplauso que ya no regresa.
93. No culpes al pueblo por no haberte entendido.
Tal vez sí te entendieron… y por eso te dieron la espalda.
94. No pongas una estatua si nadie quiere mirarla.
La grandeza no se inmortaliza en bronce, sino en actos que no se olvidan.
95. No sigas fingiendo que lo volverías a hacer igual.
Ese es el error final: la terquedad absoluta. La que niega toda posibilidad de redención.
96. No esperes que el tiempo borre lo que hiciste.
El tiempo no borra. Solo deja más claro quién fuiste.
97. No vivas renegando del país que tú mismo gobernaste.
Si dejaste un desastre, no te quejes del paisaje. Asúmelo.
98. No creas que morirte absuelve tus decisiones.
Hasta el último día, lo que hiciste pesará. Y si hay cuentas pendientes, no hay epitafio que las cubra.
99. No dejes que tu nombre termine siendo advertencia.
Si la gente dice “no lo vayas a hacer como fulano”… entonces perdiste la historia.
100. No olvides que el peor error político… es no aprender de ninguno.
Todos fallamos. Pero quien insiste, repite, justifica y nunca reflexiona… ese, al final, se vuelve irrelevante.
“Lo que uno no debe hacer… aunque todos lo estén haciendo.”
A veces, lo más difícil en política no es tener el valor de hacer lo correcto… sino la dignidad de no hacer lo incorrecto.
Y eso, aunque parezca fácil de decir, es lo que se olvida con más frecuencia.
Porque cuando todo el mundo roba, mentir parece poco.
Cuando todos traicionan, manipular se vuelve rutina.
Y cuando todos callan, hablar se siente suicida.
Pero aquí va una verdad que no está de moda: el que no se traiciona a sí mismo, nunca pierde del todo.
El político que al final de su carrera puede dormir sin pastillas, mirar a sus hijos a los ojos y caminar sin esconderse, aunque haya perdido una elección… ganó la partida.
Estas 100 reflexiones no van a cambiar la política mexicana.
Pero pueden ayudarte a no perderte tú.
Y si un día, frente a una decisión difícil, recuerdas, aunque sea una de estas frases… entonces este esfuerzo valió la pena.
Porque lo que uno no debe hacer, aunque todos lo estén haciendo… sigue estando mal.
Y la política, pese a todo, sigue necesitando a gente que no se venda, que no se doble, que no se corrompa.
Gente que, aunque cometa errores, al menos no cometa los peores.
Y que si algún día se cae, no se caiga por hacer lo que nunca debió.
(By Notas de Libertad).