
LA LEYENDA
22

La Leyenda 22: Aquí late el alma que no se rinde
Hay un lugar donde los domingos no se terminan, se transforman.
Donde las palabras no se usan, se abrazan.
Donde lo que importa no es la noticia del día, sino la huella que deja.
Ese lugar existe.
Se llama La Leyenda.
Aquí no venimos a correr detrás del mundo, venimos a mirarlo de frente.
A reír con la política cuando se disfraza de circo, y a llorar con la historia cuando se olvida.
A escuchar la música que no está de moda, pero que nunca se fue.
A saborear un taco de calle que vale más que mil banquetes.
A encontrarnos con un libro que dice lo que nadie se atreve.
A caminar por un pueblo que aún respira verdad.
Cada domingo, este rincón se convierte en espejo, en refugio, en trinchera.
Porque no todo está perdido. Porque aún hay quien escribe desde el alma, y para el alma.
Porque la belleza no ha muerto, solo necesita que alguien la nombre.
Yo soy Wintilo Vega Murillo,
y cada domingo vengo a decirte esto:
aquí estamos, aquí seguimos.
Con tinta, con vida, con memoria.
Esta es La Leyenda...


Domingo: Donde el Corazón Encuentra su Rumbo
Hay amaneceres que no se anuncian con sol, sino con certezas.
Esos en los que uno despierta y, sin saber por qué, siente que algo bueno está por suceder. Que no todo está roto. Que, a pesar del cansancio o del silencio, aún queda dentro de nosotros una chispa encendida.
Una llama pequeña, pero terca. Una fe sin nombre, pero con rostro.
Porque estar vivos ya es un acto de valentía.
Y más aún: seguir amando, confiando, apostando por lo bueno… eso es un milagro cotidiano.
Y hoy, aquí, en la edición número 22 de La Leyenda, queremos celebrar ese milagro.
Los Instantes Que Nos Rescatan
Vivimos rodeados de ruido, de pendientes, de urgencias que no nos dejan respirar. Pero de pronto, sin que lo esperemos, algo sucede:
Una carcajada de nuestros hijos. El olor del café recién hecho. Una canción que nos recuerda quiénes somos. Una conversación honesta. Una pausa.
Y en esos instantes, el alma se acomoda.
Y uno entiende que no todo está mal. Que hay cosas pequeñas que son inmensas.
Que seguimos aquí… y que eso basta para agradecer.
El Corazón No Se Cansa de Empezar
A veces creemos que ya fue suficiente. Que ya no podemos volver a intentarlo. Que fallamos demasiado.
Pero el corazón es necio.
Late una vez más. Cree una vez más.
Abre la ventana. Se permite el abrazo. Se lanza al mundo aunque tiemble.
Y eso es hermoso. Porque mientras el corazón insista, la vida seguirá trayendo sorpresas.
Aunque no sepamos cómo. Aunque tengamos miedo. Aún podemos volver a empezar.
Que Esta Semana Te Regrese La Paz Que Te Has Robado
Haz espacio para lo que te sana. Escucha tu voz interior, aunque esté temblando.
Haz las paces con tu historia, con tus errores, con tus duelos.
Busca a quienes te hacen bien. Abraza sin explicación. Sonríe sin permiso.
Y si hoy no puedes con todo, no pasa nada.
Respira. Haz lo posible. Mañana será distinto.
Aquí, En La Leyenda, Honramos Lo Que Permanece
Honramos la bondad silenciosa. La amistad que no se rinde. La memoria que no se borra.
La política que aún puede servir con dignidad. La música que despierta emociones.
El rincón escondido que aún guarda sabor. El poema que nos reconcilia con la vida.
Porque escribir es resistir. Leer es abrazar. Y vivir… vivir sigue siendo el milagro más grande.
Nos encontramos en esta entrega número 22 con el alma abierta y el corazón lleno de palabras.
Que esta semana no te pase de largo: que te sacuda, que te despierte, que te abrace.
Bienvenido a La Leyenda número 22.
Aquí no venimos a sobrevivir: venimos a celebrar el milagro de seguir aquí.
(By Notas de Libertad).





Una mujer de temple: Beatriz Manrique Guevara
El primer trazo.
La vida tiene esa costumbre de ponernos en el camino de ciertas personas justo cuando estamos en medio de búsquedas profundas. Así fue como conocí a Beatriz Manrique Guevara, una mujer que desde la primera vez que la vi, dejó claro que no había llegado a la política para improvisar, sino para transformar. Año 2001. Guanajuato hervía en tensiones políticas, las alianzas se tejían con hilos finos y el viento soplaba con fuerza, como si advirtiera que nuevos tiempos estaban por llegar. Yo encabezaba la dirigencia estatal del PRI, con la certeza de que la decencia en la política todavía era posible. En ese contexto, conocí a Beatriz.
Había escuchado de ella incluso antes de estrechar su mano. Se decía que era una abogada brillante, egresada de la Ibero de León, firme en sus ideas y serena en su hablar. Su sola presencia imponía respeto, no por la fuerza, sino por la coherencia. Cuando por fin la vi en una reunión informal entre dirigentes de varios partidos, llegó puntual, con una libreta en la mano y la mirada firme de quien ya ha caminado mucho, aunque tenga poco tiempo en la escena. Me bastaron unos minutos de conversación para confirmar lo que ya se decía: ahí había madera de lideresa.
Camarena, El buen amigo.
En aquellos días también comencé a tener trato frecuente con su esposo, el arquitecto Luis Alberto Camarena Rougón. El Camarena, como lo llamábamos con cariño, era un hombre de mirada tranquila y palabra justa, ocupaba la Dirigencia del Verde en el Estado. Jamás buscaba protagonismo, pero siempre estaba ahí, firme, apoyando a Beatriz, cuidando los detalles. Nuestra relación se fue haciendo cálida, entrañable. Platicábamos largo, a veces sobre la vida, otras veces sobre lo que hacíamos en nuestros respectivos ámbitos. Recuerdo con claridad una conversación que tuvimos en Uriangato, cuando me compartió algo que Beatriz solía decirle: “Uno no puede cambiar todo, pero sí puede vivir sin dejarse cambiar por todo”. Esa frase, sencilla pero profunda, me acompaña hasta hoy.
Camarena era de esos hombres que abrazan con la mirada. Y aunque su partida fue un golpe tremendo para todos quienes lo conocimos, sobre todo para Beatriz y su familia, yo prefiero recordarlo como era: entero, leal, discreto y lleno de amor. Su amistad fue un regalo que atesoro. Su recuerdo sigue vivo en cada paso firme de Beatriz, en cada proyecto que ella encabeza con dignidad y entrega.
La fuerza que no se grita
Beatriz no ha necesitado gritar para ser escuchada. Tiene esa rara virtud de la coherencia: lo que dice en público, lo sostiene en privado; lo que critica, se cuida de no reproducir. Desde que la conocí supe que era una mujer distinta. En medio de una política que muchas veces privilegia la apariencia sobre el contenido, ella ha sido constancia, congruencia y compromiso. Nos fuimos encontrando en eventos, reuniones, pasillos políticos. Siempre estaba ahí, con la misma convicción de cuando comenzó.
La vida le ha puesto pruebas durísimas. La pérdida de su esposo fue una de esas que tambalean el alma. Pero Beatriz nunca se detuvo. Lloró, sí, como se llora a quien se ama con el alma. Pero también se levantó, como se levantan las de verdad. Recuerdo que hablé con Sergio Contreras en esa etapa y me dijo una frase que define a Beatriz: “Ella no se quiebra, transforma el dolor en impulso”. Y eso hizo. Con el alma herida, pero con la mirada al frente, siguió caminando.
Puebla y la coherencia.
Su paso por la Secretaría de Medio Ambiente en el gobierno de Puebla fue la confirmación de que su vocación no era discurso: era acción. Allá llevó todo lo aprendido, todo lo soñado. Recibíamos noticias de su trabajo, de su entrega. Me tocó ver a Sergio Contreras, a Gerardo Fernández orgullosos de ver que esa misma mujer que había comenzado a destacar en Guanajuato, desde su trinchera en el Partido Verde Ecologista, ahora dejaba huella en otro estado, con la misma coherencia y el mismo amor por las causas justas.
Un nombre para el provenir
Hoy, desde su trinchera como diputada local en Puebla, Beatriz sigue siendo esa mujer que no cambia ante el poder, que no se doblega ante la comodidad, que sigue creyendo que se puede hacer política sin perder la humanidad. Y yo, que la he visto caminar desde sus primeros pasos en la vida pública, desde el PVEM mientras yo militaba en el PRI, no puedo sino rendirme ante su temple.
Beatriz Manrique Guevara es, y siempre será, una mujer hecha pa’ delante. Una amiga a la que admiro, una política a la que respeto y una persona a la que reconozco. En cada batalla que enfrenta, en cada proyecto que impulsa, está también el eco de Luis Alberto Camarena, el buen amigo, el compañero de vida, el arquitecto no solo de espacios, sino también de sueños. Juntos tejieron una historia que, aunque marcada por la ausencia, sigue siendo luminosa.
Y a los que nos ha tocado coincidir con ella en este andar, nos queda el privilegio de haber compartido tiempo con una mujer que no vino a pedir permiso, sino a dejar huella. Y vaya que la está dejando.
Entre partidos y principios
Beatriz y yo compartimos camiseta partidista en el breve tiempo que ella milito en el PRI, no tuve la fortuna de conocerla en esa época. Después ella se fue al verde y desde ahí construyó una historia no solo de ella, sino del propio Verde, no se puede hablar de uno sin la otra y viceversa; yo, comprometido con el PRI. Pero a pesar de eso, o quizá gracias a eso, nos respetamos con claridad. Nunca fue necesario disfrazar nuestras convicciones ni esquivar nuestras diferencias. Al contrario, encontramos en ellas una razón más para dialogar, para debatir con altura y, sobre todo, para entender que la buena política no es la que aísla, sino la que teje puentes.
En más de una ocasión, durante eventos o reuniones de trabajo, nuestras miradas se cruzaban con la complicidad de quienes saben que están en trincheras distintas, pero empujando por un mismo fin: que Guanajuato tuviera representantes con vocación. A veces coincidíamos en diagnósticos, otras veces en propuestas; y si no coincidíamos, por lo menos podíamos explicarnos desde el respeto. No se necesitaban acuerdos formales, bastaba con la palabra, y en eso Beatriz siempre fue intachable.
Vocación que no caduca
A lo largo de los años he visto pasar generaciones de políticos, algunos de paso fugaz, otros de presencia continua. Pero pocos como Beatriz. Ella no se desdibujó con el tiempo, al contrario, se fortaleció. Su vocación no se oxidó con los cargos ni con los desencantos. En cada encargo ha sabido aportar algo que deje huella, que sume al colectivo, que inspire.
La he visto mantenerse fiel a sí misma en medio de tormentas políticas. La he visto tomar decisiones difíciles sin sacrificar principios. La he visto ponerse al frente sin desplazar a nadie, simplemente con la fuerza que da la coherencia. En eso, Beatriz no tiene competencia. Su temple ha sido su escudo, y su honestidad, su bandera.
La Mujer que representa a muchas
Cuando pienso en Beatriz, pienso en muchas otras mujeres que no siempre han tenido las mismas oportunidades. Ella es, en muchos sentidos, una abanderada silenciosa de esas luchas. No es la que se cuelga medallas, sino la que abre caminos. Representa a las que hablan con firmeza pero sin estridencias. A las que trabajan el doble para obtener la mitad del reconocimiento, pero que no se detienen por eso.
En más de una ocasión he visto a jóvenes mujeres acercarse a ella con respeto, con admiración. Y ella, con la naturalidad que le caracteriza, les da tiempo, consejo, impulso. No presume mentorías, pero las ejerce. No reclama liderazgos, pero los construye.
Una relación de respeto a prueba del tiempo
Nuestra relación ha sido siempre de respeto mutuo. A veces cercana, a veces con la prudencia que exige la vida pública. Pero siempre honesta. Nos reconocemos en el otro. Nos escuchamos. Nos saludamos con afecto genuino y sin falsas cortesías. Esa clase de vínculo es cada vez más rara en la política, y por eso la valoro tanto.
He aprendido de Beatriz muchas cosas. En conversaciones largas sobre ella con Sergio Contreras y en otras con Gerardo Fernández, otras simplemente observando su actuar. Y si algo puedo decir, es que la política se dignifica cuando se ejerce como ella lo ha hecho: con pasión, con inteligencia, con entrega.
Cierro los ojos y la imagino
A veces cierro los ojos y la imagino en el Congreso, en alguna comunidad de Puebla, o en su casa, planeando el siguiente paso. La imagino firme, como siempre. Sonriendo con mesura, diciendo con claridad lo que otros apenas insinúan. Escuchando más de lo que habla. Caminando, con paso breve, pero seguro. Con el recuerdo de Camarena como brisa en el rostro y la responsabilidad de su lucha como estandarte en el alma.
Beatriz representa algo que muchos hemos perdido: la decisión de seguir siendo uno mismo en un entorno que a diario quiere moldearte. Ella no se dejó moldear. Se formó, sí, pero con su propio barro. Y por eso sigue siendo la misma mujer que conocí hace veinticinco años: libre, determinada, honesta, valiente.
La esperanza que encarna
Vivimos tiempos extraños. Tiempos de confusión, de simulación, de liderazgos vacíos. Por eso ver a Beatriz avanzar sin perderse, sin disfrazarse, sin doblegarse, es una señal de esperanza. Ella es la prueba de que todavía es posible servir sin corromperse, liderar sin imponerse, vivir sin traicionarse.
Desde mi trinchera, la veo con respeto y orgullo. Como amigo, como observador de la vida pública, como hombre que ha dedicado buena parte de su vida a creer que la política puede y debe ser un acto de dignidad.
Beatriz Manrique Guevara es eso: dignidad con rostro de mujer. Y si algo me queda claro, es que mientras haya personas como ella en la vida pública, este país aún tiene remedio.
(By operación W).

Ser disruptivo en la política: entre la esperanza y el riesgo




En los tiempos que corren, ser disruptivo se ha convertido en una etiqueta que muchos ambicionan y pocos comprenden. La política no es ajena a esta moda, aunque más que una moda, se ha vuelto una necesidad en ciertos contextos. Irrumpir con nuevas formas, desafiar el guion tradicional y patear el tablero del poder puede parecer refrescante, incluso urgente. Pero, como todo en la vida pública, no hay caminos sin costos ni apuestas sin consecuencias.
La política ha sido durante siglos un espacio de liturgias. Saludos que duran minutos, discursos predecibles, agendas de trámite, decisiones que se cocinan entre bambalinas, y un largo repertorio de gestos que definen a quien “sabe moverse”. En ese entorno, el disruptivo aparece como una figura casi profética: cuestiona lo establecido, desobedece las formas, habla directo y a veces sin filtros. Su fuerza no radica tanto en su preparación, sino en su capacidad de incomodar.
La seducción de lo diferente
En democracias cansadas de promesas rotas y de discursos reciclados, lo disruptivo es visto como una tabla de salvación. Una cara nueva, una voz que no teme romper esquemas, alguien que no carga con el peso de los pactos previos. Para muchos ciudadanos, es como si por fin alguien se animara a decir lo que todos piensan pero nadie se atreve a declarar en voz alta.
Hay una virtud innegable en esta actitud: el disruptivo tiene licencia social para ser incómodo. Puede hablar sin rodeos de los privilegios del poder, de las simulaciones del sistema, de la necesidad de cambiarlo todo, de raíz. Y por supuesto, eso conecta. Porque cuando la política se vuelve una escenografía vacía, aparece la necesidad de alguien que sacuda el escenario.
Además, lo disruptivo no siempre viene del margen. Hay políticos con trayectoria que un día deciden dejar de fingir y hablar con franqueza. Y hay ciudadanos que, sin padrinos ni redes, logran construir proyectos potentes desde la calle, desde el hartazgo, desde lo auténtico. En ambos casos, la disrupción despierta esperanza: si ellos pueden romper el molde, tal vez las cosas sí puedan cambiar.
El costo de patear el tablero
Pero ser disruptivo no es una garantía de éxito. A veces, quienes llegan con la promesa de cambiarlo todo, terminan atrapados en las mismas dinámicas que juraron erradicar. El poder, cuando se alcanza, exige más que audacia: pide responsabilidad, conocimientos, templanza. Y ahí es donde muchos disruptivos tropiezan.
Uno de los principales riesgos es el aislamiento. Cuando se rompen demasiados puentes, se pierde la capacidad de construir acuerdos. Y sin acuerdos, la política deja de ser política y se vuelve griterío. El disruptivo que no sabe negociar termina solo, víctima de su propio estilo. Porque no basta con denunciar: hay que proponer. No basta con confrontar: hay que sumar.
Otro riesgo es la improvisación. Hay quienes creen que ser disruptivo es sinónimo de actuar sin pensar, o de desdeñar la técnica y la ley. Y eso es un error grave. El fondo puede ser nuevo, pero la forma no puede ser irresponsable. Las instituciones existen por una razón, y desmantelarlas sin tener algo mejor preparado es jugar con fuego. La historia está llena de liderazgos que, en nombre de la renovación, causaron retrocesos.
Y finalmente, está el problema del ego. El disruptivo que se enamora de su personaje corre el riesgo de volverse un caudillo. Alguien que cree que su voz vale más que las demás, que confunde autenticidad con autoritarismo. Cuando eso ocurre, la disrupción deja de ser democrática y se convierte en imposición.
Cuando lo disruptivo se vuelve contraproducente
No todo lo que rompe moldes es bien recibido. La política, aunque necesita renovación, también es un espacio donde las formas tienen un peso simbólico. El disruptivo que no mide sus palabras, que descalifica sin argumentos, que burla los protocolos con arrogancia o desprecio, puede acabar generando el efecto contrario al deseado: el rechazo.
Uno de los riesgos más claros es el desgaste por saturación. Al principio, el discurso frontal y la irreverencia pueden cautivar. Pero con el tiempo, si no se acompaña de resultados tangibles o de un cambio real en la vida de las personas, el ciudadano comienza a percibirlo como pura pose. Y entonces, el encanto se desvanece.
El disruptivo también suele vivir en la cuerda floja de la contradicción. Si hoy critica lo que ayer defendía, o si llega al poder y se comporta igual o peor que aquellos a quienes combatía, la decepción es profunda. Porque al disruptivo se le cree diferente. Si termina siendo igual, el juicio ciudadano es más severo que con los políticos tradicionales.
Además, hay una delgada línea entre hablar claro y faltar al respeto. Cuando el tono se vuelve altanero, grosero o vulgar, muchos ciudadanos se alejan. La política no es un espectáculo de variedades, y el votante —aunque harto de la simulación— tampoco quiere ser gobernado por quien no muestra mínimo respeto por las instituciones, por el cargo que ostenta o por la pluralidad de ideas.
El estilo confrontativo también suele generar polarización. Y cuando la política se vuelve un pleito constante, el ambiente se enrarece, los consensos se vuelven imposibles y la sociedad termina dividida. El disruptivo que no sabe cuándo parar, que no distingue entre crítica legítima y ataque personal, erosiona el diálogo público.
Finalmente, está el juicio del tiempo. Lo disruptivo puede parecer emocionante hoy, pero si no construye futuro, si no deja resultados, si no mejora vidas, el veredicto popular será lapidario. La memoria social es corta, pero la decepción profunda permanece. Y cuando un disruptivo fracasa, se lleva consigo no solo su propia credibilidad, sino también la confianza en el cambio.
El delicado equilibrio
Entonces, ¿ser disruptivo en la política es bueno o malo? Como casi todo en la vida pública, depende del cómo, del cuándo y del para qué. Si la disrupción viene acompañada de propuestas serias, de diálogo sincero y de respeto por las reglas del juego, puede ser una bocanada de aire fresco. Pero si solo es espectáculo, ruido o capricho, entonces se convierte en un riesgo más que en una solución.
La política necesita ser sacudida, sí. Pero también necesita ser reconstruida. Y eso no se logra solo con frases ingeniosas o con discursos que rompen moldes. Se logra con visión, con entrega y con un compromiso profundo con el bien común. Un disruptivo verdadero no es quien destruye todo, sino quien transforma lo que ya existe para ponerlo al servicio de más personas.
Ser disruptivo sin destruir
Hay formas inteligentes de ser disruptivo. Se puede romper con el clientelismo sin romper con la justicia social. Se puede desafiar a los partidos sin dinamitar la democracia. Se puede hablar con franqueza sin faltar al respeto. Ser disruptivo no debe ser una licencia para el caos, sino una oportunidad para la renovación.
Los mejores ejemplos de disrupción política son los que no se agotan en el gesto. Son los que dejan huella en las políticas públicas, en la participación ciudadana, en la ética del servicio. Son los que logran contagiar a otros, formar equipos, abrir camino a nuevas generaciones. Porque de nada sirve un disruptivo que quiere ser el único protagonista. El cambio real necesita muchas manos.
Más que gritar, hay que transformar
La política necesita voces distintas, ideas nuevas y valentía para incomodar. Pero también necesita humildad, paciencia y una gran dosis de responsabilidad. El disruptivo que lo entiende puede ser un verdadero agente de cambio. El que no, corre el riesgo de ser solo una chispa fugaz en medio de la oscuridad.
Ser disruptivo no es una meta en sí misma. Es un medio. Y como todo medio, debe estar al servicio de algo más grande: una política más humana, más cercana, más justa. Esa es la verdadera revolución que vale la pena intentar.
(By Operación W).

PARA LA LIBERTAD
De: MIGUEL HERNÁNDEZ
“PARA LA LIBERTAD” Para la libertad, sangro, lucho, pervivo Para la libertad, mis ojos y mis manos Como un árbol carnal, generoso y cautivo Doy a los cirujanos Para la libertad siento más corazones Que arenas en mi pecho, dan espumas mis venas Y entro en los hospitales, y entro en los algodones Como en las azucenas Porque donde unas cuencas vacías amanezcan Ella pondrá dos piedras de futura mirada Y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan En la carne talada Retoñarán aladas de savia sin otoño Reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida Porque soy como el árbol talado que retoño Aún tengo la vida Para la libertad, sangro, lucho, pervivo Para la libertad, mis ojos y mis manos Como un árbol carnal, generoso y cautivo Doy a los cirujanos Porque donde unas cuencas vacías amanezcan Ella pondrá dos piedras de futura mirada Y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan En la carne talada Retoñarán aladas de savia sin otoño Reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida Porque soy como el árbol talado que retoño Aún tengo la vida, aún tengo la vida



Si quieres escucharlo en la voz de Joan Manuel Serrat
Sobre el autor:
Miguel Hernández: El pastor de palabras que enfrentó al mundo con poesía.
Miguel Hernández no fue un poeta común. Nació en Orihuela, España, en 1910, en el seno de una familia humilde, y desde pequeño dividió su tiempo entre pastorear cabras y leer con avidez. No tuvo una formación académica formal, pero eso no le impidió convertirse en una de las voces más potentes y conmovedoras de la poesía en lengua española.
Su poesía comenzó con una fuerte influencia del entorno rural que lo rodeaba, llena de metáforas sobre la naturaleza, la vida y la muerte. Pero con el tiempo, su obra evolucionó y se impregnó de una conciencia social y política que lo llevó a tomar partido durante la Guerra Civil Española, al lado de la República.
Durante la guerra y en los años de represión que siguieron, Miguel Hernández fue encarcelado. En prisión, su salud se deterioró gravemente, pero su espíritu nunca se doblegó. Escribió algunos de sus poemas más profundos y desgarradores tras las rejas, como 'Nanas de la cebolla', dedicado a su hijo, cuando supo que su esposa solo tenía pan y cebolla para alimentarlo.
Murió en 1942, a los 31 años, en una cárcel de Alicante, víctima de la tuberculosis y del abandono. Pero su obra trascendió la muerte. Su voz, fuerte, sensible, combativa y tierna, sigue viva en cada verso, en cada canto que nos recuerda que el amor, la dignidad y la poesía también son formas de resistencia.
Miguel Hernández fue un poeta del pueblo, de la calle, del campo y del alma. Un hombre que convirtió su dolor en belleza, su lucha en palabra, y su vida en símbolo.
(ByNotas de Libertad).

RINCONES Y SABORES: EL MAPA INVISIBLE DE LO QUE SOMOS
Hay caminos que no están en los mapas, pero sí en la piel. Lugares que no se visitan con los pies, sino con la memoria. Esta semana no nos llevó lejos… nos trajo de vuelta. A lo esencial. A lo profundo. A lo que a veces olvidamos por andar corriendo.
Rincones y Sabores no fue una guía turística esta vez. Fue una brújula emocional. Un paseo por geografías que no solo se miran, se sienten. Nos movimos entre montañas, cráteres, panes, cerros y cantinas que no venden olvido, sino encuentros. Y en cada sitio, una chispa de lo que nos hace únicos como tierra, como historia, como gente.
En Acámbaro, descubrimos que el pan no solo se come: se honra. Que la harina y la levadura también saben contar cuentos. En Jerécuaro, el Cerro Azul nos recordó que a veces hay que subir para ver con claridad lo que llevamos dentro. Allá donde el cielo se toca con los dedos, uno entiende que hay silencios que curan más que mil palabras.
El Culiacán, ese coloso guanajuatense que todo lo mira desde lo alto, nos enseñó a detenernos. A dejar de correr. A contemplar. A agradecer. Porque no se trata de llegar rápido, sino de llegar consciente. Y luego, La Alberca en Valle de Santiago, donde el cráter seco aún guarda agua en forma de recuerdo. Porque hay lugares que, aunque cambien por fuera, siguen intactos por dentro.
En Silao, el Cerro El Grande se alzó no como reto, sino como espejo. Cada piedra, cada sombra, parecía decirnos: “aquí también perteneces”. En Purísima, la Piedra China nos mostró que hay guardianes que no necesitan armas, solo paciencia. Que hay rocas que no se mueven, pero sostienen.
Y al final, en León, dimos un salto distinto. No fue un paisaje, fue un sabor. Cava Cervecera Tap Room nos invitó a saborear el mundo desde un vaso. A entender que la cerveza también puede ser viaje, cultura, encuentro. Que entre una lager, una stout o una IPA, también se cuentan historias. Y si hay buena comida de por medio, mejor.
Esta semana entendimos algo: el alma tiene sed de belleza, de pertenencia, de verdad. Y la encuentra en los lugares menos sospechados. En una piedra. En una barra. En una iglesia abandonada o en un platillo sencillo. La encuentra cuando dejamos de mirar con los ojos y comenzamos a mirar con el corazón.
Así que esta ruta no termina. Se abre. Se ensancha. Porque aún quedan sabores por descubrir, calles por caminar, historias por contar. Rincones y Sabores no es una sección. Es una promesa. De volver a lo auténtico. De volver a ti.
Nos vemos en el próximo destino. Ahí donde la vida sigue diciendo “bienvenido” con un gesto sencillo y un abrazo sin prisa.
(By Notas de Libertad).
Piedra China: El guardián pétreo de Purísima del Rincón



Enclavada en el corazón del Área Natural Protegida del Cerro del Palenque, la Piedra China se erige como un monumento natural que ha desafiado el paso del tiempo. Esta imponente formación rocosa no solo es un hito geográfico, sino también un símbolo de la riqueza natural y cultural de Purísima del Rincón, Guanajuato.
Un viaje a través del tiempo y la naturaleza
El ascenso hacia la Piedra China es una travesía que invita a los visitantes a sumergirse en un entorno donde la naturaleza se muestra en su máxima expresión. Los senderos que conducen a este coloso de piedra serpentean a través de paisajes que varían desde matorrales áridos hasta densos bosques de encinos y pinos, reflejando la diversidad ecológica de la región.
A medida que se avanza, es común encontrarse con una variedad de flora y fauna endémica. Las aves cantoras acompañan el recorrido, mientras que pequeños mamíferos y reptiles se asoman entre la vegetación, recordándonos la vitalidad de este ecosistema.
La cúspide: Un balcón hacia la inmensidad
Al alcanzar la base de la Piedra China, la magnitud de esta formación se hace evidente. Para aquellos con espíritu aventurero, la escalada hasta su cima ofrece una experiencia inolvidable. Desde lo alto, la vista panorámica abarca valles, montañas y comunidades cercanas, ofreciendo una perspectiva única de la geografía guanajuatense. Es un lugar donde el tiempo parece detenerse, permitiendo una conexión profunda con el entorno y con uno mismo.
Preparativos para la expedición
Para garantizar una experiencia segura y placentera, se recomienda:
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Equipamiento adecuado: Utilizar calzado de senderismo con buen agarre, ropa cómoda y adecuada para cambios climáticos, y protección solar.
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Provisiones: Llevar suficiente agua para mantenerse hidratado y alimentos ligeros que aporten energía durante el recorrido.
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Guía local: Si es la primera vez que se visita, considerar la compañía de un guía conocedor de la zona para enriquecer la experiencia y garantizar la seguridad.
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Respeto por el entorno: Seguir las normas de conservación, evitando dejar residuos y respetando la flora y fauna local.
Accesibilidad y recomendaciones
La Piedra China se localiza a pocos kilómetros del centro de Purísima del Rincón. El acceso principal se realiza a través de caminos rurales que conducen al Cerro del Palenque. Es aconsejable iniciar la caminata temprano en la mañana para aprovechar las condiciones climáticas favorables y disponer de suficiente tiempo para el ascenso y descenso.
Dada la naturaleza del terreno y la duración del recorrido, es importante evaluar el estado físico personal antes de emprender la travesía. Además, se sugiere informar a alguien sobre los planes de la excursión y, de ser posible, realizar la actividad en grupo.
Una Reflexión
Explorar la Piedra China es más que una actividad de senderismo; es una oportunidad para reconectar con la naturaleza, desafiar los propios límites y descubrir la belleza oculta de Purísima del Rincón. Cada paso hacia su cima es un recordatorio de la grandeza del mundo natural y de nuestro papel en su preservación.
(By Notas de Libertad).

Domingo 6 al 12 de abril
Santoral del día
• San Ezequiel, profeta
Figura clave del Antiguo Testamento. Sus visiones apocalípticas y mensajes de esperanza y restauración marcaron profundamente la teología hebrea. Es patrono de los exiliados y símbolo de fe en tiempos de destrucción.
• San Miguel de los Santos (†1625)
Religioso trinitario español. Desde muy joven mostró una vida intensa de oración, penitencia y misticismo. Fue canonizado por sus virtudes heroicas y por su profunda entrega a Dios desde el claustro.
• Beato Antonio Neyrot (†1460)
Dominico italiano capturado por piratas en África. Inicialmente renegó de la fe para salvarse, pero tiempo después se arrepintió, proclamó su cristianismo públicamente y fue martirizado en Túnez. Ejemplo de conversión y valentía.
Efemérides de Hoy
1919 – Asesinato de Emiliano Zapata en Chinameca, Morelos
Ese día, el general revolucionario Emiliano Zapata fue emboscado y asesinado bajo engaño en la Hacienda de Chinameca. Había acudido a una supuesta reunión con el coronel Jesús Guajardo, quien fingió sumarse a su causa. Al cruzar la puerta del cuartel, una descarga de fusiles terminó con su vida.
Zapata es uno de los símbolos más poderosos de la lucha agraria y de justicia social en México. Su muerte marcó el inicio del fin del zapatismo como fuerza militar, pero no como bandera ideológica.
1970 – Paul McCartney anuncia oficialmente su salida de The Beatles
El comunicado de McCartney a la prensa marcó el punto final del grupo más influyente de la historia del rock. Aunque los desacuerdos ya existían desde años atrás, el 10 de abril de 1970 se hizo oficial: los Beatles se disolvían. El impacto fue cultural, musical y emocional para millones de personas en el mundo.
1866 – El Congreso de Estados Unidos aprueba la Ley de Derechos Civiles
Aunque fue vetada por el presidente Andrew Johnson, el Congreso logró superar el veto. Esta ley fue la primera legislación federal que definió la ciudadanía estadounidense y garantizó derechos iguales ante la ley para todas las personas nacidas en EE.UU., sin importar raza, color o condición anterior de esclavitud.
Día Internacional
Día Internacional de la Homeopatía
Se conmemora el nacimiento de Samuel Hahnemann (1755), médico alemán y creador de la homeopatía. Aunque es un sistema médico ampliamente discutido y con controversia científica, este día es promovido por asociaciones homeopáticas para difundir su práctica.
Reflexión del día
Algunos mueren luchando por la tierra, otros callan un himno de despedida, y algunos más se levantan tras renunciar. Cada uno, a su modo, deja marcas imborrables. Hay muertes que siembran y silencios que hablan.
Pregunta al lector
¿Qué legado estás construyendo con tu voz, tus actos o tus silencios?





Música para recordar el ayer
Roberto Carlos: El eterno romántico de América



Hablar de Roberto Carlos es tocar las fibras más profundas del corazón latinoamericano. Su voz suave, su mirada melancólica y ese estilo tan suyo para decir las cosas del alma lo han convertido en uno de los artistas más queridos y escuchados de todos los tiempos. Nació en Brasil, pero su música no conoce fronteras. Su acento, tan dulce como su guitarra, fue conquistando los idiomas con algo más poderoso que las palabras: la emoción.
Roberto Carlos Braga nació el 19 de abril de 1941 en Cachoeiro de Itapemirim, un pequeño municipio del estado de Espírito Santo, Brasil. Desde muy niño mostró inclinación por la música, pero también enfrentó adversidades: a los seis años, sufrió un accidente que le costó la pierna derecha, lo que marcó profundamente su carácter y sensibilidad. Su pasión por la música lo llevó a estudiar piano y canto, y más adelante, a iniciar una carrera que no tardó en brillar.
En los años 60 fue uno de los líderes del movimiento Jovem Guarda, un fenómeno musical juvenil brasileño que mezclaba rock, pop y baladas románticas. Pero pronto, Roberto Carlos encontró su verdadero camino en la balada romántica, donde su sensibilidad floreció plenamente. En español, portugués e incluso en italiano, sus canciones han emocionado a millones.
¿Quién no ha sentido un nudo en la garganta al escuchar “Detalles”, “Amigo”, ¿“Cóncavo y convexo”, ¿Emociones, Que será de ti?, ¿o “El gato que está triste y azul”? Son himnos de generaciones. En cada verso hay una historia, un pedazo de vida, un eco de lo que fuimos o quisimos ser. En sus canciones no hay rencor, hay comprensión. No hay gritos, hay susurros. No hay prisas, hay eternidad.
Con más de 140 millones de discos vendidos, múltiples premios Grammy y presentaciones en los escenarios más importantes del mundo, Roberto Carlos no solo es el artista más exitoso en la historia de Brasil, sino un símbolo de la música romántica en toda Iberoamérica. Ha interpretado duetos con artistas como Alejandro Sanz, Rocío Dúrcal, Jennifer López y Marco Antonio Solís, manteniéndose vigente sin sacrificar la esencia de su arte.
Lo más admirable de Roberto Carlos no es solo su talento musical —que es inmenso— sino la coherencia con la que ha conducido su carrera. Siempre fiel a su estilo, sin ceder a modas, sin dejar de ser él. Elegante, discreto, espiritual. Ha vivido pérdidas, ha superado el dolor, ha encontrado refugio en la fe y ha compartido todo eso con su público de forma sincera y conmovedora.
Hoy, con más de 80 años, sigue llenando escenarios y corazones. No necesita más que su voz, su presencia y una canción para recordarnos que lo bello, lo profundo, lo verdadero… nunca pasa de moda.
Roberto Carlos no canta para el aplauso, canta para el alma. Y por eso, mientras exista alguien con el corazón abierto al amor, habrá una canción suya tocando al fondo de una habitación, en la radio de un auto o en la memoria de quienes aprendimos a querer escuchándolo.
Al Ritmo del Corazón, hoy se pone de pie para aplaudir a un artista que no necesita presentaciones, porque su música ya vive en nosotros. Roberto Carlos, el que le canta al amor sin tiempo, el que nunca se fue, porque siempre estuvo cerca. Con él, el romanticismo no se apaga, solo se vuelve eterno.
(By Notas de Libertad).
Amigo
Detalles
Chegaste
Barry White: El susurro más profundo del corazón




El amor verdadero no se apura, no grita, no presume. Camina lento, se acomoda en el pecho, toma su lugar en la memoria. Así era la música de Barry White: un amor sin prisas, profundo como su voz, honesto como sus canciones.
Nació en Galveston, Texas, en 1944, pero su verdadera patria fue el alma de quien lo escuchó. Su infancia no fue fácil, pero entre dificultades encontró una certeza: tenía algo que decir, y una voz distinta para decirlo.
No hubo artificios en su estilo, ni poses innecesarias. Barry White no necesitaba impresionar: le bastaba con abrir la boca para que el mundo entero lo escuchara. Tenía la rara habilidad de hablar del amor sin cansar, sin empalagar, sin fingir.
Su música fue, desde el inicio, un puente directo entre el alma y el cuerpo. El bajo marcaba el ritmo del deseo. Las cuerdas lo llenaban de emoción. Y en el centro, esa voz suya: oscura, envolvente, clara como una intención honesta. No cantaba al amor perfecto, sino al amor posible.
Barry entendía algo que pocos comprenden: que amar no es decirlo fuerte, sino decirlo bien.
Sus canciones no son recuerdos del pasado. Son compañías del presente. Siguen vivas en las historias de quienes se atrevieron a amar de verdad. Cada nota es una confidencia. Cada letra, una confesión que aún palpita.
No importa si fue en una boda, en un reencuentro, en una despedida o en una noche cualquiera: si Barry White sonó, algo importante estaba sucediendo.
Murió el 4 de julio de 2003, pero nadie lo sintió lejano. Porque sus canciones no se fueron con él. Se quedaron aquí, donde siempre estuvieron: en el rincón más tierno del corazón humano.
Barry White no fue un ídolo. Fue un eco. Fue esa voz que muchos hubiéramos querido tener cuando el amor nos rebasó, cuando el silencio nos ganó, cuando una mirada merecía fondo musical. Él puso voz donde otros solo sentían.
Por eso no sorprende que su música no envejezca. Porque está construida con elementos que no caducan: emoción, honestidad, deseo, entrega. Escuchar a Barry es, incluso hoy, una forma de volver a creer.
Y tal vez ese fue su verdadero milagro: hacer que el amor se escuche, se respire y se recuerde.
Barry White fue y será el susurro más profundo del corazón.
Que nunca falte una canción de Barry White cuando haga falta decirlo sin palabras. Porque el amor, cuando es sincero, no necesita gritar. Solo necesita una voz que lo diga con el alma… y esa voz, ya la tuvimos.
(By Notas de Libertad).
Love’s Theme
Just the Way You Are
You ‘re my First my Last my Everything

El Príncipe
Autor: Nicolás Maquiavelo
Reseña: El Príncipe: el espejo brutal del poder



Hay libros que se escriben para enseñar, otros para deleitar, algunos para reflexionar… y unos pocos, poquísimos, para despertar. “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo pertenece a esta última casta. No es una obra que simplemente se lea, se subraye y se olvide: es un libro que sacude, que arranca el velo de la ingenuidad, que nos pone frente al espejo crudo de la naturaleza humana, y que tiene el descaro de revelar lo que muchos sospechan pero pocos se atreven a admitir: que el poder, para sobrevivir, debe tener más de fiera que de cordero.
El nacimiento de una provocación
Maquiavelo escribió “El Príncipe” en 1513, después de haber sido defenestrado políticamente, encarcelado y torturado. Ya no era el diplomático de prestigio ni el secretario respetado: era un hombre expulsado del juego del poder, pero con el alma aún prendida del fuego que solo los observadores atentos conservan. No escribió para quedar bien con nadie. Escribió, como quien afila una daga, una guía sin florituras para quien desee reinar y conservar el trono. No prometió moralidad ni justicia: ofreció eficacia.
Y lo que entregó fue un texto feroz, lúcido, tremendamente humano. Una obra incómoda para los idealistas, pero irresistible para quienes saben que el mundo no se mueve con rezos sino con decisiones, con audacia y, a veces, con sangre.
La política sin maquillaje
Maquiavelo habla con la frialdad quirúrgica de quien ha visto el poder desde dentro. El lector siente que entra en la sala de disección de la política, donde no hay compasión ni poesía, solo músculo, estrategia y riesgo. La virtud, para él, no es un valor moral sino una mezcla de inteligencia, audacia y capacidad de adaptación. El príncipe virtuoso no es el más justo, sino el más hábil, el que sabe cuándo mentir, cuándo castigar, cuándo prometer y cuándo traicionar.
Para Maquiavelo, el fin sí justifica los medios, pero no como un eslogan para tiranos: lo dice con la desesperación del realista que ve a su país desgarrado por guerras, invasiones y traiciones. El príncipe, nos dice, debe hacer lo necesario, incluso lo cruel, para salvar al Estado. Porque un Estado débil es un infierno para su pueblo, y un gobernante ingenuo es la puerta abierta al caos.
El león y el zorro
Uno de los grandes aciertos del libro es su comprensión del alma humana. Maquiavelo no se engaña: sabe que la mayoría de las personas no son ni completamente buenas ni completamente malas, sino oportunistas, temerosas, variables. Por eso, el príncipe no puede ser solo noble o solo feroz: debe ser león para infundir temor, pero también zorro para reconocer las trampas. Esa doble naturaleza —la fuerza y la astucia— es la esencia del liderazgo eficaz.
Este consejo, dicho así, parece simple, pero encierra una sabiduría amarga: en política, no siempre gana el más valiente ni el más puro, sino el que sabe leer el viento y cambiar de máscara sin perder el rostro.
Un tratado sin moral, pero con ética
Muchos han acusado a Maquiavelo de cínico, de amoral, incluso de diabólico. Pero eso es no entender el núcleo de su propuesta. El autor no promueve la maldad gratuita, ni celebra al tirano por capricho. Maquiavelo no quiere dictadores: quiere gobernantes eficaces, que sepan mantener el orden, defender la soberanía y garantizar estabilidad. Su ética no es la del sermón, sino la del cirujano: si hay que cortar para salvar la vida, se corta. Y si hay que engañar para evitar una guerra, se miente.
“El Príncipe” es, en ese sentido, una obra profundamente ética, pero de una ética trágica, dura, que exige del gobernante un temple casi inhumano. No busca héroes, busca sobrevivientes lúcidos que sepan que en la guerra y en la política no hay lugar para los débiles de corazón.
Leer “El Príncipe” es como abrir un baúl antiguo lleno de secretos, advertencias y espinas. No es un libro cómodo, pero es indispensable. Porque una vez que se entiende, el mundo cambia. La mirada se afila. Se empieza a entender por qué algunos líderes triunfan donde otros fracasan, por qué las revoluciones devoran a sus hijos, por qué el poder corrompe y, a la vez, estructura la vida de las naciones.
El eco del Príncipe en nuestros días
Maquiavelo no nos pide que lo admiremos. Ni siquiera que lo sigamos. Solo nos exige que veamos. Que dejemos de soñar con utopías sin sustento y miremos de frente la jungla en la que vivimos. Su obra no es una receta de maldad, sino una vacuna contra la ingenuidad.
Cinco siglos después, *El Príncipe* sigue hablando. Y lo hace con una voz que no envejece, porque lo que retrata no es una época sino una condición humana. Hoy, cuando vemos a políticos que prometen mundos de fantasía, cuando la manipulación mediática sustituye al liderazgo, cuando la mentira se disfraza de virtud… *El Príncipe* nos recuerda que el poder tiene leyes propias, tan frías como inevitables.
Y no, no se trata de imitar a los déspotas, sino de comprender que el liderazgo exige sacrificios, decisiones impopulares, una dosis de temor y otra de amor. Que no basta con querer gobernar: hay que saber hacerlo. Y eso, aunque nos incomode, es el mensaje central de este libro.
Una lectura que duele… pero enseña
“El Príncipe” no es para todos. Es para los que se atreven a mirar el lado oscuro de la luna. Para los que quieren comprender el poder, no para disfrazarlo. Para los que entienden que la política no es una extensión de la moral, sino un campo de batalla donde la moral debe dialogar con la estrategia o morir asfixiada por los hechos.
Y si algo nos deja esta obra —además de frases lapidarias y enseñanzas eternas— es una certeza: que en el juego del poder, el conocimiento vale más que la pureza. Que la historia no la escriben los justos, sino los decididos. Y que, aunque duela, no se puede gobernar un mundo de lobos con el alma de una paloma.
Ese es, en su esencia, el regalo incómodo y deslumbrante de Nicolás Maquiavelo. Un libro que no acaricia, pero despierta. Un clásico que sigue ardiendo. Un espejo de fuego para quienes se atreven a sostenerle la mirada.
Sobre el autor: Nicolás Maquiavelo: el hombre que desnudó al poder
No fue profeta, ni mártir, ni santo. Nicolás Maquiavelo fue algo mucho más temido: un hombre que se atrevió a decir la verdad. Nacido en Florencia el 3 de mayo de 1469, en una Italia dividida, ambiciosa y sangrienta, creció entre intrigas, batallas y traiciones. Desde joven comprendió que la política no era un templo para los virtuosos, sino un campo de guerra para los astutos. Y en vez de huir o condenarla, la estudió, la diseccionó, y la escribió como nadie antes lo había hecho.
Entre 1498 y 1512, fue nombrado secretario de la Segunda Cancillería de la República Florentina, donde sirvió como diplomático y emisario. Su labor lo llevó a negociar con potencias como Francia, el Vaticano y el Sacro Imperio Romano Germánico. Conoció de cerca a César Borgia, cuya figura inspiró buena parte de “El Príncipe”. También vivió en carne propia los vaivenes del poder: tras la restauración de los Médici, fue destituido, encarcelado y torturado, acusado de conspiración.
Lejos de rendirse, escribió su obra más famosa en 1513: “El Príncipe”, que dedicó a Lorenzo de Médici con la esperanza de volver a la vida pública. El libro no fue publicado en vida de Maquiavelo, pero su circulación clandestina lo convirtió en una lectura imprescindible para los poderosos. Ahí no ofrecía consejos morales, sino advertencias prácticas. Era, más que un libro, un espejo.
A lo largo de su vida también escribió obras teatrales, como “La Mandrágora” , y tratados como “Discursos sobre la primera década de Tito Livio” , donde defendía la república por encima del gobierno de un solo hombre. Contrario a lo que muchos creen, Maquiavelo no fue un defensor del autoritarismo, sino del orden.
Murió el 21 de junio de 1527, sin honores, sin riquezas, pero con la convicción de haber dicho lo que nadie quería escuchar. Su nombre, con los siglos, se volvió sinónimo de astucia, estrategia y realismo político. Y aunque muchos lo han malinterpretado, pocos han podido ignorarlo. Porque mientras exista el poder, existirá Maquiavelo.
(By Notas de Libertad).





Bravo por siempre: la historia de un vallartense ejemplar
NACIDO DEL CORAZÓN DE UN PUEBLO
En el viejo barrio de El Pitillal, donde la vida se cuenta entre saludos a media calle y recuerdos enmarcados por la brisa del mar, nació Francisco Javier Bravo Carbajal. Era el 18 de febrero de 1967, un día cualquiera para el mundo, pero inolvidable para el corazón de una familia que pronto se vería envuelta en un destino de entrega, esfuerzo y servicio. Hijo del maestro Pedro Bravo Ruiz y de Doña Eduviges Carbajal Arreola, Javier llegó al mundo como primogénito de cinco hermanos: Pedro, Aleyda, Iván y Christian. El primero en ver la vida, el primero en abrazar responsabilidades que no le tocaron por edad, pero sí por vocación.
Su padre fue un referente en El Pitillal, no solo por su noble oficio de maestro, sino porque supo ganarse a pulso el cariño de generaciones enteras que lo buscaron para resolver problemas, pedir orientación o simplemente estrecharle la mano con respeto. Fue delegado varias veces del barrio, y más que autoridad, era considerado un verdadero amigo del pueblo. De él, Javier heredó la templanza, la sabiduría silenciosa que se aprende más en el ejemplo que en los discursos, y el profundo amor por la tierra que lo vio nacer.
La historia familiar dio un giro profundo cuando la muerte temprana del maestro Bravo dejó a Doña Vicky viuda y con cinco hijos pequeños. Fue entonces que emergió, con una fuerza serena, el temple de una madre excepcional y el compromiso casi adulto de un muchacho que apenas asomaba a la juventud. Javier se convirtió en brazo derecho, en el hermano mayor que deja el juego para preparar la comida, en el hijo que acompaña a su madre en cada gestión, en cada decisión.
Cuenta la historia, contada por quienes la vivieron, que Javier estuvo a un paso de convertirse en migrante. Quiso irse al norte, como tantos, para buscar el sustento que hacía falta. Pero la mano del destino —o quizá la intervención oportuna de un amigo de su padre— lo convenció de quedarse, de seguir el sueño que su padre le había confiado en vida: convertirse en profesionista, servir a su pueblo desde el conocimiento, no desde el exilio. Y se quedó. Y luchó. Y estudió.
Estudio Derecho en la Universidad de Guadalajara, carrera que abrazó no por ambición, sino por una necesidad interna de justicia, de equilibrio, de devolver a la vida lo que le había sido arrebatado tan pronto. Desde ahí comenzó a construir un camino que, sin él saberlo, lo llevaría a ocupar trincheras clave en el servicio público.
Pero no se adelantó. Fue paso a paso. Durante años, enseñó Ciencias Sociales en la Secundaria Técnica Número 3 de su barrio. Era, y es, un maestro que deja huella, de esos que no se conforman con dar clase, sino que las convierten en una experiencia. Muchos de sus alumnos lo recuerdan como el primer adulto que les habló de valores con honestidad, que no solo enseñaba civismo, sino que lo practicaba.
La docencia fue su primer servicio, pero no el único. Consciente de las carencias que enfrentaban muchas familias, fundó la asociación civil “Gente por la Educación”, enfocada en dotar de herramientas a niñas, niños y jóvenes que, como él en su momento, soñaban con un futuro, pero carecían de medios. Nunca dejó de estar cerca de la gente.
Una parte fundamental de su identidad es el deporte. Desde joven fue atleta, representó a Jalisco en los Juegos Nacionales y fue campeón juvenil en 1981. Su disciplina lo llevó a ser llamado a la selección nacional juvenil, participando en torneos internacionales como el Santiago Nakasawa. Para Javier, el deporte nunca fue solo competencia, sino una escuela de vida.
Fundó el Club Deportivo Bravo, que no es solo un semillero de talentos —de donde han salido jóvenes que hoy integran selecciones nacionales de fútbol o forman parte de clubes de primera división—, sino también un refugio, una escuela informal donde se siembran valores a través del fútbol. En ese espacio, las niñas y niños de Vallarta han encontrado mucho más que un balón: han encontrado sueños, pertenencia y dirección.
Quienes lo conocen de cerca saben que Javier no ha hecho nada buscando el reflector. Cada paso en su vida ha estado impulsado por un amor profundo por su gente. Y cuando el destino lo llevó a ocupar cargos públicos, no cambió su esencia, solo amplió su capacidad de servir.
Hasta aquí, la infancia, la juventud y las primeras batallas de un hombre que supo ser raíz y ala al mismo tiempo. Un hijo del Pitillal que no solo creció con su barrio, sino que lo hizo crecer con él. Y lo que vendría después sería tan intenso, tan humano y tan inspirador, que merece contarse con el mismo asombro con el que se mira una historia verdadera.
UN SERVICIO COMO DESTINO
El paso de Javier por la docencia y el deporte sembró una conexión profunda con la gente de Puerto Vallarta. Cada alumno, cada familia agradecida por su labor social, fue sumando confianza a un nombre que resonaba ya con respeto entre los vallartenses. Así, sin buscarlo con ambición, pero con la legitimidad que otorga el cariño popular, llegó la política.
Su primera incursión fue como Diputado Local en la LV Legislatura de Jalisco, donde destacó por su cercanía con la gente y su capacidad para escuchar. No era de los que tomaban el micrófono para protagonizar, sino de los que trabajaban con eficacia silenciosa, buscando resolver, dialogar, construir. Esa actitud —tan rara como valiosa en la política— le granjeó respeto, incluso entre quienes no compartían su visión ideológica.
El siguiente gran paso fue su llegada al Congreso de la Unión, en la LIX Legislatura federal. Ahí fue donde coincidimos por primera vez. Nos presentó un excolaborador mío que, por esas vueltas que da la vida, entonces trabajaba con él. Desde el primer encuentro hubo afinidad. No sólo compartíamos visión política, sino una forma de estar en el mundo: con sencillez, con compromiso, con respeto. Ahí comenzó una amistad sólida, que con los años se volvió fraterna.
En el Congreso, Javier era de esos legisladores que sabían que cada iniciativa debía tener rostro humano. No se perdía en tecnicismos ni en el juego de poder. Buscaba impacto real, beneficios tangibles, especialmente para su gente de Vallarta. Fue representante de México en el Parlamento Latinoamericano, donde llevó la voz de los municipios costeros, de los pescadores, de los jóvenes que sueñan desde el mar. Una voz distinta, valiente, nacida de la experiencia de quien sí ha caminado los barrios, sí ha saludado casa por casa.
Pero fue en su etapa como Presidente Municipal de Puerto Vallarta (2007-2009) cuando su liderazgo brilló con mayor fuerza. Le tocó gobernar en tiempos complejos, con recursos limitados y exigencias crecientes. Y, aun así, dejó una huella indeleble.
Uno de los mayores orgullos de su administración fue el impulso decidido al deporte. No por casualidad, sino porque él conocía de primera mano su poder transformador. Durante su gestión se construyeron la Unidad Deportiva “La Lija” y el Polideportivo, se rehabilitaron espacios como la Unidad Alfonso Díaz Santos, y se construyó la alberca olímpica, que luego sería sede de la Olimpiada Nacional en Natación. Se promovieron deportes que rara vez reciben atención como la esgrima, el tenis de mesa o el ajedrez, abriendo horizontes nuevos para la juventud vallartense.
Implementó un sistema de becas para atletas y entrenadores. Su idea era simple y poderosa: apoyar a quienes ya están comprometidos con su disciplina, para que no abandonen el sueño por falta de medios. En paralelo, promovió el turismo deportivo con eventos de carácter internacional, como el premundial de fútbol de playa de la FIFA, lo cual no solo benefició la imagen de Vallarta, sino también su economía.
Otro de sus grandes logros fue posicionar a Puerto Vallarta como subsede de los Juegos Panamericanos Guadalajara 2011, firmando con el comité organizador para que en esta ciudad se desarrollaran competencias de triatlón, natación en aguas abiertas, vela y voleibol de playa. Para muchos fue un logro político; para él, fue un triunfo colectivo, una celebración del talento vallartense.
Pero no todo fue infraestructura. Javier sabía que la mejor obra es la que no se ve: la confianza ciudadana, la participación comunitaria, la esperanza. En los recorridos que hacía —y que aún hoy continúa— no necesitaba escoltas. Caminaba con libertad, con afecto. Era común verlo en los tianguis, saludando a los comerciantes por su nombre, abrazando a las señoras que le decían: “Gracias, Javier, por no olvidarte de nosotros”.
Los testimonios son incontables. Hay quienes lo recuerdan por haberles ayudado a tramitar una beca, otros por haberle conseguido una operación urgente a un familiar, otros porque simplemente los escuchó. Esa es la marca de un servidor público auténtico: no el que promete desde el templete, sino el que actúa incluso cuando nadie lo ve.
Fuera de los cargos públicos, siguió siendo el mismo Javier. Inicio su labor en el Club Deportivo Bravo, que año tras año fue creciendo en prestigio y resultados. Hoy, ese club ha visto pasar a jóvenes que han llegado a ligas profesionales, y sobre todo, ha salvado a muchos de caer en caminos difíciles. Hay historias conmovedoras, como la de una niña que, gracias al club, fue convocada a la Selección Nacional Sub 15. O la de tres chicas más que hoy entrenan con equipos de Primera División.
Y mientras tanto, Javier nunca se desconectó de su familia. Nunca se volvió uno de esos políticos distantes. Al contrario, cada año nuevo con mi Familia nos encontramos con los Bravo Carbajal, y celebramos juntos la vida. Su hermano Pedro es mi compadre, y Christian “Titi”, el más joven, es hoy regidor del Ayuntamiento, haciendo un trabajo que también merece reconocimiento.
En la segunda parte de su vida pública, como Subdelegado del IMSS de 2014 a 2021, Javier enfrentó retos administrativos de gran escala. En plena pandemia, tuvo que organizar respuestas inmediatas, mantener servicios esenciales, y lo hizo sin protagonismo, con eficacia y con humanidad. Porque ese es su sello: hacer mucho, decir poco.
Esa coherencia entre el decir y el hacer, entre el ser y el parecer, es lo que ha hecho que Javier Bravo se gane el cariño genuino de la gente. No de los aduladores profesionales, sino del pueblo llano, de quienes saben reconocer a un hombre bueno cuando lo tienen enfrente.
Y eso, sin duda, merecía un reconocimiento especial.
UN HOMBRE QUE SE QUEDÓ EN EL CORAZÓN DE SU PUEBLO
Puerto Vallarta no olvida. Tiene memoria larga, tejida entre historias de marineros, turistas, campesinos y soñadores. Y entre todos esos nombres que la ciudad guarda con cariño, hay uno que se dice con respeto, con sonrisa y con un poco de emoción: Javier Bravo.
El 2025 trajo consigo un momento que muchos consideramos justo y necesario: la entrega de la Presea Orgullo Vallartense a Francisco Javier Bravo Carbajal. Fue más que una ceremonia. Fue un reencuentro de voluntades, una ovación de almas agradecidas, una celebración íntima del servicio convertido en afecto duradero. En el auditorio de Puerto Mágico, donde se respiraba un aire de fiesta tranquila y sincera, trece personas fueron reconocidas por su trayectoria. Pero cuando Javier subió al escenario, algo cambió en la atmósfera. Hubo una ovación de pie, espontánea, cargada de emoción. No era para un político. Era para un amigo del pueblo.
Su discurso fue, como todo en él, breve, cálido y con fondo. Habló del deporte como herramienta de transformación social. Habló de valores. Habló de su gente. Y al bajar, los abrazos no se hicieron esperar. Los aplausos no cesaban. Cada rostro en esa sala parecía reflejar un momento compartido con él. Cada mirada traía consigo una historia: la madre de familia que le agradeció la beca para su hijo, el comerciante que recuerda cómo lo apoyó en una crisis, el joven que encontró rumbo en el Club Deportivo Bravo.
Lo más conmovedor de ese día fue lo que no se dijo en el escenario, pero se murmuraba entre los pasillos: “Se lo merece”, “Qué gusto por Javier”, “Es un hombre bueno”. En un país donde la política a menudo siembra desconfianza, Javier ha sido la excepción: un político que no se despegó de su esencia humana. Y eso, en estos tiempos, es extraordinario.
Recibir esa presea no cambió a Javier. Porque, en realidad, no lo necesitaba. Él ya había sido premiado muchas veces, aunque no con medallas ni placas, sino con abrazos, con cartas de agradecimiento, con sonrisas sinceras al toparse con él en la calle. Esa es la clase de reconocimiento que más importa, y que más perdura.
Los años le han dado sabiduría, pero no le han robado la sencillez. Sigue siendo el mismo que cruza la calle para saludar al vecino, el que escucha sin prisa, el que celebra los logros de los demás como si fueran propios. Cuando hablo con él, cuando platicamos de la vida, de política, de nuestras familias, siempre me maravilla su capacidad de permanecer tan humano en medio de entornos tan difíciles. Y no soy el único que lo dice. Muchos de quienes compartimos la LIX Legislatura federal sentimos por él lo mismo: un profundo respeto y un sincero afecto.
Nuestra amistad nació en los días intensos de la LIX Legislatura federal. Compartimos ideas, largas jornadas y una visión común del servicio público que nos fue acercando poco a poco. Lo que al principio fue coincidencia parlamentaria, se transformó en una relación entrañable, tejida con afecto sincero, con respeto mutuo y con ese tipo de confianza que solo da el tiempo y la lealtad. Con los años, nuestras familias se han entrelazado, y cada Año Nuevo lo celebramos como hermanos de vida. A Javier lo quiero como se quiere a los que sabes que siempre estarán ahí. Y a su familia, los Bravo Carbajal, los tengo en el corazón, no por costumbre, sino por convicción.
Detrás del personaje público hay un hijo ejemplar, un hermano mayor que fue sostén de los suyos, un hombre que supo elegir la empatía en vez del ego, el camino largo en vez del atajo. Sus hermanos, sus amigos, sus colegas, todos lo saben. Su madre, Doña Vicky, debe sentirse profundamente orgullosa. Porque en Javier hay mucho de ella: firmeza, cariño, sentido común y dignidad.
Hoy, mientras lo vemos recibir reconocimientos, nosotros, sus amigos, celebramos algo más grande que una presea: celebramos la permanencia de los buenos. La permanencia de quienes no buscan aplausos, pero los reciben porque su vida entera ha sido un aplauso a los demás.
Y mientras El Pitillal lo sigue abrazando como uno de los suyos, mientras cada niño que juega en una cancha construida durante su administración corre sin saber que alguien luchó por ese espacio, mientras cada joven que sueña con jugar futbol profesional pasa por el Club Deportivo Bravo, la historia de Javier sigue escribiéndose, no con tinta, sino con pasos.
Porque hay personas que nacen del pueblo, trabajan por él y se quedan ahí para siempre, no porque no hayan podido ir más lejos, sino porque entendieron que ningún lugar es más importante que aquel donde uno puede hacer el bien. Javier Bravo Carbajal es, sin lugar a dudas, una de esas personas.
Y si algún día alguien pregunta por qué lo estimo tanto, bastará con contarle una anécdota, recordar una sonrisa, señalar una obra, o decir simplemente: “Porque se lo ganó, a pulso y con el corazón”.
(By Notas de Libertad).














































